domingo, 26 de diciembre de 2010

MATRIMONIO Y MORTAJA


He querido iniciar este cuento titulando (así) pues la libertad que tienen nuestros cerebros, nos llevan a interpretar hechos y sucesos a nuestro libre albedrío y generalmente coincidiéremos que las cosas que nos suceden son cosas de buena o mala suerte, manteniéndonos siempre como un eje principal, dueños y señores de nuestras vidas.

Corrían los días del año 1962, había llegado al Callao en el año 1959, muy joven aún, completamente independiente, con un trabajo estable en la Empresa Santa Isabel S.A., la que tenía propiedades y negocios en La Perla, entre ellos el cine La Perla, que era una sala de exhibición de películas de estreno, así como teatro, donde acudían los ciudadanos de La Perla a ver películas y actuaciones de artistas y cantantes en boga, en esas épocas, era una sala para 2,000 asistentes, moderna y confortable.

Siempre sentí mucha afición por los vehículos motorizados y estaba aún fresco el día que me entregaron mi primer brevete, luego de pasar por las naturales expectativas.

Por mi natural afición a los vehículos motorizados y mi abierta comunicación con mis vecinos y conocidos, siempre trataba los temas en relación a los vehículos.


En esta oportunidad regresaba a La Perla, desde Lima, pues había ido a tratar sobre una película, a una determinada distribuidora de películas, la mayoría de ellas se encontraban cerca a la Plaza San Martín, así mismo, teníamos al entorno de la Plaza San Martín los cines Colón, San Martín, Metro y en la Av. Colmena el cine Le París,

Regresaba a La Perla, por la Av. Venezuela, que a pesar de ser una avenida que por el fluido tráfico de vehículos venían los vehículos lentamente, recuerdo que tomé la línea 7, cuyo último paradero o depósito se ubicaba en Chacaritas, muy cerca al Terminal Marítimo de Carga, en la Calle Grau.

Pues bien, como dije, vine por la Av. Venezuela, que por cierto tenía sus “bemoles” pero también tenía sus ventajas, sobre todo en el verano, pues unos hermosos ficus, árboles inmensos, circundaban toda la avenida, regalándonos un hermoso espectáculo a la vista, así como un fresco aire inigualable, existían al entorno grandes extensiones de terrenos que aún se dedicaban a la agricultura, destacándose casi en todo el recorrido el verdor de las plantas, regalándole al espíritu cierto gozo y paz infinita.

Llegué al Óvalo de La Perla, bajando del ómnibus, caminando, recuerdo con mi saco en el brazo a paso largo hasta llegar a la Calle Lima, siguiendo por ella, vi al amigo Balvich, gordito él, quien trabajaba en la línea de colectivos 21-C, cuyo paradero inicial se encontraba en el Callao, en el Jr. Arequipa y la Av. Sáenz Peña, su recorrido era todo el Jr. Arequipa hasta llegar a la Prolongación de la Av. Gálvez (más conocida la zona como Los Barracones) y luego seguía por la Av. Gálvez hasta llegar a la Calle Lima en La Perla. Por ella seguía hasta legar al Jr. Atahualpa, donde daba la media vuelta, tomando el Jr. Brasil.

Pues bien, el amigo Balvich, quien tenía un auto de marca Buick del año ’53 (carro para la época grande y pesado) el auto lo había levantado con una gata de parachoque (llamada así puesto que su trabajo de levante lo realizaba desde el parachoque del vehículo, en este caso del parachoque posterior, lado izquierdo).

Es así que el vehículo del amigo Balvich estaba levantado al máximo y la suspensión trasera, vale decir, el eje que sostiene las llantas posteriores se habían descolgado, siempre pegado al chasis, aparentaba las fauces de una fiera gigantesca.

Mi curiosidad y afición me llevaron luego del saludo correspondiente a preguntar ¿que tiene tu carro, hermano? Me respondió contestándome el saludo y mencionándome que se le había roto el resorte (de la suspensión o amortiguación) yo me quedé observando la suspensión, tratando de ver donde se había roto el resorte, el amigo Balvich fue hacia adelante, abrió la puerta delantera para sacar algo del tablero y yo acto seguido me puse en semi cuclillas, metiendo mi cabeza y parte de mi cuello para observar de cerca el resorte, cuando siento que una mano con fuerza me jala del hombro, diciéndome con energía ¡retírese de ahí!

Y ya, más que por las palabras, si no por el jalón y la fuerza del brazo, en mi hombro retiré mi cabeza y cuello, que había metido entre la carrocería y la suspensión (como si hubiera metido mi cabeza bajo una guillotina como las usadas en la Revolución Francesa) en ese instante, saltó la gata del parachoque cayendo la carrocería estrepitosamente (causando un ruido ensordecedor) cayendo la carrocería sobre la suspensión y ésta sobre el pavimento.
Me dijo casi gritando ¡la gata no es segura!

El susto que me gané por mi curiosidad fue tremendo e inolvidable (pues ya están leyéndolo, pues me acuerdo como si hubiera sido ayer), lo providencial fue que el amigo Balvich no solo gritó sino que corrió a jalarme del hombro pues por más que trato de recordar, no recuerdo que antes de jalarme, hubiera escuchado algo, sin embargo, conversando luego del percance él me repetía muy alterado, te estoy gritando, ¡que te retires! y no me hacías caso, lo veía a él agotado, fatigado y casi desesperado. Yo como no había vivido en conciencia el peligro me sentía bastante consternado, pero luego, agradeciéndole le dije ¡te debo una vida! Gracias, y mi ángel de la guarda también debe haberse puesto en apuros…

viernes, 17 de diciembre de 2010

SOBRE RUEDAS


Los meses de invierno corren lentos, fríos y húmedos en la puertas que dan los servicios a las naves que transportaban mercancías, son de continuidad obligatoria y si están organizadas para que se den las 24 horas del día en el Puerto del Callao.

Era el año 1988, en el mes de julio, es el caso que en cumplimiento de de mis funciones como operador de equipo motorizado, uno de esos días fui nombrado para atender una descarga de “Huacales” que son paquetes de laminas de fierro debidamente enzunchados (atadas).

En esta oportunidad me toco manejar un elevador (pato) para ejecutar el levante de los Huacales que se descargaban de un buque por una de sus escotillas.

Saliendo de mi base, llegue a espigón donde descargaban los Huacales mencionados, mi labor consistía en coger los paquetes de Huacales con las uñas de mi maquina, levantándolo e iba ubicándolo sobre las vagonetas (que son planchas planas de fierro con ruedas pequeñas pero fuertes) para que puedan soportar grandes pesos de 10, 20, 30, 40, 50, 60, 70, 80 y más toneladas de peso); que enganchadas a un “tractor”; carros diseñados para jalar grandes pesos, implementando con motores potentes, transportando las mercancías en este caso los “Huacales” hasta la zona señalada para su almacenamiento.

Mencioné al inicio de mi relato, trabajé maniobrando el elevador, recogiendo los Huacales, que venían siendo descargados del buque acoderado en el espigón, para cobrar en la plataforma de la vagoneta efectuando una serie de maniobras necesarias casi siempre al filo del espigón; entre la nave y el espigón queda un vacío para el vaivén del buque por el movimiento de las aguas.

En los espigones existen unos buzones cuyas tapas son de fierro gruesas y pesadas para dar seguridad, soportando el peso de vehículos pesados si fuera el caso.

Estos buzones tienen diferentes funciones entre ellas están las llaves del agua que abastecen a los buques cuando lo solicitan (agua dulce) que la requiere para su uso en el buque.

Es así como en una de estas maniobras una de las llantas posteriores del elevador en el giro que hago, hace que la tapa salte y la maquinaria caiga de lado, dado que la profundidad de estos buzones hubiera provocado que mi maquinaria se hubiera volteado, cayendo al mar, llevándome consigo puesto que no hubiera tenido tiempo de reacción alguna.

Lo bueno y providencial fue que la llanta cayo directamente sobre la llave circular que abre y cierra el paso del agua, que tiene cierta altura, porque si no hubiera sido así, hubiera caído la llanta al vacío y la maquina no se hubiera volteado lanzándose a las aguas arrastrándome en su caída puesto que estaba sentado, agarrado solo del timón.

Pues bien en esta posición quedó la maquina y yo; los trabajadores se arremolinaron al entorno y gritaban que no me moviera ni soltara el freno (el pedal del freno) pues lo tenía presionado y así permanecí, minutos más, minutos menos, hasta que llegó un operador con una maquina más grande que la mía (de mayor tonelaje) y uñas más largas.

Es así como se inició la operación de rescate cruzando las uñas del elevador por debajo de mi maquina y luego comenzó a elevarme estando en el aire mi maquina en posición segura procedí a abandonar mi unidad.

Siendo felicitado por mis compañeros de trabajo por el providencial desenlace sin sufrir daño alguno, fuera del susto producto de las circunstancias vividas.


lunes, 13 de diciembre de 2010

UN CÁLCULO CELESTIAL


En el año 1967 el transporte de carga de camiones en el terminal marítimo del Callao era fluido. Las mercancías en un porcentaje elevado eran transportadas a granel – suelta y en cajones.

Para entonces las partes para ensamblaje de vehículos venían en cajones – CKD – los cuales se transportaban por mar en buques, llegando al Puerto de Callao, siendo almacenados en diferentes zonas que poseía este puerto para este tipo de mercancía.

Para entonces trabajaba para el gremio de trabajadores de carga en camiones en el terminal marítimo del Callao como administrador y afiliado a la vez al gremio el que tenía muchos años de antigüedad. En el año 1967, con una gran trayectoria pues sus afiliados eran propietarios de camiones, podían tener un camión, como flotas numerosas de vehículos registrados, habían más de 600 camiones en esa época, camiones de plataforma en su gran mayoría, el tonelaje que transportaban eran de 5 toneladas a 14 toneladas como máximo con raras excepciones pues solo existían en el puerto 5 tráileres, entre los propietarios podría enumerar al amigo Rosso, Palomares, entre otros.

Los transportistas de esa época eran en muchos casos tradicionales, eran familias que tenían historia en el terminal marítimo del Callao, como transportistas daré algunos nombres que aún recuerdo: Gonzales, Miglía, Queirolo , King, García, Miranda, Rojas, Palomares, Duffo, Salazar, Martín Cancino, Marengo, Aguayo, Akerman, Rojas, y muchos más todos ellos luchadores constantes por el crecimiento y desarrollo de nuestro puerto, el Callao y el Perú, en general pues dedicaron su vida a ser parte de la cadena logística productiva en la importación y exportación de mercancías, contribuyendo con el desarrollo y el crecimiento económico de nuestro país; para entonces las naves que llegaban eran mucho más pequeñas de las que llegan hoy en día y eran atendidas por los estibadores para su descarga y carga, los estibadores eran un gremio bien organizado y todo el trabajo se realizaba con fuerza, algarabía, alegría, bromas van y vienen y los camiones iban siendo cargados o descargados con uno u otro producto de importación o exportación.

Para este caso mi camión fue cargado con paquetes CKD (cajones) cuatro o cinco cajones. Saliendo del puerto cargado luego de cumplir con el papeleo y el pesaje correspondiente, rumbo a la carretera central a la planta de ensamblaje, un viaje de más o menos tres horas, el recorrido lo hacía lento pues mi camión era un Ford 55 de plataforma, llevaba de carga unas 07 toneladas, llegando al destino sin mayores dificultades, efectuando la descarga, ya para entonces serían las 11 am, pues había salido del puerto a las 7 am de regreso tomé la Av. Javier Prado a una velocidad bastante lenta pues no había apuro alguno, sabía que había transportado los últimos cajones y que no había más carga que transportar, por ese día recuerdo que era un día domingo, de esos que se encuentran las calles mucho más tranquilas que el resto de los días de la semana.

Llegando al cruce de la Av. Salaverry y Pershing en el distrito de San Isidro, distinguí las luces en el semáforo que se encontraba ubicado al lado derecho efectuando el cambio de luz a ámbar cuando me encontraba a unos 30 metros de la esquina, delante iba un Volkswagen (auto escarabajo) y un Ford modelo 1952, color azul, ambos se detuvieron uno a la derecha y el otro pegado a la izquierda, pise el freno con la intención de parar yéndose el pedal al fondo, tomando mayor velocidad el vehículo (camión) a raíz de quedarse las ruedas liberadas de los frenos, ¡el camión estaba sin frenos!.

El espacio que tenía para pasar por en medio de los vehículos detenidos, era muy reducido, tomado del timón, me sentí volar del lugar, mi atención la puse en el cálculo que debía hacer para pasar por en medio de los dos vehículos estacionados, sin dañarlos, fue así que providencial y milagrosamente, pues tampoco venía vehículo alguno por la Av. Salaverry, que era lo que tenía el pase autorizado puesto que la luz verde le debía estar dando el pase.

Todo no tendría mayor observancia pues diríamos que aun mi mente está confundida y el espacio era suficientemente amplío para permitir el paso de mi camión.

Agradeceré a mis lectores considerar las siguientes consecuencias del paso de mi camión, antes voy a describir la conformación de la plataforma del camión, como era el uso aunque no general, pero en mi, caso, si la plataforma a los lados tenía unos “varales” (una madera viga de 4x4 diremos de grosor y el largo era todo el largo de la plataforma, y unos 20 cm sobresalía en la parte delantera iba fijada a los “muertos” o travesaños, que daban mayor consistencia y las tablas correspondiente constituían la plataforma, en la construcción de ella no fijaron los varales con pines que sobresalieran pues la madera era totalmente lisa de punta a punta.

Es así como repetí en dos o tres oportunidades la acción de pisar el freno sin ningún resultado, pasando entre los dos vehículos mencionados en ese entonces, todavía la Av. Pershing tenía tierra a los lados de las pistas, ayudado por el freno de mano y la caja de cambios pare a unos 150 metros del cruce bajándome del camión presurosamente, regresé a donde estaban los vehículos que seguían estacionados, el Volkswagen tenía en el techo un roce notorio, lineal producto del rose del varal de mi camión con el techo del auto del Volkswagen, acudí al auto Ford 52 color azul y vi al chofer (conductor) sentado frente al timón, mantenía un brazo colgado pegado a la puerta del carro que mantenía un ancho bastante plano algo ¡raspado por el varal de la plataforma de mi camión! era el de un negro bastante avanzado de edad con cara de preocupación, susto temerosos con voz ronca me dijo “ya me jodí” “Ud. me ha sacado el brazo””ahora quien va a mantener a mis hijos, son chicos aun” ante tal aseveración, yo le miraba el brazo y le dije “Oiga su brazo está bien, mírelo” le dije y mirando llego a mover los dedos de la mano, levemente siguiendo con la otra mano, aferrado al timón, algo suplicante dijo ¡no la siento! yo le dije trate de moverla.

En ese instante se acercó una señorita la que manejaba el Volkswagen entre asustada y preocupada había estado observando el techo de su vehículo y dijo llevarlo al señor al hospital, a la vuelta hay una asistencia pública, yo asentí en sentido afirmativo y le dije al chofer que se mantuviera sentado y rígido que levantara su brazo y así lo hizo, parecía que la presión y fricción que había ejecutado el varal sobre su brazo contra la puerta le había adormecido el brazo. La señorita en mención dijo: no se preocupe por mi joven, voy a mi casa, acto seguido subió a su vehículo y se alejó.

El señor del Ford se mostraba poco reticente, indeciso, yo le propuse manejar su auto para llevarlo a la asistencia que en ese entonces funcionaba a escasas 06 cuadras, no aceptando, me dijo, yo puedo manejar con una mano.

Yo lo note algo recuperado del susto pues debemos suponer que perder un brazo no es cosa simple.

Bueno, arrancó su vehículo e iniciamos el trayecto hacia la posta, cruzando la Av. Salaverry siguiendo por la Av. Pershing, para esto comenzó a mover su brazo, saliendo de la pista, paró atrás del camión y como para convencerme que su brazo estaba bien lo movió en uno y otro sentido.

Yo le dije “gracias a Dios su brazo se encuentra bien”, el me respondió “sí pero mejor vamos a la asistencia” si, si le dije resignado pues yo no podía certificar nada.

Le dije que en la asistencia siempre había un policía que nos pondría una papeleta a cada uno, y eso nos perjudicaría económicamente, acordando ambos que ingresaríamos a la mencionada posta aduciendo una caída y que le dolía el brazo.

Así fue como ingresamos al local de la asistencia, se acercó el policía, el señor manifestó lo acordado nos hicieron pasar ante el médico de turno a quien manifestó lo mismo que al policía, el médico lo examinó le hizo hacer algunos ejercicios con su brazo, certificando que se encontraba bien, le recomendó usara aceptil rojo para las raspaduras.

Y así salimos lo ayude para que comprara su receta, despidiéndose cordialmente, deseándonos mutuamente ¡suerte! Celestial.

Estos hechos nos ayudan a entender y comprender que una voluntad nos acompañará siempre en todos los actos de nuestra vida y cuando concordamos con su magnificencia siempre seguirán estas incógnitas que felizmente, alcanzáramos, su gracia cuando seguramente nos hacemos merecedoras de ellas.

UNA OCURRENCIA COTIDIANA


El distrito de Miraflores, que es parte de la región Lima, es uno de los distritos más antiguos y sofisticados de nuestra región, sus playas, su comercio, sus plazas, jardines, casas comerciales, sus avenidas, el comercio en general, no tiene que envidiarle nada a las grandes ciudades del continente, sus misterios y vida nocturna, andan a la par con la modernidad continental y transcontinental.

Para enfatizar aún con mayor claridad, diremos que Miraflores es la sala donde los turistas y peruanos encontrarán cuanto deseen y los satisfaga, en cuanto a comercio, comida y distracciones diurnas y nocturnas.

En este medio nos vamos a ubicar en los años 1986, época de verano, viniendo de Lima a Miraflores, por la Av. Arequipa, cuadra 36 (venía en mi auto Volkswagen 1976, trabajando como taxista) a unos 30 metros, diviso a dos “caballeros” a cual mas alto, con tipo de extranjeros, uno más fornido que el otro, el más delgado, agachándose se dirigió a mi, preguntándome cuanto le “cobraba” por llevarlos hasta la Av. Brasil, la última cuadra. Le hice la oferte, aceptando, abriendo la puerta, invitó a su acompañante a subir en el asiento de atrás.

Una vez los dos pasajeros ubicados dentro del vehículo, inicié el recorrido; serían las 6 p.m. de un día domingo, de paz y tranquilidad por esa zona, bajé unas cuadras por la Av. Arequipa, mis pasajeros resultaron muy bulliciosos y alegres, pues se reían a mandíbula batiente, con palmadas groseras, supuse que lo hacían para amedrentarme, pues el olor a alcohol y pasta era nauseabundo.

Llegando a la Av. Angamos, doblé por ella prendiendo la luz del salón, más por precaución y para poder disimular mi mirada de reconocimiento a cada uno de ellos, ante esta acción de prender la luz del salón, la que se encontraba al centro del techo del vehículo, el ciudadano que venía en el asiento posterior, la apagó, acto seguido, abriendo los brazos puso una mano en la puerta izquierda y la otra en la puerta derecha, demostrando una cobertura de brazos bastante amplia, metiendo casi su cara por el centro de los dos asientos, con voz estruendosa dijo: “la luz me molesta” ¿que pasa? Sacando fuerza de flaqueza (bueno, esto no es mentiras, por entonces estaba muy, pero muy delgado, no más de 54 kilos era mi peso).

Respondí, yo trabajo con la luz de salón prendida y acto seguido volví a prenderla, el pasajero que venía adelante, se encarrujó cual boa, encogiendo las piernas, poniéndose en tal posición que me miraba directamente con los brazos metidos en las piernas, dijo: ¡este carro es mío, pues yo lo paré!, el amigo se rió, preguntándome ¿donde vives tú? Le respondí: en el Callao, con toda tranquilidad, como si todo lo que hacían y decían no me llamara la atención de manera alguna. ¡a carajo! eres del Callao ¿en que calle del Callao vives?

Yo seguía manejando, no sabía cómo salirme de esta circunstancia, sabía que forzando la situación perdía toda posibilidad de escapar, lo cierto es que tenía la seguridad que eran un par de “malandrines” decididos a hacer de las suyas, ya sea robándome, maltratándome o llevándose el vehículo.

Trataba de mantener la calma y mostrarme dócil y dominado. Y contesté: Ancash, cerca a Vigil; a lo que el gigantón que venía en el asiento posterior, tirándose hacia el espaldar del asiento de atrás, casi gritando, vociferando algunos improperios, dijo: yo conozco el barrio, tú eres un pend… entonces, acto seguido, soltó una sonora risotada, en ese instante llegaba al semáforo que está en el cruce del Jr. Santa Cruz, paré, pues la luz roja me obligaba, ambos me miraron y acto seguido miraron el “semáforo” sin pensarlo dos veces, acto seguido saqué la llave del contacto, abrí mi puerta, casi “sin moverme” y salté del vehículo y corrí a la parte posterior del vehículo, abrí la portezuela del motor, sacando el chicote que habilita corriente al distribuidor desde la bobina, con la seguridad que sin este chicote el vehículo no arrancaría, luego de sacar el chicote, retrocediendo unos pasos, miré hacia la puerta del vehículo, el pasajero que venía delante, ya estaba parado, hablando, gritando diría, lanzando improperios, y el que venía en el asiento de atrás, ya tenía la cabeza afuera, vociferaba y “luchaba” por bajarse, pues su tamaño y envergadura le dificultaba su bajada, finalmente los dos estaban fuera del vehículo y decían ¿que pasa?, les respondí, siempre a distancia: se ha malogrado el carro, no pasa corriente. Los dos se acercaron al motor, lo miraron y me dijeron: “ven, yo soy mecánico, yo lo arreglo”.
Entre preocupado y decidido les respondí: ¡no!, tomen otro taxi. Ellos con los brazos insistían en que me acercara, viendo que no les hacía caso alguno, comenzaron a vociferar, mi preocupación era tremenda, pues no pasaban carros, y no se veía peatón alguno, yo me mantenía a unos 20 metros de los amigos “asaltantes”.

En eso como haciéndome caso a mis sugerencias, pasaba un taxi por el Jr. Santa Cruz, el que pararon, el más “fortachón” a un era reticente a tomar el otro vehículo, caminando hacia el otro taxi, volteaban a mirarme, finalmente subieron al taxi y se fueron.

Aún así me tomé mi tiempo, ya había oscurecido, me acerqué a mi vehículo, conecté el chicote a la bobina y al distribuidor, encendí el motor y continué mi ruta por las calles, buscando usuarios sin malas intenciones, que necesiten un servicio de taxi, realmente.

jueves, 2 de diciembre de 2010

ESCUCHANDO LA RAZON


Los inviernos en los espigones siempre son mas marcados, la lluvia, la humedad del mar, la agitación de las aguas, el barro en el piso de los espigones, la brisa fría y humedad, la oscuridad de la noche, todo contribuye a presentar un ambiente diferente al día mismo, con claridad.

Para el caso fue una noche de amanecida en un horario de 1:00 am a 7:00 am, horario de amanecida, trabajaba para la Empresa Nacional de Puertos S.A. (ENAPU S.A.) por nombrada me correspondía trabajar en el Espigón Nº 3 para un buque que descargaba VANES o CONTENEDORES, llenos de mercancías, con pesos variados de 10, 20, 30, 40, 50, 60, toneladas y eran de 20 pies y 40 pies.

Los que conocemos o hemos visto una nave cargada de estos “contenedores”, habrán notado que vienen, tanto en las bodegas como sobre la cubierta en rumas de uno sobre otro, pueden ser 2, 3, 4, 5, 6, 7, lo que da una altura bastante impresionante, sobre todo si está anclado y se observa desde tierra.

Para el caso que relato, cumpliendo con la nombrada, tomé un “tractor” llámese así a un vehículo, de fuerte estructura, preparado para “jalar” “plataformas” igualmente estructuras de fierro con llantas pequeñas, de poca altura, especiales para soportar grandes pesos, estas van enganchadas al “tractor” y así se transportan sobre ellas las mercancías que se descargan en los buques, para el caso, se trata de descarga de “vanes” o contenedores.

Es el caso que ya eran las 6:00 am, faltaba una hora para retirarme, cumpliendo con el horario, ya había trasladado varios “vanes” a la zona donde correspondía dejarlos, cuando llegó al espigón con el tractor y la carreta vacía, había cierta algarabía y gritos de urgencia y algunas voces, muy aparte del portalonero dirigiéndose a mi, ordenaban que ingresa con el tractor por debajo del “van” de 40’ pies que pendía del “huinche” sostenido por 4 cables en cada extremo, para depositarlo en la “carreta” que venía jalando (todos agitados, apurados, pues ya terminaba la jornada y querían terminar con la descarga de vanes).


Es así como entré sorprendido, soñoliento, algo cansado por las horas transcurridas y el trabajo, continué detenido, muchos agitaban los brazos, gesticulaban (no es usual efectuar este tipo de maniobra, por precaución primero se cuadra la plataforma y luego se procede a sacar el van).

Como decía, la premura por el tiempo y la presión del mismo trabajo, me ubicó en esta situación bastante desagradable, finalmente bajé de la máquina, buscando que dialogar y explicar las normas de seguridad, la algarabía era tal que aferrándome a mi sentido de conservación, pensaba: y si se cae”, visto en el aire un contenedor de 40’ pies se ve inmenso y peligroso, así es que continué caminando y preguntando ¿a quién le hago caso? ¿quién es el encargado? ¿quién manda acá? La respuesta fue clamorosa en coro y altisonante. En ese instante se rompen dos cables de uno de los extremos y el “van” gira cual péndulo de un reloj, con un ruido estrepitoso, rozando el piso del espigón y el casco del buque, cual guadaña gigantesca, hasta finalmente quedar parado, recostado al buque, sostenido por los dos cables restantes, justo donde debía estar yo y la maquina que por cierto hubiera sido barrido el ir y venir del van o contenedor.

Observando el panorama, silencio sepulcral, di media vuelta y subí a mi máquina, (tractor) regresando a mi base, no sin antes agradecer encontrarme bien y salvado providencialmente, se que ningún trabajador pensó que pudiera suceder el hecho manifestado, pero sucedió y sucede cuando el fragor del trabajo nos hace olvidar las normas de seguridad, en muchos casos las consecuencias son fatales y nadie queda para constatarla.

El trabajo ennoblece al ser humano, pero también mata cuando no se toman precauciones con las normas.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

UN CABALLO DESBOCADO


El Departamento de Ica, hoy Región Ica, se encuentra al sur de la Región Lima – y a 100 k/mts. mas al sur, se encuentra la provincia de Palpa.

Por la carretera Panamericana Sur, desde Lima, la capital del Perú, se llega hasta Tacna, frontera con Chile.

En el año 1954, aún vivía en la provincia de Palpa – Región Ica, tenía 14 años de edad. El Valle de Palpa regado por el río Palpa y otros era hermoso, su campiña, se veía alegre, la fragancia de su vegetación inundaba todo el ambiente lleno de arboles frutales. Su clima en todo los meses del año era cálido y seco, pues la temperatura ambiental cálida durante todo el año, nos permite decir que las energías que irradia el “dios sol” como dirían los antepasados incas y pre incas, mantienen a su gente siempre activa, cargada de radiaciones y energías positivas, la mejor noticia para los enfermos de un mal tan “perverso” como lo es el asma, la detiene, la cura y por último permite olvidarla, su clima seco y cálido es gozoso por el verdor de su campiña, los variados frutales, destacándose la naranja, sabrosa y olorosa, como no hay otra en el mundo, tiene en su cuenca 5 ríos que año a año refrescan sus valles, con una historia milenaria, sin par, aún no puesta en valor, guardando aún en las entrañas de su tierra mucha historia tanto cultural como artesanal y de conocimiento científico como el calendario solar, y figuras lineales.

El río que pasa por el pueblo de Palpa es el río Palpa que nace en la Región Ayacucho, provincia de Lucanas, distrito de Llauta a más o menos 2600 mts de altura.

Justamente el relato que a continuación haré se desarrolló en el camino que va de la ciudad de Palpa hacia el interior, la sierra, propiamente dicha, este camino plano de 3 a 4 metros de ancho, va bordeando los cerros, se ven altos, carentes de vegetación, bastante empinados, caminos poco transitados, zigzagueante en todo su recorrido, por el otro flanco del camino están las chacras, terrenos de cultivo.


Es el caso que en los años 1950, era un joven (niño) acostumbrado a viajar a caballo, correr en “pelo” (sin montura, ni cubierta alguna en el lomo del caballo)


Salí de la ciudad de Palpa a eso de las 4 pm por alguna razón debía dejar el caballo de mi papá, en el fundo Cieneguilla, así se llamaba el fundo de mi tío francisco Bendezú, tenía que recorrer una distancia de 8 kms a caballo, 2 horas de viaje.

Como dije en líneas arriba, este viaje no tendría nada que recordar ni anecdótico, sino fuera por los sucesos que señalaré a continuación.

El viaje lo hacía en mi caballo, bien ensillado, con bridas en buen estado, el corcel era bastante joven, podría decir manso, pero fuerte, para caminar grandes distancias, pues ya lo había probado en otros viajes, mucho mas largos.

Es así como en el recorrido hacia el fundo Cieneguilla, en un recodo del camino, a la altura de un fundo llamado Moyaque, existían unos árboles de guarango (así lo identifican en el sur, en el norte los llaman algarrobos) que por cierto daban sombra al otro costado del camino, se elevaban los cerros a gran altura, escarpados, había un profundo silencio, más los deseos de miccionar no aconsejaban mayor espera; me apeé del caballo, que por cierto para mi estatura y largo de piernas resultaba una maniobra bastante exigida, cogiendo siempre la rienda, cumplí con el “cometido” propuesto, cuando al subir se escucha en las alturas de los cerros un tropel de rozar de piedras, un rodar profundo y sordo. Más aún un sonido agudo de campanillas, murmullos grupales, olores mil.

Todos los del lugar sabe que por lo menos en todo el recorrido de 4 kms existen tumbas pre incas, muchas no profanadas y otras sí y que el camino mencionado está al borde de este “cementerio” diríamos así en nuestro tiempo, pero llamamos a estas tumbas donde se cobijan cientos de momias, restos pre incas, desdeñando sus valores, riquezas sobre todo la voz de una verdad de herencia dejada en esas tierras por quienes las habitaron en siglos pasados. Merecedoras de mayor atención por quienes tienen la obligación de cuidar y poner en valor nuestra heredad.

Es así como mi caballo parando las orejas levantando la cabeza, estirando el cuello, mirando a las alturas, emprendió veloz carrera, quedando yo casi colgado, de lado, en todo caso, podíamos caer al suelo, caballo y jinete con trágicos resultados y así a gran velocidad cruzamos por el caserío de Bellavista, Chichitara, Hornulloc todos los lugareños, como tenderán conocimiento mis lectores crían “canes” “perros” grandes y fuertes, el aullido lastimero de los perros acompañaban el pasar veloz de m cabalgadura, luego de recorrer en las condiciones expresadas unos 3 kms fue bajando el ímpetu y la velocidad mi caballo, hasta llegar a la casa de mi tío Francisco, ya oscurecido el día, tan sudoroso mi caballo como yo, refiriendo lo sucedido mi tío, tocándome los hombros me dijo: César ya pasó, tómate un café, supongo que no tendrás miedo. Yo para mis adentros me decía ¿miedo¿ ¿Qué es eso? Pero mejor, regreso mañana ….. de día, claro y con sol…

UN VIAJE PARA RECORDAR

De Ica a Palpa


Ica, región Ica – Palpa que reúne en sí belleza incomparable, su laguna Huacachina, La Huega, La Victoria, le daban la frescura necesaria a los ciudadanos y visitantes a este hermoso departamento de clima caliente, ventiscas y de sol radiante, su valle lleno de vegetación y sus desiertos cautivan a propios y extraños, entre sus productos vegetales están la vid, la uva, una fruta cuyo origen es muy, pero muy antiguo en el mundo, de cuyo encantador jugo sale la cachina, el vino, el pisco, de sabores variados, celebrándose una fiesta a su nombre y por su razón, llamada la vendimia, festejos a los que acuden desde todos los países del mundo, se celebran grandes peleas de gallos, reinados, carreras de chachigros y otras actividades.

Es un pueblo sumamente religioso y creyente por lo que las procesiones se suceden con cierta continuidad, en la propia ciudad como en sus distritos, siendo el festejo más importante la veneración al Señor de Lúren, que lo acompañan grandes multitudes de creyentes.

Es así como en el verano del año 1954 febrero para ser más precisos, me encontraba en Ica, participando en unos cursos en la gran unidad escolar San Luis Gonzaga, coincidimos con un amigo “palpeño” donde vivíamos a dos cuadras de distancia y nos conocíamos desde niños, es así como nos pusimos de acuerdo para realizar un viaje de Ica a Palpa, 100 kms de distancia por la Panamericana Sur ¡ida y vuelta! 200 kms era un espíritu de juventud aventurera, y nos parecía fácil, fácil y así lo decidimos y lo acordamos, sin medir razones ni consecuencias, ambos teníamos nuestras bicicletas, casi nuevas, marca “Hércules”, la misma marca, nos vitalizaba, eran de paseo, bastante fuertes.

Así pues, un día del mes de Febrero de 1954, salimos decididos a efectuar el viaje a bicicleta de Ica a la provincia de Palpa, serían las 10 am con un sol radiante y por lo menos 22 grados de temperatura, recuerdo que pasamos por unos parrales y decidimos llevar con nosotros algunos racimos de uva ¡para la sed! Dijimos pues, no llevábamos agua ni ningún otro líquido, pasamos Santiago, un lugar desde donde comenzaba el desierto, ya teníamos un sol candente, avanzamos unos 5 kms y comenzamos a sentir el embate de los vientos cargados de arena caliente y así continuaba pedaleando, consumimos toda la uva, parábamos a intervalos y nos animábamos a continuar, paraban algunos vehículos, camiones, camionetas y otros nos invitaban a llevarnos, pues es de suponer que nuestro aspecto no era muy saludable, las “paracas”, vientos cargados de arena del desierto iqueño nos envolvían periódicamente, teníamos hambre, habíamos bajado de la bicicleta y caminando a pie varias veces y así serían las 5 pm cuando llegamos del distrito de Santa Cruz, ya estábamos en la provincia de Palpa llegando al “túnel” el que teníamos 150 mts de largo por donde pasaba la carretera Panamericana Sur, nos detuvimos un momento antes de ingresar al túnel que por cierto se veía oscuro y al final se distinguía una claridad, era la salida, nos alegramos pues sabíamos que desde ahí se iniciaba una bajada, todo era pendiente, por lo menos 3 kms hasta llegar al distrito de Río Grande y así con cierto ánimo ingresamos al “túnel” avanzamos unos 50 mts por cierto que la pista dentro del túnel era en bajada, lo que hizo que nuestras bicicletas tomaran velocidad, se engancharan y caímos estrepitosamente, uno sobre el otro, entre las bicicletas, no veíamos absolutamente nada, era una oscuridad sepulcral, diríamos y así escuché la voz de mi amigo Alejandro quien se quejaba pues decía no me muevas, pues habíamos caído cerca uno del otro, estábamos sobre las bicicletas, traté de reincorporarme y él insistía que no lo mueva, diciendo “el timón de la bicicleta me ha atravesado el estómago” pensé en ese momento lo peor.

Por un instante pensé lo peor, el sol, el cansancio, la sed, esta minando nuestra cordura, el hambre nos había debilitado, es así como arrastrándome un poco, guiado por su voz, llegué a su lado, pude tocar su cuerpo que boca abajo permanecía sobre una de las puntas del timón de su bicicleta, en una reacción mas por la preocupación que me causaba el escuchar que estaba “herido de muerte” metí mi mano bajo su vientre llegando a tocar el timón, subiéndola hasta tocar el final del tubo del timón, metiendo mi mano entre el timón y la barriga de mi amigo Carlos descubrí, tuve la certeza, de lo que le sucedía y entre sorprendido y aliviado le dije “fuerte” pues las palabras resonaban dentro del túnel y si se levantaba la voz aún más ¡estás vivo! ¡estás vivo! El timón no te ha herido, no sientes mi mano, muévete, sal a un costado, que estas sobre la punta del timón, acto seguido con la otra mano lo empujé de costado, tratando que salga de la posición incómoda en que se encontraba.

Acto seguido escuché que decía ¡no tengo nada! ¡estoy bien! Y así estos gritos y palabras, nos reanimaron, parándonos en medio de una oscuridad absoluta, recogimos caminando haciendo rodar nuestras bicicletas y seguimos caminando hasta salir del túnel, por suerte, no venía ningún vehículo, en ningún sentido, seguramente que podía habernos sucedido algún percance mayor, llamémosle suerte o buena ventura.

Una vez fuera la visibilidad era tenue y dándonos valor hicimos un registro de nuestras heridas, yo tenía un tremendo raspón en la rodilla, que me sangraba, un codo igualmente raspado, así como el antebrazo, mi amigo Carlos tenía parte de la cara raspada, el brazo desde la muñeca, codo raspado y le dolía una rodilla.

Nos miramos y dijimos, ya estamos cerca, aun a pie tenemos que llegar e iniciamos el descenso por esa carretera, en cuyo tramo, muchos ómnibus se fueron al precipicio, accidentes donde muchos pasajeros perdieron la vida, decían que uno de los hermanos Gálvez, corredor de autos de esa época, que cuando subía hacia el túnel viniendo de Arequipa, su máquina no podía trepar y dándole vuelta a su auto inició el ascenso, llegando a la cúspide, hay una curva y luego se va directo al túnel en mención, pues parece que fue la emoción o una distracción, impulso tan fuerte su vehículo que cayó al precipicio de mas de 200 metros, deslizándose hasta el fondo, llegando ileso, iniciando el ascenso a pié presuroso, llegando a la cúspide, la carretera, cansado y agotado, recogiéndolo otro corredor (Alvarado) quien lo dejó en Ica (ciudad) pues la carrera era hasta Lima, ¡nobleza manda! Dirían los abuelos y… así por esos caminos penosamente casi 5 kilómetros entre subidas y bajadas pasamos por Río Grande llegando a Palpa a las 9 pm cruzando Los Portales de Palpa con nuestra bicicleta al costado, rodando aún, alegres henchidos y orgullosos por haber llegado, tristes por que se acababa tan simpática aventura.

Mi amigo Carlos se quedaba primero, pues yo tenía que caminar dos cuadras más, nos despedimos diciendo ¡hasta mañana, tenemos que regresar! Amanecí volando de fiebre, con dolores en todo el cuerpo, atendido por mi santa madre que me miraba con pena, lástima y mucho pero mucho amor maternal, queriendo que le contara que había pasado y yo insistía en que me dolía todo el cuerpo…. Y el regreso ….? Luego me enteré que mi amigo Carlos estaba igual que yo…

Se sufre… pero se aprende …

sábado, 27 de noviembre de 2010

CONVERSANDO CON UN TRUHAN


En los años ochenta, amén, el Callao, su comercio estaba centralizado en las avenidas Buenos Aires (hoy Miguel Grau), Sáenz Peña (hoy Lima) donde se ubicaba el Mercado Central del Callao, las trasversales, calle Arequipa, Lord Cochrane, Salón, Guise, Av. Dos de Mayo, la concurrencia de los habitantes del Callao, desde los distritos y anexos era constante, sobre todo los sábados y domingos, el transporte público de pasajeros, era abundante, taxis, colectivos, micros, buses, con líneas de servicio que lo cruzaban de sur a norte, de este a oeste, en esta realidad narraré un hecho que en el tiempo, lo veo anecdótico y hasta gracioso.

Es así como yo trabajaba en una línea de microbuses (la línea 61M) cuyo recorrido iba desde La Perla a la urbanización Vipol (por el aeropuerto Jorge Chávez).

Era un día domingo, serían aproximadamente las ocho de la noche, venía manejando un micro, marca Dodge – D500 – para 27 pasajeros con dirección hacia La Perla – por la Av. Buenos Aires, sentía que venía calentando el motor, por precaución, cruzando el Jr. Cochrane, avancé unos 30n metros, había gente caminando, con cierto alborozo y algarabía, los comerciantes aún pregonaban sus mercaderías, solicité al poco público que transportaba, que tomaran el carro que venía (8 pasajeros) y es así como me quedo solo, dentro del vehículo, sentado frente al timón, pensando en tomarme cierto tiempo para darle la oportunidad que se enfríe el motor.

Cerré con la palanca la puerta de atrás, dejando abierta la puerta de adelante, pues me disponía a descansar yo también, ya que había manejado desde las 6 a.m.

Cuando de pronto desde el filo de la vereda y con un pie en el estribo, escucho una voz ronca y fuerte que me conminaba a darle mi plata, según él, grataba, ¡dame tu plata! y una serie de improperios acompañaban a esta orden.

Lo miré y vi a un negro de esos que marcan la excepción, pues la gran mayoría son alegres y sandungueros como decía don Nicomedes Santa Cruz, calculé que tenía 1.90 de alto, bastante flacón, con mirada ausente, lo más llamativo era un cuchillo de más de 30 centímetros, de hoja ancha y reluciente que portaba en la mano derecha (de esos que usan los carniceros), como quiera que el negro no subía aún los dos escalones que tenía el vehículo, salí por el costado de mi asiento, parándome en el pasadizo, el atacante siguió gritándome, lo vi subir bastante torpe pero era el cuchillo el que me atemorizaba, le dije: espérate, voy a sacar la plata. Acto seguido, a paso ligero avancé al fondo del vehículo, señalando con mi brazo estirado, le decía: ahí atrás, debajo del asiento está la plata.

Noté que creía en lo que le decía, pues a medio recorrido del pasadizo se paró y casi saltando, bajé el primer escalón de la puerta de atrás del vehículo, acto seguido, con el pie pateé el centro de la unión de las varillas que al flexionarse permitían abrir la puerta y así bajé del ómnibus.

El tema era ¿Cómo dejar el vehículo? Avancé hasta la puerta delantera, subí, siempre perseguido por el atacante, quien blandiendo el cuchillo seguía pidiéndome mi plata, pues gritaba ¡Dame tu plata! &%(//&$%$

Opté por avanzar por el pasillo siempre calculando que el atacante subiera, corrí por el pasillo, valido de la torpeza con que caminaba el demente este (que ya no me cabía duda, que se encontraba pasado de alcohol y droga) agachándome pegado a la carrocería, llegué hasta la puerta delantera, cuando vi que sacaba el cuerpo por la puerta trasera, subí al vehículo lo más rápido posible, cerré la puerta, la aseguré con la palanca correspondiente, mientras él trataba de llegar a la puerta delantera, ya yo estaba en la puerta trasera, asegurándola para que no se abriera, al encontrarse el asaltante con la puerta delantera cerrada, perdió tiempo golpeándola y clavando su cuchillo, una y otra vez, contra el plástico de la puerta, yo corrí, me senté en el asiento del timón y arranqué mi vehículo y emprendí la marcha, siempre escuchando los gritos y las amenazas del energúmeno que según él debía darle ¡mi plata!.

Pensé: bien dicen “más vale aquí corrió, que aquí murió”
Y así continué mi curso cotidiano por las calles del Callao.

martes, 23 de noviembre de 2010

CUMPLIENDO CON LA PATRIA


En el Primer Puerto del Perú, ubicado en el Callao, administra do por la Empresa Nacional de Puertos ENAPU S.A. en el año 1988 trabajaba para ENAPU S.A.; pertenecía al Departamento de Transportes, para entonces manejaba un elevador (llamado “pato”) que es un elevador de carga, su estructura es sólida, acondicionada para levantar pesos en este caso, hasta 5 toneladas. Los horarios de trabajo que se cumplían en ese entonces eran de 7 horas en el departamento éramos 350 operadores y habían grúas, elevadores (patos) de diferentes tamaños y coberturas en el levantamiento de pesos llamémosles chicos (2 toneladas), medianos (5 toneladas) y grandes (10 toneladas).

Grúas, tractores los que daban los servicios tanto en almacenes, zonas,, espigones, buques, según fueran las solicitudes de servicio, todos trabajábamos de manera organizada, con cierto alborozo y alegría, manteniendo un buen nivel de camaradería, compañerismo y colaboración mutua entre todos los que constituimos el Departamento de Transportes.

La fe y la confianza en el futuro para el trabajador y sus familias era lleno de esperanzas y felicidad, sin zozobras y sin nubarrones.

Es así como una mañana de un día que pudo ser triste y sin recordación para este servidor, me nombraron a la zona 6 como operador de un elevador, para este caso de 5TN, se trataba de levantar unos tubos de fierro de dimensiones variadas, en cuanto al grosor de 12 a 15 mts. de largo, es así como cumpliendo con la presentación en la zona, se dispuso se cargaran los camiones que para este efecto estaban esperando en cola (uno detrás de otro) llegaba ya la hora de salida, 2pm., y el último camión que estaba cargando el que tenía unos “palos” (digámosle así) para sostener los tubos que se iban montando (cargando en la plataforma) como único “tope” lado a lado de la plataforma, incrustados en orificios que tienen las plataformas, es el caso que los tubos puestos en la plataforma ya tenían una altura considerable pero como es usual en estos casos, casi siempre el chofer del camión trata de llevar el mayor peso posible, ya que cobraban por tonelada de peso, me solicitó que le agregara 5 tubos más sobre la carga.

Paré mi máquina, observé la carga detenidamente no viendo obstáculo ni riesgo alguno, decidí efectuar esta maniobra, así es que cogí los tubos que se encontraban en el suelo, con las uñas del elevador, me aproximé lentamente al camión, elevándolos por lo menos 3 a 4 metros y como es usual acercándome busqué el lugar más apropiado donde depositar la carga (tubos 5) retirando las uñas hacia atrás, cuando ya confiado iba a retroceder la máquina, sentí un ruido ensordecedor, levanté la vista y vi como iba cediendo la parte alta y los tubos caían al suelo a mi entorno.

En ese instante que no se, si fueron segundo o minutos, mis sentidos hicieron que mis manos se aferraran al timón y me sintiera el ser más delgado y pequeño que se pudieran imaginar, exigiéndome mi sub consiente a permanecer quieto sin quitar la vista de la ruma sobre la plataforma del camión, la vi irse reduciendo, quedando algunos tubos (5 a 6) pues todos los demás habían rodado, cual billas en una mesa de billar, luego de unos segundos o minutos de permanecer atónito, observé mi entorno, habían tubos regados, regados por doquier, unos sobre otros en posiciones caprichosas, sobre mi máquina habían por lo menos 10 tubos unos parados, recostados a la máquina y solo dos estaban muy cerca a mi, que continuaba sentado sin moverme, uno había atravesado el castillo que tienen los elevadores por el centro y otro lo tenía en forma lineal a mi costado, costado de mi asiento, asentando sobre mi máquina, en ningún momento vi o sentí como llegaron hasta donde se encontraban, siempre pienso que mi ángel de la guarda tuvo mucha chamba, y sobretodo debía estar muy encariñado conmigo, que no hubo tubo que me golpeara.

Es así como los trabajadores nos forjamos, como el acero, en el fuego intenso en el cumplimiento de nuestras funciones, amén de situaciones providenciales.

martes, 16 de noviembre de 2010

CALLAO Y SUS PENUMBRAS

EN MEMORIA AL AMIGO NELSON MENDOZA

Eran los años de la década del 60; años en que la pesca estaba en bonanza, así como muchas otras actividades e industrias en el Callao, no dejando de lado el comercio de la Av. Buenos Aires, Sáenz Peña (Lima) eran arterias muy concurridas y alegres, los cines aún eran concurridos, Bellavista, Callao, Badel, América, Avenida Sáenz Peña, Pacífico, Porteño, La Perla, La Punta era un balneario de polendas, con sus casonas hermosas, los tranvías eran añorados con cercanía, el transporte público de pasajeros se hacía en autos “colectivos” se llamaban y ómnibus la línea siete “Lima Callao, por la Av. Venezuela, hasta Av. Abancay en Lima, colectivos urbanos e interurbanos como 13, 14, 16, 17, 18, 21, 27, 31, 101, el urbanito, todas ellas transportaban a los ciudadanos chalacos desde sus distritos y anexos al centro, la Av. Sáenz Peña, el mercado del Callao se mostraba bullicioso, alborotado, pero todos, todos, eran gentiles, caballerosos y atentos.

La autoridad portuaria hoy Empresa Nacional de Puertos, brindaba trabajo y seguridad a sus trabajadores y sus familias, sin zozobras ni amenazas, ni con esperanzas banales, pues todos, todos, tenían sus representaciones que permitían el equilibrio social, tan necesario y justo que brindaba una paz social, no solo externa, sino también espiritual.

Bueno pues, en este marco vivencial, el relato que a continuación describo tuvo su desarrollo.

Serían las nueve de la noche de un día del año 1964, era una noche como cualquier otra, hasta el momento en que inicio mi relato, pues en la Av. Sáenz Peña frente a Puno, el ingenio del transportista “colectivero” que transportaba preferencialmente pescadores que cumplirían su “faena” en sus “lanchas” y chalanas, según fuera el caso, en la pesca de anchovetas o en la pesca artesanal para la alimentación, es así como llegando al paradero en el “frigorífico” o muelle de pescadores como se le llama hasta hoy, no tuve mejor idea que regresar por la Avenida Contralmirante Mora (la que comunica la Base Naval con el Obelisco, y es así que no contando con la astucia de mis ciudadanos los “cacos” comencé a recogerlos en casi 200 metros de la Av. Contralmirante Mora (pues hábilmente se habían puesto de acuerdo para tomar el colectivo, como si ellos no se conocieran), es así como recogí a cinco pasajeros y siguiendo la ruta acostumbrada llegué al Óvalo del Callao, Jr. Puno y la Av. Sáenz Peña, y como debía ser, les solicité que bajaran (además había apagón, no funcionaban los cines y el comercio estaba restringido, a excepción de la cantina que quedaba en Puno y Sáenz Peña, tan frecuentada por los señores marineros, donde se producían famosas riñas entre policías y marineros, bueno esto es otro relato, mis pasajeros dadas las condiciones de una noche oscura, me solicitaron los transportara hasta la Prolongación Gálvez y Arequipa Sur, propiamente los barracones, todos asintieron, pensé que en el trayecto se irían bajando, no fue así, todos siguieron hasta el cruce de la Prolongación Gálvez y Arequipa, por ese entonces se había producido un terremoto y todavía había unas carpas de regular tamaño al borde de la calle.

En el momento que paré el auto para que bajaran (mi auto era un Toyota modelo Tiara, que por cierto era bastante reducido, en comparación con las “chalanas”, o lanchas (así se llamaban a los autos Studebaker, Buick, Chevrolet, Ford, Dodge y otras marcas de la época, que eran mucho más espaciosos).

Es el caso, que tener al pasajero del costado con un cuchillo amenazando mi estómago, otro que venía en el asiento de atrás me tenía apretándome el cuello, con un cuchillo puesto, debajo de mi cráneo en el cuello, otro se bajó y abrió la puerta del lado donde estaba yo, hurgando en el piso y mis bolsillos, los otros me tenían de los pelos y de la camisa, pero todos participaban de una forma u otra, y vociferaban, cual energúmenos, pidiéndome les de el dinero, vi que uno de ellos tomaba el sencillo que estaba sobre el tablero, en el cenicero que este modelo de auto trae, y es así como en una noche oscura, por demás, estaba en una situación muy difícil, tratando de calmar a estos circunstanciales agresores, con palabras como “no tengo” “eso es todo lo que hay” recostando al espaldar, el olor de “alcohol”, llámese trago, tabaco y hierba era nauseabundo, casi insoportable, mi cerebro me dictaba “tranquilidad” buscando una salida, en esta difícil situación, vi por el espejo retrovisor venir un vehículo con las luces grandes encendidas, puesto que conforme se acercaba iluminaba todo el ambiente, es de suponer que esta providencial aparición fue cosa del destino o suerte, o, o, o, buen la actitud del chofer del vehículo, no cabe duda, que fue la “mejor” para este su “amigo” redactor, pues acelerando repetidamente su “carro” se paró al costado del mío, iba solo, para esto los “choros” al ver que venía al auto en mención me reconvinieron, me amenazaron, me cortaron el cuello y la barriga diciéndome “no te muevas ….. o te matamos”, presionando el cuello me obligaron a “bajarme” en mI asiento, el que estaba parado en la puerta donde yo me encontraba, tomó la posición como si estuviera conversando conmigo, por “suerte” no cerró la puerta, cuando el carro del amigo ejecutaba la “aceleración a fondo y continua” (para los entendidos se trataba de un Ford 52 de ocho cilindros).

El vehículo que yo manejaba tenía un “lomo” llamémosle así, en el centro, aprovechando que estos “facinerosos” habían aflojado la presión sobre mi cuello y mi estómago obligaron a bajar mi cuerpo sobre el asiento, en todo momento mi cerebro buscaba una salida y me aconsejaba mantener la calma, es así como casi sin pensarlo apoyé mis pies en el “lomo” llamémosle así a la curvatura que estos vehículos Toyota Tiara del año 1963, traen en el centro del piso, dando espacio para la caja de cambios, el impulso fue tan fuerte que al “choro” que estaba en la puerta, cayó sobre la pista y el facineroso que estaba detrás, salió prendido aún de mi cuello, con el cuchillo en la mano, pasando sobre el espaldar del asiento (el asiento era corrido, no dividido como los de ahora), cayendo junto conmigo al pavimento, nos paramos al unísono, uno frente al otro, el “caco” levantó el brazo para acuchillarme, pude tomarle el brazo y dando un paso de costado, tomé distancia de él (los demás, pude observar, tomaban las de “Villadiego” corrían en medio de la oscuridad) arrojándome el cuchillo en la cara (pude evitar que me cayera) escuché una voz que me gritaba, sube a tu carro, vamos, y así lo hice, reconociendo al amigo que manejaba el carro que providencialmente apareciera, (el Ford 52), apellidaba Nelson, vivía en la Av. La Paz, cerca al Jr Brasil (donde vivía y vivo aún yo), tenía la camisa ensangrentada y rota. Bueno, calmada las cosas, a dos cuadras de lo sucedido paramos, llegando al Óvalo Guardia Chalaca (donde se ubicaba el Colegio Canadá) pues sabíamos que existía un puesto policial, para informar lo sucedido, toqué la puerta, me abrió la “ventanita” y por ahí recibí el “auxilio” que buscaba, le relaté brevemente lo sucedido y me manifestó que viniera en la mañana a presentar mi “denuncia” que estaba solo.

Mas pensando en mi amigo, que en mí mismo, dado mi estado de ánimo, decidí darle las gracias y acercándome a Nelson le agradecí y nos despedimos deseándonos ¡suerte!.

LOS MILAGROS SÍ EXISTEN


EN HONOR AL SANTO SAN MARTÍN DE PORRAS
Era un día como tantos, que van pasando en nuestras vidas, en aquel año de 1962, Enero, para más precisar, época de verano, en el distrito de La Perla, Callao. Por urgencias que me daba el trabajo, en el cine La Perla, ubicado en el distrito de La Perla, que por cierto para ese entonces todavía era una sala de primera, donde se exhibían películas de estreno en simultáneo con otras salas de Lima y Callao (pues fue inaugurado el 29 de Julio de 1959).

Tenía un auto Chevrolet año 1952, seis cilindros, recién pintado y con algunos desgastes mecánicos, pues ya había sufrido volcadura antes de comprarlo.

Es el caso que conduciéndolo presuroso por la calle Maranga (Prolongación Maranga), a corta distancia para llegar al Jr. Alfonso Ugarte por evitar un obstáculo que se encontraba en la pista, viré el timón casi perdiendo el control del vehículo.

Entre el cruce de la calle Maranga y Alfonso Ugarte existía un espacio vacío, plano de tierra, de unos 30 mts2, donde se encontraban dos niños de unos 6 a 7 años cada uno, quienes al ver que el auto se salía de la pista corrieron hasta recostarse a la pared, yo dentro del vehículo logré ver a los niños en su carrera y hasta que se pararon recostados a la pared, sus rostros mostraban ansiedad, terror, miedo, pues el vehículo que manejaba iba directo a ellos.

Yo, asustado, pisaba el freno una y otra vez, y trataba de desviar el vehículo, pensando en lo supremo, sudoroso, nervioso y el vehículo no se detenía, faltando menos de un metro para llegar a los niños, el vehículo se detuvo, como si una fuerza superior a la máquina hiciera que éste se detenga, los niños levantaron los brazos quedándose atónitos unos segundos, corrieron buscando seguramente sus casas y su seguridad.

Yo, aún atónito y casi paralizado, bajé del vehículo, ya no veía a los niños, persignándome agradecí a Dios Supremo, Señor, al beato hoy santo San Martín de Porres, a quien ya en otras oportunidades me había encomendado, pidiéndole apoyo en circunstancias muy difíciles, recibiendo su ayuda en todos los casos (para los escépticos diría, si sufren y viven sin fe, sus penas serán siempre más intensas y la felicidad más distante).

Es así como volví a subir a mi auto, pisando el freno, que seguía sin funcionar, bajé nuevamente, miré el suelo y habían algunas manchas de humedad, por lo que tuve que suponer que se había derramado el líquido de freno y por lo tanto no funcionaba el freno de mano, no funcionaba, así lo compré, debo recordar que fue mi primer carro que compraba.

Todos los que viven en el distrito de La Perla y Bellavista que pasan por las intersecciones que he mencionado (Prolongación Maranga y Alfonso Ugarte) hoy se encuentra una urna donde está el Santo San Martín de Porras, para suerte de todos los que viven a su entorno, rogaré me comprendan, para que esto suceda (no tuve ninguna oportunidad de participación en honor a la verdad) pero si mi reconocimiento y agradecimiento eterno en nombre de Dios a San Martín de Porras que hoy ocupa ese lugar.

jueves, 4 de noviembre de 2010

LAS CALLES DE LIMA


CHOROS A LA PARRILLA


Era un día soleado de esos que el verano nos trae, en el año 1986, me encontraba circulando en el distrito de Miraflores, Lima – Perú, cumpliendo con mi función de taxista, por el Parque Kennedy, cuando algo agitado un ciudadano de unos 40 años de edad, mas o menos, producto criollo 100%, hace la señal de estilo, para tomar un servicio de taxi, paré, se acercó a la ventanilla derecha, diciéndome que necesitaba lo lleve al distrito de La Victoria – sugiriéndome que me pagaría cinco soles, que le era urgente llegar con la llanta de repuesto, que por cierto yo lo había visto traerla rodando, porque su carro se le había bajado la llanta, acepté, subió su llanta en el asiento trasero (se trataba de un auto Volkswagen, con el que yo trabajaba en el servicio de taxi), subiendo en el asiento de adelante el pasajero mencionado.

Inicié la marcha, no mas de tres o cuatro metros, apareció un amigo alborotado, él, tratando de hacerse notar por el circunstancial pasajero, haciendo que me detenga, saludándose mutuamente, preguntándole donde iba, el pasajero le respondió manifestándole lo descrito líneas arriba, de inmediato se ofreció a acompañarlo, para ayudarlo, y así se bajó para permitirle al “amigo” subir, y ubicarse en el asiento posterior del vehículo, conversando muy eufóricos los amigos, yo enrumbé hacia La Victoria, parece que ellos se distrajeron, pues cuando ya había tomado el “zanjón” el pasajero que iba en el asiento de adelante, no sintiéndose a gusto me increpó ¿Por qué había bajado al zanjón? Pues quería ir por la parte alta, ya para entones mi olfato de taxista me puso en alerta, puesto que tanto por las expresiones como por los temas que trataban parecían más que amigos “compinches” que compartían una aventura delincuencial (como dada la celeridad y continuidad del tráfico en el zanjón, difícilmente estos sinvergüenzas podían actuar o tratar de “asaltarme” se incomodaron).

Bien, rápidamente cambiaron de actitud y sonrientes ellos, me apuraron, mencionando que su carro estaba botado en la calle Luna Pizarro y que era una calle peligrosa, todas estas expresiones y ademanes me dieron certeza con respecto a sus intenciones.
Saliendo del zanjón a la altura de la Calle 28 de Julio, (La Victoria) al máximo de velocidad posible, me preguntaron por donde iba a ir, respondí, lo más taimadamente, por la Av. Grau, pareciera que mi respuesta los conformó, puesto que riéndose, regresaron a hablar de sus grandes borracheras, diversiones (como lo vinieron haciendo en todo el recorrido)

Llegando a la Plaza Grau, donde se inicia la Av. Grau, existe un grifo al cual ingresé, raudo pero seguro, estacionándome al costo del surtidor, mis dos pasajeros al unísono me increparon ¿Qué pasa maestro? Yo, abriendo la puerta, bajándome, respondí con voz fuerte ¡no hay gasolina! Parándome frente al grifero, ¿tienes arma? Me respondió ¡no! Le dije enseguida, creo esos dos son choros, tomé una decisión inmediata, vi por lo menos cinco policías de tránsito que alborotados dirigían el tráfico, al entorno de la Plaza Grau, tocando “pito” constantemente, voltee y mirando a “mis circunstanciales usuarios” les dije, bajen, hasta aquí nomás llego, ¡no va más!, estos señores “lagartijas” entre sorprendidos y tratando de demostrar sorpresa y ofensa, apresuradamente me respondieron ¡no! Tiene que llevarme a Luna Pizarro, yo respondí, bueno, que prefieren bajarse o llamo a los policías.

Se miraron, se hicieron señas, me increparon, más, balbuceando que otra cosas, eres pend… conch…, bajándose apresuradamente, pasándole la llanta, en seguida bajó el pasajero que venía en el asiento posterior, caminando en línea recta hacia la pared que bordea un corralón, se fueron rodando su llanta, cual simples transeúntes, apurando el paso, como si temieran algo.

Me quedé un momento conversando con el señor grifero, decidiendo continuar mi faena, enrumbé buscando un nuevo usuario que tuviera necesidad de servicio de taxi, sin malas intenciones por supuesto. ¡Oh ciudad, hermosa ciudad! ¡Oh trabajo, lindo trabajo!

viernes, 3 de septiembre de 2010

CLAMAN JUSTICIA

HERMANO Y TRABAJADORES RECLAMAN DE PEDRO LÓPEZ ALCALDE LA PERLA
RECLAMAN: JUSTICIA – JUSTICIA


Camión recolector de basura – sin SOAT tritura pie de trabajador, y es retenido en maestranza, desangrándose, no murió, se vieron obligados a llevarlo al Hospital después de 40 minutos sigue en abandono, todos los trabajadores carecen de guantes, zapatos, mascaras y preparación sicológica, técnica y prevención de salud.

Ganando sueldos miserables con horarios de 12 y 14 horas, dicen, “si quieres” porque si no otros tomaran tu lugar, la formula de los descuentos que tiene este zamarro empobrece más aun los miserables salarios que reciben.


JUSTICIA, JUSTICIA CLAMAN LOS TRABAJADORES

martes, 31 de agosto de 2010

UN ENCUENTRO INESPERADO



Un día domingo cualquiera, en plena faena al servicio de la ciudadanía, allá en los años 1986, luego de un día agotador entre servicio y servicio (carrera y carrera) serían las 4 p.m. hora, según costumbre de almorzar, había que enrumbar hacia La Perla (donde vivía) desde el distrito de San Miguel.

Es así, como tomo la Av. La Paz cuadra 1 (San Miguel) manejando un vehículo marca Volkswagen año 1967, color blanco, ya sin querer hacer otro servicio de taxi, cuando habiendo recorrido seis cuadras al iniciar la cuadra siete, alguien estira su brazo en señal de requerir un servicio de taxi, paré ante el requerimiento, pensando ¿adónde irá este señor? Si es carca lo llevo (son tiempos difíciles y no se puede desperdiciar oportunidades), convenimos en el precio y luego subió al vehículo, el tipo era más o menos alto, delgado, recio de cara, diríamos un tipo fuerte y recio, se sentó en el asiento de adelante, llevando un paquete cuyo envolvimiento era de hojas de periódico, el taxi solo era hasta la cuadra 20 de la misma avenida La Paz (relativamente corta).

Desde el momento que subió al carro (llamémosle Juan, por así llamarlo) sentí su mirada ansiosa y penetrante, y en voz ronca y fuerte me dijo: oye, ¿yo a ti te conozco?. Para esto yo ya presentía se trataba de un hombre avezado y excesivamente fuerte físicamente, y pensé: no cabe duda que Juan es de temer, y no creo que tenga buenas intenciones.

Pero, como es costumbre en mí, controlé mis temores y sin mirarlo le respondí, entre satisfecho y no, como que la cosa no me interesaba ¿si? Y Juan preguntó: ¿tú no has trabajado en los barracones del Callao en la construcción de la pista?

Haciendo memoria rápidamente y con seguridad le respondí: sí, con Corde Callao, que era el organismo encargado de la construcción de las pistas de esa zona, se llamaba “La Corporación de Desarrollo del Callao” propiamente dicho.

Es así como Juan, rompiendo el papel del paquete que llevaba entre las piernas, me deja ver un “pistolón” de marinero.

El caso es que yo nunca trabajé en esa obra, fue mi hermano mayor pero gracia a papá y mamá salimos lo suficiente parecidos para que Juan me confundiera.

Y así las cosas, Juan me dice, hermano tengo que hacer un trabajo y necesitamos un “carro” pero no te preocupes, buscaré otro, déjame por acá nomas (ya estábamos en la cuadra 18 de la Av. La Paz) todo muy solo, no había casi tráfico vehicular, dijo Juan: por favor préstame un par de mangos, que me regreso al mismo sitio, dicho esto, ya había detenido el vehículo, cogí el sencillo que tenía en una cajuela y le di lo solicitado y nos despedimos como dos buenos amigos, deseándonos suerte.

Esos fueron otros tiempos cuando aun fuera de la ley mantenían respeto al conocido o al amigo.

sábado, 31 de julio de 2010

UN DOMINGO DE MIÉRCOLES


En los ochentas trabajaba cumpliendo con el servicio de taxi, entre el Callao y Lima, en muchos casos los pasajeros son de estratos sociales muy pero muy especiales (léase lumpen) y este es uno de los casos que me toco transportar a un ciudadano de estos especiales de baja estatura, sujeto algo vozarrón con un saco en la mano colgando del brazo.

Haciéndome la señal clásica, me paró para solicitarme un servicio de taxi al Callao, pregunte ¿Qué parte del Callao, pregunte ¿a qué parte del Callao? el Obelisco, respondió encontrándonos en la equina de la Av. Del Ejercito y Av. Brasil (donde existe un grifo hasta el día de hoy), por coincidencia ya yo estaba dando por concluida mi jornada de trabajo y este taxi solicitado me acercaba a mi casa, 3.00 soles le propuse, un precio cómodo (aceptando al “toque” como decimos en el argot criollo), abriendo la puerta (el vehículo era un Volkswagen del año 72 color blanco) se sentó en el asiento delantero e inmediatamente sentí que quería interrogarme, sin saludo alguno preguntó, ¿eres del Callao?, no, le dije, enseguida preguntó ¿conoces el Callao? Respondí si he ido dos o tres veces pero tú puedes guiarme, a lo que asintió con un gesto en su rostro y demostrando seguridad, si voy al Obelisco, y así ya estábamos frente al Colegio Militar Leoncio Prado (veníamos por la Av. La Paz) ya para entonces estaba seguro que se trataba de un “choro” dispuesto a asaltarme o en cambio podía esperarlos otros amigos en el lugar que me indicara, fuera cual fuera su intención, lo cierto es que no tenia duda alguna de sus santas intenciones, puesto que el transcurso del recorrido se saco el saco del brazo y ¡oh! Que sorpresa tenia no menos de 5 ó 6 chuzos (cortes), parece que me quiere amedrentar o quiere que sepa que es “choro” de alto vuelo.

Bueno así las cosas, trate de mostrarme lo más sereno posible y hasta manejaba despacio, por lo que este “ciudadano” me dijo sino podía manejar más rápido, claro le dije y aumenté la velocidad.

Llegando al cruce de la Av. La Paz y Av. Santa Rosa a cierta velocidad al llegar al Jr. Atahualpa voltee sin bajar la velocidad tomando el Jr. Atahualpa el “tipejo” reaccionó diciéndome ¡oye! ¿a dónde vas? respondí por aquí llevé al señor que me tomó la vez pasada y llegamos rápido, lo vi endurecer el rostro y dudar en lo que me iba a decir, ya para esto estaba llegando al Jr. Brasil (son 4 cuadras que separan a la Av. Santa Rosa y el Jr. Brasil) al voltear al Jr. Brasil había una veintena de muchachos jugando “fulbito macho” (ya sabemos que el mejor futbol se juega en las calles del Callao) paré de inmediato el vehículo interrumpiendo el juego que debía estar candente ya que todos se encontraban sudorosos y agitados y comenzó la chacota ¡Corrales! ¡Corrales! ¡sal, déjanos jugar! y el griterío seguía y mi pasajero después de algunos segundos en que le ganó la sorpresa, con rabia me dijo, conch ….. de tu …… eres pendej……, seguía conch…..

Yo con tranquilidad y para evitar cualquier desenlace fatal o no, le dije ¡fuera! señalando a la comisaría, luego replique ¡ahí está la comisaría de La Perla y todos los que están jugando son mis amigos!, no te quiero hacer ningún daño bájate y vete, ¡pero ya! le hice el ademan para abrir la puerta, para bajarme, sin perderlo de vista, (siempre mosca) yo no sabía cuál sería su reacción final, pero optó por bajarse e irse a paso ligero no sin antes llenarme de groserías y yo tratando de distraer a los muchachos les dije ya, ya pero dije a voz en cuello ¿quién va ganando?, la respuesta fue un loquerio de gritos para me retirara y los dejara jugar, y respirando hondo y viendo que el tipo no se detuvo para nada y a paso ligero dio vuelta en la esquina, avance hasta mi casa que estaba a una cuadra y así terminó este incidente … como los hay muchos, pero muchos…amen.

lunes, 15 de marzo de 2010

Morobón

Los pueblos recorren caminos desconocidos para quienes viven en ellos luchando por la supervivencia de ellos y sus seres queridos, se esfuerzan por perfeccionar sistemas que les permitan sobrevivir en las mejores condiciones posibles sobretodo, alimentaria, cuando el suelo que los cobija se resiste a brindarles sus productos para ellos y los animales que los acompañan, sus casas, sus ríos y todo cuanto la naturaleza les da.

Anécdotas y hechos del pasado son transmitidas de generación en generación, sus costumbres, juegos y competencias se dan cada cierto tiempo en fechas significativas señaladas por sus ancestros, muchos tenían la gran ventaja de haber viajado a ciudades más avanzadas de la costa y otras, hasta habían navegado en el “gran” Río llamado “mar” y eran asediados por los lugareños para que cuenten sus experiencias que generalmente las presentaban fantásticas e increíbles, pero siempre tenían una dosis de creatividad y fantasía que enervaba la imaginación de los lugareños, que enfrentados a la naturaleza, que no por ser tan agreste, no era dominada por estas gentes fuertes y capaces, con costumbres sanas con un espíritu de unidad y respeto a sus congéneres, capaces de efectuar jornadas agotadoras en extremo, dominando animales a su servicio con gran habilidad, y, desde muy temprana edad, cabalgando cual centauros en competencias, caseras, carreras, como equitación igual, acción efectuaban con sus armas de caza, hondas, trampas, machetes, hachas, cuchillos, hombres capaces de caminar horas, días, semanas y meses a pie, cubriendo grandes distancias a 4,000 mts de altura.


La vida transcurría así en un pueblo que se encontraba a 2000 metros de altura sobre el nivel del mar, en paz, sus habitantes no eran más allá de 1500 personas y así todos se trataban como si fueran una sola familia, los ríos, y valles altísimos, cerros cubiertos de vegetación no escondían nada para sus pobladores, hasta que un día llegan noticias de un pueblo invasor de Allende los mares que habían llegado a las costas del país, invadiendo sus ciudades, asesinando a todo aquel que les hiciera oposición, abusando de sus mujeres y saqueando todo cuanto algún valor tenía, esclavizando a todo aquel que encontraban separando a hijos y padres, apoderándose de toda propiedad, nombrando representantes para mejor dominar y esclavizar sus pueblos y aquel que no aceptara era eliminado, él y sus parientes, en las plazas públicas como escarmiento y muestra de dominio y esclavización y así lo entendieron muchos cobardes ciudadanos que se pusieron al servicio de estos invasores, desalmados criminales y ladrones.
Gente que venía huyendo de estos desalmados, llegaron a este pueblo, narraban todas estas atrocidades, crímenes y robos, alarmados todos los habitantes de esta pequeña ciudad se reunían en casas y lugares que antes habían servido para reuniones festivas comenzando a organizarse para no ser sorprendidos, poniendo vigías en lugares alejados para que avisaran en el caso aparecieran los invasores y evitar sorpresas.


Se acrecentaba cada día más las noticias de que venían invadiendo pueblo por pueblo, villorrio por villorrio, matando y llevándose presos a todo ciudadano que según ellos significara un peligro para ellos.


Es así como uno de los hijos predilectos de este pueblo llamado Goruchón en honor a su fundador quien se llamó Eustakio Gabón y muchos ciudadanos adoptaban el nombre de Eustakio y así se llamaba este hijo del lugar Eustakio Morobón Garqui, quien era un joven de 30 años, gran jinete, caminante incansable, ágil como un puma de más o menos 1.85 mts, capaz de grandes esfuerzos; había estado algún tiempo en las grandes ciudades así como había navegado en el gran río llamado “mar”; trabajó cerca de 5 años en unas minas a más de 4,000 mts de altura, un socavón de más de 2 mil metros de largo, con una serie de canales en todo su curso algunos llegaban hasta tener 500 mts de largo dicen, que, seguían así las vetas de mineral de oro y plata hasta que la consideraban agotada; por su tesón en el trabajo y su ascendencia sobre los demás trabajadores, lo nombraron “CAPATAZ” que significaba “Hombre de Confianza”, jefe absoluto de la obra, más aun cuando en las profundidades no había otra voz de mando que la suya, a pesar del cargo que ostentaba no dejaba de trabajar tan igual que cualquier minero, obrero, por lo que se había ganado el cariño y respeto de todos los trabajadores jefes y los dueños de la mina que la visitaban de vez en cuando. Era el encargado de los explosivos los que manejaba con maravillosa habilidad acertando siempre en la proporción y resultados deseados en los avances dentro de los socavones para extraer el mineral tan ambicionado, cuando tuvieron que cerrar las minas, así mismo, fue el último en abandonar la mina, sabía que quedaba en algún ramal de la mina en las profundidades toneladas de explosivos (dinamita), con cajones de detonadores y miles de metros de mechas especiales para ejecutar las explosiones; así como un sin número de herramientas (utensilios y maquinarías) asunto olvidado por Eustakio Morobón Garqui, quien conocía y hablaba una serie de dialectos de la región, lo que le permitía comunicarse con facilidad con la gente de diferentes lugares de altura; cada día que pasaba, no faltaba quienes pasaban por el pueblo huyendo del invasor sanguinario y cruel, dirigiéndose a las alturas buscando que refugiarse en las zonas más agrestes y boscosas prefiriendo poner en peligro sus vidas antes que caer en manos de los asesinos agresores, en este pueblo nunca faltó un plato caliente para que los viajeros recuperaran sus energías.


En una reunión donde participaban los más viejos de la comunidad, así como los jóvenes, acordaron defender su pueblo y cuidar de su gente, quedarían solamente los hombres de buenas condiciones físicas y dispuestos a realizar diariamente esfuerzos físicos como lucha y manejo de ondas, lanzas y cuchillos, encomendando a Eustakio buscar un lugar a mas de 4000 metros de altura a fin de acondicionarlo para que las familias, mujeres, niños y niñas se trasladaran a él, y, así parten 50 hombres con Eustakio a la cabeza no sin antes disponer para que en forma rotativa se hicieran guardia de avanzada permanente. Llegando al lugar señalado para el traslado del pueblo, vieron que era necesario cerrar algunos pasos dejando solo una entrada a la zona, agua había ya que pasaba un riachuelo por allí la zona estaba rodeada de altísimos cerros donde pululaban animales propios del lugar que brindarían carne en abundancia para el pueblo.

Esa noche Eustakio caminó hasta la mina abandonada regresando al medio día con un cargamento en la espalda llamado “Kipe” con mas de 150 kilos de dinamita en cartuchos, mechas y casquillos con diez hombres se dirigió a las faldas de un elevadísimo cerro que constituían una “V” dejando un paso fácil para cualquier ser humano o animal y podrían llegar y atacar el lugar por lo que fue distribuyendo su gente, casi al llegar a la cumbres de los cerros 150 mts de la sima colocando los explosivos a casi 50 metros de distancia, formando un cordón de más de 250 metros pasando luego al frente, efectuando el mismo trabajo, colocando una mecha que unía a todos los explosivos (10), luego provocó la explosión derrumbando grandes cantidades de piedras, rocas, tierra, rellenando el paso, convirtiéndolo en inaccesible para cualquier ser, tendrían que usar necesariamente las faldas de los cerros que eran muy agrestes y ningún caballo podría pasar.


Cuando regresaron al campamento ya habían construido algunas chozas amplías y así se quedaron 5 días más hasta que consideraron que era suficiente para albergar a las familias que vendrían llegando al pueblo de Moruchon, con la buena nueva que todo estaba listo para acoger a toda la gente del pueblo de Garuchon – poniéndole por nombre Garuchon II, comunicando a todos que estaba listo el lugar donde se trasladarían las mujeres y niños, así como los ancianos, quedándose solamente en Goruchón, los hombres y los jóvenes preparándose físicamente para defender su pueblo y la vida de sus habitantes proponiendo Eustakio Morobón Garqui que partiría con dos más llamados Eustakio Goron Tarqui y Eustakio, todos amigos de siempre para informarse y conocer a los invasores de su país que venían asesinando a todo ciudadano que se les cruzará, sean hombres, mujeres, niños y así partieron en cuanto llegó la noche por caminos difíciles que solo ellos conocían, llegando en la madrugada hasta cerca de un pueblito provinciano cercano, a la gran ciudad de Cotongo, tenían conocimiento que estaban los invasores criminales.


Esperaron ocultos todo el día y en la noche llegaron al pueblito en mención ingresaron uno por uno por distintas vías para encontrarse en la iglesia pequeña que existía, como sino se conocieran, vestidos como estaban con ropas viejas y sucias hablando en un dialecto muy poco conocido, se sentaron sobre algunas piedras grandes que estaban diseminadas frente a la iglesia, tenían conocimiento que la gente del lugar se reunía donde ellos estaban pero nadie llegaba, vieron a unos 50 metros una casita cuya luz rompía la oscuridad, se fueron acercando a ella y resultó ser un pequeño negocio con unas mesitas y banquitas de madera vendían licor y víveres, Eustakio se acercó al mostrador y salió una señora y le preguntó que hacía por ahí, que en la mañana había pasado una patrulla de soldados invasores y se habían llevado a los jóvenes amarrados y que habían matado a dos hombres y 3 mujeres a balazos por defenderlos.


Todos los soldados andaban a caballo bien armados y uniformados eran columnas de 20 a 30 soldados que habían escuchado que al otro día subirían a las alturas que estaban acampados a 500 metros del pueblo, que se habían llevado todos los animales, ni los huevos de las gallinas habían dejado, que muchos pobladores habían ido a las alturas y que contaban con una guía del lugar, que ya se habían rendido algunos pueblos, sobretodo los mas cobardes eran los más ricos que en los enfrentamientos habían matado a miles de jóvenes, hombres y mujeres además abusaban de las mujeres, que en los barcos se llevaban todo, desde una cucharita de té, hasta maquinas de cocer, las ciudades las incendiaban; con todas estas informaciones, los Eustakios acordaron retirarse a su lugar de origen, e iban pensando como defenderían a su pueblo, acordaron desviar la columna enemiga llamando su atención y tomaron el camino más corto para llegar a la mina abandonada y sacar la dinamita, así lo hicieron, amaneciendo ingresaron a la mina los tres, salieron cargando una buena cantidad de explosivos, caminaron en línea recta hacia el sur alejándose de su pueblo; Eustakio le dijo a Goron Tarqui que enterrara en ese lugar la dinamita que él portaba y que se fuera al pueblo a comunicar todo lo que sabían y que subieran a las alturas y no se dejaran ver, que llevaran todas las armas que pudieran, que regresaran con mucho cuidado con 50 hombres hasta el cerro “colorado” que iban a escuchar explosiones, pero que no se preocuparan que era para llamar la atención de la columna enemiga y se desviaran para que no llegaran al pueblo, salieron del pueblo Gorontarki y los 50 hombres para darle el alcance a Eustakio Morobon, sintieron a la distancia una explosión, apuraron el paso para subir a las cumbres y luego de dirigirse a “cerro colorado” al atardecer llegaron todo el grupo al “cerro colorado” y ya Eustakio Morobón había sembrado los cartuchos en una profunda garganta que era un paso obligado para llegar a cerro colorado a caballo enterándose por los recién llegados que habían divisado desde las alturas una columna de jinetes que debían acampar cerca del lugar en que estaban. Por lo que mandaron dos vigías a las 5 am. Despertó a todos una explosión que Eustakio Morobón había provocado para llamar la atención de los invasores, ya el cañón donde tendrían que pasar a caballo los invasores estaba totalmente minado ordenando a 3 hombres que fueran al cerro “azul” que en el gran peñasco había dejado una carga de dinamita que dentro de una hora debían hacerla explotar para que el enemigo no sospechara nada y pensara que se trataba de una mina y se imaginen que era de oro y así fue; a la hora se sintió la explosión en el “cerro azul “ y a la media hora vieron que se acercaba al cañón, la columna apresurando el paso cuando, toda la columna estaba dentro el cañón se ejecutaron las explosiones sucesivas, las piedras y rocas cubrieron a todos los jinetes sin quedar ni un sobreviviente, se quedaron observando unos minutos y enseguida Eustakio Morobón ordenó a sus hombres que rescataran todo el armamento posible, ropas, aparejos, sables, cuchillos y así lo hicieron llevando todo a la vieja mina no sin antes efectuar otras explosiones que terminarían cubriendo a la columna con miles de toneladas de tierra y rocas llegaron estas y otras noticias a la jefatura; de estos malandrines invasores, enfureciendo a estas fieras, ordenando a sus ejércitos matar a estos ruines enemigos que se atrevían enfrentar el poder de sus ejércitos, sin considerar que ellos eran los malditos asesinos invasores de un país pacífico que solo aspiraba a trabajar.


Es así como sale una serie de columnas de soldados a invadir los pueblos aledaños en las alturas, enterado Eustakio Morobón Garqui de las nuevas disposiciones del mando del ejército invasor, reunió a sus hombres de más confianza y elaboraron un plan con la participación de todos los hombres, sólo tendrían un numero que portarían para identificarse por números y formarían grupos de 20 hombres todos armados con lanzas, flechas, hondas y cuanta arma pudieran usar contra el enemigo.


Tenían que subir mucho más y ubicar un campamento donde el enemigo no podría llegar a caballo. Tratar de conseguir toda arma posible en los pueblos aledaños y recordarles que subieran a las alturas, día a día llegaban voluntarios a unirse a ellos, muchos llegaban con armas de caza, que serían muy útiles aunque fuera para sorprender al enemigo de 50 hombres, ya eran cerca de 300 hombres, ya faltaba la comida, crearon grupos de cazadores que salían a diario a cazar siempre a las alturas para evitar ser sorprendidos por los invasores.


Es así que se enteran que una columna enemiga se dirigía a un pueblo que se encontraba a un día de camino de donde estaban y así deciden partir 100 hombres hacía dicho pueblo yendo a la cabeza Eustakio Morobón Garqui Y Eustakio Goron Tarki.


Encargando el traslado del campamento a Eustakio Toron Marqui a una zona llamada “estancia verde” donde se iniciaban unas extensas pampas heladas.


Y es así como parten estos cien hombres sin nombres, sólo con número del 1 al 100 y en el camino van volando cuanto puente encontraban cerrado el paso de jinetes a caballo llegando al pueblo al que sabían se dirigían las huestes invasoras tomando contacto con los lugareños.


Se informaron que existiría un paso obligado al costado de un elevado cerro lleno de vegetación llamado Toro Viejo, es así como deciden trasladarse a dicho cerro, observando la altura y la inmensa cantidad de rocas, deciden ahorrar explosivos, sobretodo evitarían que vengan otras columnas de enemigos al escuchar las explosiones que sabían estarían cerca, según sabían tenían órdenes de subir a las alturas a exterminarlos por lo que prepararon algunos cartuchos por si fuera necesario usarlos.


Manda algunos hombres a ver si podían ubicar el campamento de estos facinerosos los emisarios regresaron a medianoche e informaron que estarían a 2 horas de donde se encontraban, sabiendo que llegarían de día Eustakio Morobón Garqui ordena ocultar todo lo que tenga brillo y que las armas se forren con lana y ordenó, mover toda piedra, toda roca, trabajo que realizaron en toda la noche en más de 500 metros de largo, la señal la darían con una corneta de cacho, como a las 11 am aparecieron a la distancia los invasores a caballo llevando delante de ellos como a 30 lugareños cargando bultos en sus hombros y cual esclavos atados unos a otros por el cuello, la suerte era que habían escogido la línea de ataque lo suficientemente larga para salvar a los lugareños y así fue una vez que el último jinete de la columna había avanzado 50 mts hacía adelante, comenzaron a rodar la piedra y rocas que bajaban cada vez con más velocidad hasta caer sobre estos soldados invasores, salvándose todos los prisioneros y los bultos que cargaban, para esto ya en la noche se había mandado un emisario para que una columna de 100 hombres vinieran previniendo que alguna otra columna estuviera cerca. De inmediato se repartieron todo cuanto armamento había, los treinta prisioneros se unieron a los hombres de Eustakio Morobón Tarki, no sin antes reconocer su mando y jurarle lealtad; llegó un emisario informando que la columna que venía se había topado con otra columna enemiga a 2 kms más o menos y siguiendo la táctica acordada los estaban distrayendo haciéndolos que suban y suban tras ellos evitando se acerquen y les disparen arrojándoles cuanta piedra, rocas y usando sus ondas, cuando llegaron al lugar todos los jinetes estaban a pie tratando de alcanzar a los lugareños quienes se cuidaban de los disparos, corrían, siempre hacía las alturas, igual que la otra columna eliminada ésta tenía 20 hombres amarrados del cuello portadores de bultos, estaban junto a los caballos y sólo 2 soldados estaban vigilándolos, con dos sendos hondazos los eliminaron, ya que no percibieron su llegada, estaban atentos a la persecución desatada por los invasores, se repartieron, las armas prontamente, Eustakio Morobón Garqui, por si se acercaba alguna otra columna de enemigos tanto a la derecha como a la izquierda, ordenó que se ubicaran los vigía a no más de 500 metros del lugar de los acontecimientos, tanto a los costados como hacia atrás.


Hicieron un círculo y los rodearon ordenando no atacarlos frontalmente, le preocupaba la supervivencia de su gente que muchos sabía no tenían experiencia en estas lides.


Es así como ordena a su gente abrir el círculo abajo y que los de arriba suelten algunas piedras y rocas, efectuando algunos disparos con las armas capturadas, lo que amedrentó a los viles invasores, que se sentían perdidos y gritaban que se “rendían” ordenándoles que bajaran de uno en uno, si no los matarían, y así lo hicieron los muy cobardes y asesinos. Eustakio Morobón Garqui quería enviarle un mensaje al mismísimo jefe de las fuerzas invasoras y advertirle que él no tomaría esclavos y que se fueran a su país, sino los mataría a todos y todo el que había abusado de alguna mujer sería ajusticiado que todo ciudadano estaba prohibido de brindarles ninguna atención y menos alimentos.


Y así lo hizo, preguntó por el jefe del grupo, eran once los sobrevivientes, todos señalaron a un sargento, un tipo mal encarado y le preguntó: “tú te has rendido”. No respondió. Ordenó: “¡ahórquenlo!” Gritando desaforadamente “¡que si! ¡que sí se rendía!”, soltando un llanto lastimero, “ustedes”, dirigiéndose a los soldados enemigos, “tienen este por jefe, alguno de ustedes lo quiere matar”; un soldado dijo: “yo, pero luego me matan ustedes o me dejan que me suicide”. “No”, dijo Eustakio Morobón Garqui, “en su base harán lo que quieran, pero no olviden darle mi mensaje a sus jefes, que regresen a sus pueblos, si no yo y mi gente iremos a él, lo invadiremos. Pero antes le daremos muerte a todos ustedes”. Ordenó amarrarlos, tal como ellos traían a los lugareños y les dijo: “no intenten desatarse, mi gente los vigilará constantemente y el que se desate morirá”.


Y así en fila comenzaron a caminar de regreso, después de caminar cinco horas se encontraron con una de las columnas que venían del cuartel general con numerosos soldados y pertrechos.


Eustakio Morobón Garqui tenía su plan hecho en su mente, consultado con sus hombres de confianza, uno era alejar a los invasores de su pueblo y de los demás pueblos y otro era hacerlos llegar a las alturas para enfrentarlos y empujarlos a las pampas heladas, ya que su gente estaba habituada a este clima frío y lluvioso.


Recordó que cerca existía una mina que sabía que estaba abandonada como todas las del país, porque la invasión había provocado pánico. Mandó cincuenta hombres armados a traer todo cuanto encontraran útil para enfrentar al enemigo y sobretodo explosivos y herramientas, decidiendo subir hasta el nuevo campamento donde esperaría a los hombres que había enviado a la mina llamada “La Encantada”.


Estando ya en la base llegaron los hombres que fueron a la mina “La encantada” cargados de explosivos a más no poder, informando que en la mina existían grandes cantidades de explosivos y herramientas.


Ya su nombre y sus hazañas eran conocidos en todos los pueblos y era la esperanza de libertad que todos tenían, ya que el ejército y los ciudadanos notables habían arreado banderas y el saqueo y los abusos continuaban. Eustakio Morobón Garqui nombró a su ejército libertador de su patria y traidores a todos los que no lo apoyaran y debían llevar a las alturas todo animal que sirviera de alimento, guardándolos en las alturas para alimentarse en el futuro, de tal manera que cuando el invasor llegara no encontrara alimento alguno y así lo cumplieron la gran mayoría de ciudades de la zona y ya muchos se habían trasladado a 4000 metros y más.


Todos los hombres de Eustakio Morobón Garqui sabían manejar las ondas y el cuchillo con una precisión inaudita así como todo tipo de herramientas, las habían convertido en armas letales, como la lampa, que era una lanza pesada y efectiva como mazo; las barretas en lanzas; les picos los habían cambiado de mango poniéndoles unos más largos que les permitían “barrer” al enemigo, así decían ellos, o les servían para lanzarlos a gran distancia, los cuchillos eran usados por todos aprendiendo la lucha cuerpo a cuerpo, flechas, dardos, macanas y armas que manejaban con gran destreza.


Pero Morobón sabía que en un terreno plano a todo esto era superior las armas del invasor, planificó llegar a la parte baja, entrar a la ciudad y raptar al general y a todos los jefes que pudieran, pero para ello tenían que provocar un enfrentamiento a 5 kilómetros de las bases enemigas, y darles la seguridad que el mismo Morobón y todos sus hombres “rebeldes” como ellos los llamaban estaban ahí, y mandaría otra columna al territorio del invasor agarrándolos por sorpresa y capturarían cuanta autoridad pudieran, vestirían los uniformes capturados, calculaba que ambas columnas se demorarían no más de quince días en ir y regresar, ordenando al grueso de su ejército descender hasta cierta altura y otro grupo muy regular fuera a esperar la otra columna, todos llevarían por lo menos un cartucho de dinamita y todas sus armas.


Enterados de que existía una base de los invasores, en un pueblo llamado Choscon, decide Eustakio Gabón Garqui, bajar a casi 800 metros hasta Choscon para ver si podía apoderarse de las armas que tenía el enemigo, decide hablar con sus hombres y les dice de la oportunidad que tenían de conseguir armas y municiones y que hasta ahora habían preferido evitar exponer a todos a enfrentamientos directos, pero tenía conocimiento que día a día llegaban más soldados del país invasor y así se proponía a buscar más armas y municiones, ya que habían crecido en número y las armas que tenían eran muy efectivas en las alturas, cuando atacaban pequeños grupos, pero en cualquier momento podrían atacarlos con todo su ejercito el invasor y no podrían enfrentarlos por falta de armamento. Todos acuerdan correr el riesgo y bajar por grupos de no más de 20 hombres a 1 hora de distancia cada uno y por diferentes caminos, destruyendo todo puente que encontraran, obstruyendo todo paso posible a los caballos del enemigo y si a su paso por los caseríos o pueblitos había voluntarios los mandasen a unirse a la línea de contención que formarían 300 soldados de Eustakio Morobón a 2000 metros de altura esperando en una línea de 20 km, formando grupos de 60 hombres. Y así luego de acordar los caminos que seguirían; partió el primer grupo y con otros fueron a ocupar sus posiciones para iniciar el descenso conforme lo acordado viajando sólo de noche llegaron al segundo día a las cercanías de Choscon recibiendo en el camino una serie de informaciones de los abusos y atrocidades que venían cometido los invasores en Choscon pero que habían quedado muy pocos soldados al cuidado de la base y que el grueso de la tropa enemiga, se había internado en las alturas en busca de los rebeldes. Sólo quedaron 30 soldados al mando de un capitán, estando reunido a 30 minutos de la base sólo el grupo comandado por Eustakio Morobón Tarqui atacarían y los otros quedarían a 10 minutos del objetivo ya que se necesitarían hombres para cargar las armas y municiones que suponían eran numerosas.


Y así acostumbrados como estaban a caminar sigilosos llegaron al objetivo, unos con ondas, otros con flechas, fueron eliminando a los vigías hasta llegar a tomar presos sólo a 6 hombres sobrevivientes. Se encontraron con un arsenal tremendo, por lo que ordenadamente comenzaron a preparar los bultos a transportar mandando llamar a las otras columnas mientras otros salían cargados, iban llegando los otros, mandó llamar a 100 hombres de la línea de contención ya que lo encontrado superaba las expectativas.


Y así al rayar el día se encontraban cobijados, descansando, solo viajaban de noche, ya los prisioneros iban por delante a la base principal resguardados por 20 hombres de Morobón.


Al tercer día llegaron todos a la base principal sin ningún tropiezo, de inmediato ordenó Morobón que fueran 30 hombres bien armados y con buena cantidad de dinamita hacía el norte para que hicieran el mayor ruido posible, tumbando puentes, cerrando caminos a pura dinamita, todo debía ser en el menor tiempo posible y de inmediato debían regresar a la base por mayor altura posible para que no fueran seguidos.


Mientras sucedía todo esto llegaron los hombres que habían transmontado la cordillera y tenían 5 prisioneros, todos eran autoridades en el país invasor, la línea de apoyo había eliminado a todos los perseguidores. Enseguida todos comenzaron a entrenar contando ya, Morobón con más de 600 hombres bien armados y 900 hombres con armas rudimentarias y por lo menos con un cartucho de dinamita cada uno, esto le daba cierta confianza a Morobón que siempre disponía de vigías a diferentes puntos y diferentes alturas sabiendo que cualquier ataque por sorpresa podría perjudicarlo tremendamente.


Morobón y su gente de confianza consideraban que unos 20 ó 30 días tendrían a sus hombres preparados para cualquier enfrentamiento, pero temían que el enemigo llegara antes, así que ordenó que la mitad practicara en las mañanas y la otra mitad en las tardes para siempre tener gente fresca.


Pasaron 30 días y los invasores no aparecían, tuvo noticias que los facinerosos habían preferido dirigirse a los diferentes poblados evitando las zonas donde estaban los rebeldes, según ellos consideraban enterados que los invasores habían ocupado el pueblo de Cuchomon con más de 400 soldados a caballo, Morobón decide ir a liberar Cuchomon parte con 600 hombres llegando a las cercanías del pueblo, al quinto día, fue informado de la ubicación de los soldados que al día siguiente partirían a ocupar otro pueblo, los invasores a modo de despedida habían organizado un zafarrancho mandando traer del pueblo trago y mujeres usando la fuerza y la violencia, lo que más encolerizó a los hombres de Morobón haciendo cambiar sus planes de ataque ya que pensaban hacerlo de día, esa misma noche atacarían dando tiempo a que esta gente se emborrachara, a la distancia se veían diferentes fogatas en el campamento de invasores, lo que hacía suponer que estaban divididos por lo que Morobón decidió dividir su gente en tantas fogatas como se distinguían y formar un grupo de 30 hombres que se encargarían de espantar y dispersar los caballos empleando en el inicio sólo armas silenciosas hasta que se escucharan las explosiones para asustar a los caballos y así sucedió, en enfrentamiento cruento, cuerpo a cuerpo y sin piedad para nadie, llegando el alba y los invasores habían sido eliminados al ser sorprendidos borrachos y distraídos; sólo quedaban 30 sobrevivientes que según Morobón los necesitaba como mensajeros la pérdida de los patriotas defensores de la nación fueron sólo 20 hombres que Morobón consideraba penoso y lamentable rindiéndoles homenaje a la hora de enterrarlos dirigiéndose a sus hombres y al pueblo en general dijo: todo hombre, toda mujer ennoblece su alma al defender hasta con su vida la herencia dejada por sus ancestros y que la patria la constituimos todos, derrotaremos al invasor y si es necesario lo invadiremos, que Dios nos perdonará porque sabe que nosotros no hemos provocado a nadie y solo queremos vivir en paz con todos los hombres de este mundo. Partiendo de madrugada en línea recta ascendieron a la sima de la cadena de cerros que rodeaba el poblado de Cuchomon donde acamparon esperando la noche, Morobón decidió enviar mensajeros a diferentes poblados con la finalidad de informar a los pobladores de la existencia de este ejército de liberación nacional y pedir que todo ciudadano que quisiera libremente podría sumarse a estas fuerzas de liberación nacional. Esa noche Eustakio Morobón ordenó que se formaran 6 grupos de avanzada para que fueran delante del grueso de la tropa a 2 km de distancia uno de otro formando un abanico y siempre hacía el sur llegando a las cercanías de Arcantay, ciudad de numerosos habitantes conquistada por estos invasores apoderándose de todo cuanto valor tenían. Un numeroso ejercito dominaba la ciudad por lo que Morobón y sus hombres decidieron rodearla para llegar a Arcanton, ciudad fronteriza con el país de los invasores donde paradójicamente era poca numerosa la tropa que dominaba la ciudad, decidiendo atacar no desde el sur sino desde el norte, como si vivieran del territorio de los invasores disfrazados con los uniformes que le habían quitado a los invasores en Cuchomon y solo una pequeña fuerza atacaría desde el sur.


Cuando los soldados vieron a la distancia venir el ejercito de Morobón bien uniformados y con armamento propio del ejército invasor, pensaron que venían a reemplazarlos para tomarse un descanso en sus pueblos de origen todo esto sucedía casi a las 6:00 p.m. entre claro y oscuro conociendo ya los soldados de Morobón la ubicación de los soldados invasores quien había dispuesto que un grupo de 20 soldados crearon un laberinto en el ingreso a la ciudad por zona sur y así los invasores estuvieron atentos a esa zona y el grueso del ejercito de liberación pudieran llegar al cuartel general de los invasores.

La consigna era que una vez se iniciara la batalla todos los soldados del ejército de liberación se quitaran las casacas o las polacas como las llamaban para evitar confusiones.


Todo coincidió de tal forma que a paso ligero llegaron al cuartel general, les abrieron las puertas, ingresaron a un gran patio y, ya se escuchaba los disparos y explosiones a la distancia, una vez dentro, cerca de 300 soldados todos sacaban un cartucho de dinamita cada uno prendiéndolo y tirándolos sobre las construcciones armando sus bayonetas y atacando a diestra y siniestra; en 30 minutos, todo el edificio estaba tomado y tanto el norte como del sur avanzaba el ejercito de liberación.


Todos los soldados del ejército de liberación salieron del cuartel y se dividieron en dos grupos, unos avanzarían al norte y otros al sur sorprendiendo al enemigo entre dos fuegos. A las 10 de la noche la ciudad había sido liberada sabían que las fuerzas que ocupaban Arcantay ya tenían conocimiento de la liberación de Arcanton pero Morobón sabía que de noche no abandonarían la ciudad de Arcantay y procedieron, enseguida a rearmar el ejército y recibir a más de 500 hombres dispuestos a pelear, muchos eran soldados de la nación dispuestos a morir por su patria, Morobón ordenó a su gente cargar todo el armamento, tomar los caballos y cargarlos para trasladarse de regreso a las alturas de Cuchamon donde tenían decidido tener su base de operaciones en las pampas Jucinon, siempre pegados a los cerros ocupando las alturas.


Llegando al 5º día a las pampas Jucinon, organizó un escuadrón de caballería, 500 caballos escogiendo sus mejore soldados entrenados para pelear a pie y a caballo.


Tenía un ejército de 5000 soldados a pie, bien armados y preparados, en las ciudades donde llegaban los invasores la gente ya no los recibía preferían regresar cuando éstos se retiraban, no les dejaban alimento alguno, todo se llevaban donde iban y lo que dejaban, eran enterrado para que el enemigo no se alimentara ni se llevara nada, ya había una reacción general en todo el país y la fe nacía en base a las acciones que venía efectuando Eustakio Morobón Garqui y su ejército y no faltaban acciones aisladas de pequeños grupos que emboscaban, mataban y acuchillaban a soldados invasores, en muchos casos luego de una borrachera lujuriosa y gratuita y así iban minando la disciplina del invasor.


El ejercito de Eustakio Morobón Garqui estaba actuando casi en una línea recta desde los 3000 metros de altura en todo lo largo del país, zona bastante accidentada a donde sólo se podía llegar a pie ya que todos los caminos estaban obstruidos y los puentes estratégicamente habían sido derruidos, ya contaban con una inmensa caballería, armas, municiones y hasta cañones de poco alcance, pero efectivos, por lo que teniendo conocimiento que las principales fuerzas enemigas estaba acantonadas casi al centro de la capital en un área de varias hectáreas, que fue anteriormente base del ejército nacional estableciendo de acuerdo con sus hombres a cargo del mando un plan de acción para sorprender a los invasores en su propia base principal para lo cual mandaron a Eustakio Goron Tarqui venir desde la zona norte efectuando todo tipo de acciones y acrecentando el número de hombres y señalando que el propio Eustakio Morobón Garqui, estaba al mando de estas fuerzas que venían desde el norte a tomar la capital.


La estrategia era que luego de provocar un escándalo, las fuerzas que venían por el norte como las que venían por el sur se quedaran con un mínimo de hombres para efectuar el ataque por el centro en cuanto tuvieran la seguridad que el ejércitos invasor dividiera su ejército para hacerles frente, es así como los ejercito que venían por el sur y el norte, acantarían a más o menos 50 km de la capital con la consigna de cuidar la retirada oportuna hacía las alturas, contando con una línea de hombres y mujeres que esperarían a cierta altura para distraer a los ejércitos enemigos si efectuaban una persecución.


Enterados los jefes militares de las accione de los “Rebeldes” como ellos los llamaban y la pérdida de dominio en diferentes pueblos del sur y el norte, se enfurecieron a tal punto que ordenaron a sus capitanes a reunirse en la Comandancia a media noche y dispusieron que se organizaran y distribuyeran los ejércitos del norte y el sur para que atacaran a los rebeldes, y querían a Morobón Garqui “vivo” para matarlo en la principal plaza de la ciudad como escarmiento y así partieron 1000 soldados al sur y 1000 soldados al norte quedando en la base 800 hombres, muchos de gran rango, enterado Morobón de la marcha de estos soldados, decidió avanzar a partir de las 12 pm de la noche desde Cuchomon para atacar en la madrugada por todos los flancos recomendando a sus soldados ser sigilosos, hasta penetrar en la ciudad y tomar la base, apresar a cuanto jefe de rango pudieran, y se retirasen en forma organizada no sin antes volar el polvorín, y cuanto camino encontraran, capturar el armamento cargándolos en los caballos que encontraran, debiendo ser una acción rápida, sin demora.


Y así fue efectuada para sorpresa de todos, jóvenes, casi niños y adultos, participaban real y efectivamente en el ataque y como no existían paredes ni obstáculo alguno, el ataque fue fulminante, consiguiendo los objetivos planeados con bastante facilidad, los hombres de Morobón Garqui salieron victoriosos.


Cuando una dama llamada Luz González Sánchez, buscaba a Morobón Garqui vestida cual soldado, armada con fusil y pistola al cinto de una belleza sin igual impresionante, la llevaban custodiada por los soldados de Morobón hasta la base principal demostrando una gran fortaleza física y decisión. La presentaron ante Morobón Garqui presentándose como una patriota dispuesta a dar la vida por su patria, refiriendo que era hija de José González, terrateniente de una de las haciendas más grandes del norte, quien fuera asesinado por los invasores en un enfrentamiento con los invasores al negarse a colaborar con ellos y enfrentarse con un pequeño ejército formado con sus hombres siendo eliminados por el enemigo, pudiendo ella huir y permanecer oculta refiriendo que había estudiado leyes y filosofía en Europa, estudiosa de la historia griega y romana ofreciéndose como soldado para estar en el frente ya que conocía el manejo de las armas.


Morobón Garqui miró impresionado por su porte, entre otras cosas le propuso si podía encargarse de organizar a las mujeres que estuvieran dispuestas a defender su patria con las armas preparadas para enfrentar al enemigo, pensando para sí que podía contar con una fuerza auxiliar en caso de emergencia y así la presentó ante su comando para que le dieran el apoyo y facilidades para que cumpliera con el encargo que se le estaba dando.
Pasó una semana y cerca de 200 mujeres cambiaron las polleras y vestidos por pantalones y botas, entrenaban largas horas en defensa personal y ejercicios propio de los guerreros, y el manejo de armas. Al principio muchos se burlaban del accionar de las mujeres pero, comenzaron a demostrar destreza sorprendiendo al mismo Morobón Garqui haciéndola venir a Luz Gonzales Sánchez para felicitarla por los avances que venían demostrando las mujeres a su mando, Luz dijo a Morobón que necesitaba hacer prácticas de tiro, Morobón le dijo que era muy peligroso por el ruido, ella le sugirió construir una fosa que sería cubierto con los cueros de las reces y carneros silenciando el ruido y así las mujeres se acostumbrarían a disparar y luego serían francotiradores que apoyarían a los ejércitos en las batallas, comprometiéndose ella y sus mujeres a construir el foso sin ocupar a los hombres, a lo que accedió Morobón Garqui admirando su belleza y continuaron conversando por más de dos horas, cosa muy rara en Morobón Garqui que era un hombre de pocas palabras.


Pasaron los días y Morobón Garqui y su gente se enteraron que los invasores habían trasladado su base a un antiguo fuerte cerca al mar y que habían llegado soldados en un número indeterminado y que todos los jefes fueron reemplazados por otros que preparaban una cacería total, pero que la naturaleza no les permitía ir más allá de los 2000 metros de altura, los pueblos liberados tenían nuevas autoridades, impuestas por los invasores, las autoridades que Garqui nombró y los pobladores había huido a las alturas donde el enemigo no se atrevía a atacarlos. Luz Gonzales Sánchez, conocedora de estos últimos acontecimientos le pidió a Morobón Garqui una reunión a la que gustoso accedió, sugiriéndole Luz que se enviara una carta al gobierno del país invasor enumerando las atrocidades que venían cometiendo los soldados invasores y la decisión de invadir su país si no se retiraban, informándoles que sabían que sus mayores fuerzas se encontraban en los territorios invadidos y sabían que su pueblo estaba pasando hambre, dándole un plazo de 30 días a partir de la fecha de la carta, de lo contrario atacarían a su país.

Enviando esta carta con uno de los capturados en su pueblo a quien custodiaría un grupo de los hombres de Garqui hasta llegar a la frontera y así se realizó. Enterados que desde la base principal, venían 500 hombres invasores a reforzar la base de Arcantay, 3000 hombres y 100 francotiradoras partieron para interceptar a las tropas enemigas, escogiendo el lugar preciso donde los atacarían siendo escogida una zona de elevaciones y vegetación tupida a 50 km en Arcantay llegando dos horas antes que los invasores minaran el lugar, para hacer explotar la dinamita en el momento que pasaran estos en diferentes puntos para sembrar zozobra y atacar en ese momento quedando sólo 1000 hombres, el resto iría a tomar Arcantay ya que el fin era tomar Arcantay , liberar toda la zona y así lo hicieron prolongando el ataque para que el enemigo tuviera tiempo de pedir ayuda, vieron partir a tres mensajeros raudos a caballo y así iban prolongando el ataque final, Morobón y sus hombres esperaron que salieran a ayudar a los hombres que estaban siendo atacados, cuando desde el punto de observación vieron salir dos columnas con por lo menos mil hombres, entre jinetes y soldados, presurosos esperando un tiempo prudencial, una columna de quinientos hombres uniformados como si fueran invasores, ingresaron a Arcantay, llegando al cuartel general, les abrieron las puertas pensando que se trataba de las tropas que habían salido. En dos horas, Arcantay estaba tomada, los pocos que quedaron con vida fueron sumariamente fusilados, llegaron los mensajeros informando que el enemigo había sido totalmente vencido y que venían a Arcantay con doscientos prisioneros que se habían rendido.

Recibiendo felicitaciones las francotiradoras que habían debilitado al enemigo desde la distancia, con tiros certeros, causando terror entre sus filas, siendo diezmados con facilidad aun en plena batalla, los francotiradores desde sus posiciones iban eliminando enemigos y así una de las bases más fuertes cayó en manos de los “rebeldes” como los llamaba el enemigo.

Los pueblos de la región se levantaron todos y mandaron a Arcantay comunicaciones que estaban dispuestos a luchar hasta morir si era necesario, reconociendo a Morobón como único jefe general de todo el país, mandando hombres a caballo para engrosar la caballería, alimentos y animales vivos para alimentar el ejército y dispuestos a invadir el país enemigo, como sabían ya Morobón los había amenazado, en todo el país surgieron reacciones violentas, expulsando al invasor.

Aconsejado por Luz Gonzales Sánchez, Morobón formuló un acta de liberación de todo el país, acordando que todo invasor debía ser ejecutado donde estuviera, en el acto, a partir de las 72 horas que se leyera la proclama en toda ciudad, pueblo o villorrio y que todo traidor sufriera la misma pena y así se propagó por todo el territorio. Todo esto llegó a oídos del gobierno del país invasor que ordenó el inmediato retiro de sus tropas, presionado por su propio pueblo que perdió credibilidad en su ejército, armándose revueltas en todo su territorio, padres y madres pedían el retorno de sus hijos, muchos muertos ya, por lo que comenzaron a repudiar a su ejército y su gobierno.

Los generales invasores, desesperados ordenaron a sus tropas salir a combatir, obligándolos a ir a las alturas a buscar al enemigo, llegando a las pampas de Arcantay donde el ejército de Morobón los esperaba, el frío y el hambre ya había hecho mella en el ánimo del ejército invasor.

Morobón se reunió con todo su estado mayor constituido por Eustakio Goron Tarqui,, Eustaquio Goron Marqui, Luz Gonzales Sánchez, y Eustakio Morobón Garqui quien era el jefe Supremo de las Fuerzas de Liberación Nacional reconocido por todos los habitantes del país invadido tomando el acuerdo de enfrentar al enemigo que sabían venían buscando que eliminarlo le mandaron una nota al jefe invasor comunicando que se retire con sus tropas a su país de origen, salvando así las vidas de sus soldados y, que estaban dispuestos a enfrentarlos en las pampas de Cuchomon y que si insistían los eliminarían e invadirían su país en una época de lluvias, mes de febrero 17 del año 1,679 llegaron las tropas invasora a las pampas de Cuchimon con 1,000 soldados a caballo y 5,000 solados de infantería acampando en las faldas de los cerros “Silbador” y “Mojado” llamado así por sus características ya que en uno el viento podía silbar día y noche y el otro acumulaba humedad en toda época del año; lo que no sabía el enemigo era que dichos cerros ya habían sido trabajados por las fuerzas de Morobón y su ejército estaban acantonados en una base de cadenas de cerros bajos de una vegetación tupida “casi” montañosa que les permitía no mostrar todo su ejército, así como preparar todas sus estrategias de defensa y ataque, mientras tanto el enemigo invasor pensaba que serían fácilmente vencidos y estaban pensando en invadir su país cruzando la cordillera que los separaba por lo que mandaron a vigilar desde diferentes puntos los movimientos de los libertadores de su nación como los llamaba, su pueblo.

Esa noche de espera, que hacía presagiar un día de cruento enfrentamiento, las tropas durmieron a la intemperie con fogatas, para darse calor aconsejaron a Morobón descansar por que debía estar en perfecto estado físico, al día siguiente escogiendo para tal fin un lugar cerca al campamento rodeado por las francotiradoras a donde no llegarían nadie, siendo Luz Gonzales Sánchez quien estaría a cargo de este grupo de seguridad, acompañando a Morobón a ingresar al cobertizo preparado para este fin; al querer retirarse Luz, Morobón le sugirió que se quedara un momento a lo que ella accedió, refiriéndole Morobón que al día siguiente sería determinante para la liberación del país y que luego tendrían un trabajo patriótico, para la reconstrucción y organización de sus pueblos pidiéndole que si le pasaba algo, ella debía continuar al frente como jefe de la defensa nacional porque él y todos habían comprendido que era la más indicada por sus conocimientos y temple, mostrados en la acción así como en sus aportes y en las estrategias usadas hasta ese momento, ella al escuchar a Morobón, se enterneció y se sintió valorada y reconocida, ya que su corazón y su alma se había endurecido viendo tanto crimen y abuso del enemigo, así como la pérdida de su padre y toda su familia asesinada cruelmente acercándose a Morobón, sintiéndose mujer frente a un hombre que ella había aprendido a valorar durante el tiempo que llevaban juntos en la defensa y liberación del país, le dijo casi susurrando muy cerca, que no pensara jamás que le podía pasar algo, que no era necesario esto, para que ella pusieran todas sus fuerzas y conocimientos al servicio de él y su país y que le sería leal sin medida alguna por que había aprendido con él al arriesgar su vida por la patria y su pueblo, pues antes solo lo hacían por vengar a su padre y su familia, estaban tan cerca uno del otro que sentían su respiración y el latir de sus corazones, tomándose de las manos acercando sus rostros el beso era inevitable por la ansiedad, uno y otro cual fuerzas inaudita, las fuerzas del temor, la heroicidad, el ansia y la sed de pasión, la muerte, la vida, la grandeza y la maldad, todos estaban en el cuerpo y la mente de estos seres, que ya se amaban y se entregaban uno al otro en promesa de amor eterno sintiendo que el mañana podía ser corto pensando que no había nada que guardar, para después, ese después era incierto, podría ser muy corto ya que sus vidas estaban comprometidas con la libertad de sus pueblos y de su gente pasiones mil salieron, pasiones fulgurante, intensas hasta agotar sus energías de vida en una entrega total agotados uno y el otro durmieron hasta que el amanecer los sorprendió presurosos regresaron al campamento que extrañaba su presencia, serían las 6 a.m. ya el enemigo estaba organizado, podía verse a unos 500 metros que la caballería estaba al frente y sus soldados de pie divididos en 4 grupos separados unos de otros, por lo menos 100 metros algunos cañones (20) estaban a cierta altura de los cerros, sus hombres estaban al frente divididos en tres regimientos, por ningún motivo quería Morobón que el enemigo cambiara de táctica por lo que ordenó avanzar al frente a sus tropas para provocar el ataque del enemigo con su caballería que pensaba eliminar a los defensores de su patria fácilmente cuando se siente temblar la tierra ante 4000 cascos de caballos que venían a embestir a los bravos soldados que ansiaban liberar a sus país. Cuando los jinetes estaban a 50 metros para el choque, todos los soldados de Morobón dieron un giro de 180 grados y comenzaron a gritar desesperadamente como si estuvieran huyendo, lo que provocó más de una sonrisa en el enemigo, que pensaron que huían, cuando la caballería estaba a 20 metros de los soldados de Morobón, se levantan unos armazones de madera con puntas en el frente de dos metros cada una, cuando los jinetes venían blandiciendo sus espadas quisieron detener sus caballos, fue demasiado tarde y se estrellaron contra los armazones de madera cayendo unos encima de otros, regresando los soldados de Morobón a enfrentarlos huyendo muchos a carreras, hacía sus filas no quedándoles otra alternativa a los jefes invasores que ordenar de infanteria a su tropa a atacar buscando que salvar la caballería, sin poder hacer uso de sus cañones, comenzado las explosiones en la cima de la cadena de cerros que ocupaban rodando las piedras y rocas, con arboles por lo que tuvieron que avanzar tras su ejército abandonando los cañones, las tropas de Morobón que casi habían diezmado la caballería, retrocedieron hasta el borde la cadena montañosa que los rodeaba, el enemigo se envalentonó y la infantería de Morobón aceleró su carrera, cuando se comenzaron a escuchar un sinnúmero de disparos continuos viendo caer muchos soldados de infantería del enemigo, como fulminados por un rayo, eran las francotiradoras preparadas por Luz Gonzales Sánchez que estaban diezmando al enemigo desde sus posiciones ya sea en arboles promontorios preparados por ellas mismas, que decían se parecían a las “Shulpas” de antaño cuando ya era imposible distinguir al enemigo pues todo era una masa humana de movimiento constante, las mujeres bajaron de sus ubicaciones y con cuchillos, espadas, bayonetas, fríamente y en ese orden fueron eliminando al enemigo dándole al ejercito de Morobón fuerza y valor, Luz Morobón Sánchez en medio de la batalla daba saltos felinos como todos sus soldados, eliminando enemigos demostrando lo bien preparadas que estaban para la lucha, de cuerpo a cuerpo y lo hacía en círculos cerrados cuidándose las espaldas unas a otras y así avanzaban cual bala de exterminio. Eran las 12 del día cuando el estado mayor del enemigo comenzó a tocar retirada, siendo rodeados por un sinnúmero de pobladores que no habían tomado parte en la batalla aparecieron armados con toda clase de armas, cuchillos asadones, manteniéndolos inmóviles paralizando las acciones, Luz recomendó a Morobón perdone la vida a los invasores y que firmaran un acta de rendición en el acto, que ella misma redactaría, dejando todo, solo con sus ropas emprendieron el camino a su país con el compromiso de nunca más regresar y así … el país quedó liberado de la invasión entrando a una etapa de reorganización total siendo las artífices de ella Eustakio Morobón Garqui y Luz Gonzales Sánchez quienes contrajeron matrimonio en una ceremonia franciscana pero numerosísima para felicidad de todos. Se mando publicar la siguiente proclama:

“En la defensa de la heredad recibida de sus ancestros radica la base fundamental para que los pueblos alcancen su felicidad para todos y cada uni de sus habitantes”
Firmado Eustakio Morobón Garqui - Luz Sánchez Gonzales
En todos los locales públicos se colocó esta proclama como alerta a todos los habitantes de la nación y así comenzó a construirse la felicidad para toda la nación.


PROTAGONISTAS

EL FUNDADOR : EUSTAKIO GABON
HÉROE : EUSTAKIO MOROBON GARQUI
LUZ GONZALES SÁNCHEZ

AMIGOS : EUSTAKIO GORON TARQUI
EUSTAKIO TORON TARQUI
EUSTAKIO TORÓN MARQUI

CAPITAL : APREIRA

PUEBLO : GORUCHÓN
GORUCHÓN II
COTONGO
ARCANTAY
CHOSICON
CHOSCON
CUCHEMON
ARCANTAY
ARCANTON