martes, 31 de agosto de 2010

UN ENCUENTRO INESPERADO



Un día domingo cualquiera, en plena faena al servicio de la ciudadanía, allá en los años 1986, luego de un día agotador entre servicio y servicio (carrera y carrera) serían las 4 p.m. hora, según costumbre de almorzar, había que enrumbar hacia La Perla (donde vivía) desde el distrito de San Miguel.

Es así, como tomo la Av. La Paz cuadra 1 (San Miguel) manejando un vehículo marca Volkswagen año 1967, color blanco, ya sin querer hacer otro servicio de taxi, cuando habiendo recorrido seis cuadras al iniciar la cuadra siete, alguien estira su brazo en señal de requerir un servicio de taxi, paré ante el requerimiento, pensando ¿adónde irá este señor? Si es carca lo llevo (son tiempos difíciles y no se puede desperdiciar oportunidades), convenimos en el precio y luego subió al vehículo, el tipo era más o menos alto, delgado, recio de cara, diríamos un tipo fuerte y recio, se sentó en el asiento de adelante, llevando un paquete cuyo envolvimiento era de hojas de periódico, el taxi solo era hasta la cuadra 20 de la misma avenida La Paz (relativamente corta).

Desde el momento que subió al carro (llamémosle Juan, por así llamarlo) sentí su mirada ansiosa y penetrante, y en voz ronca y fuerte me dijo: oye, ¿yo a ti te conozco?. Para esto yo ya presentía se trataba de un hombre avezado y excesivamente fuerte físicamente, y pensé: no cabe duda que Juan es de temer, y no creo que tenga buenas intenciones.

Pero, como es costumbre en mí, controlé mis temores y sin mirarlo le respondí, entre satisfecho y no, como que la cosa no me interesaba ¿si? Y Juan preguntó: ¿tú no has trabajado en los barracones del Callao en la construcción de la pista?

Haciendo memoria rápidamente y con seguridad le respondí: sí, con Corde Callao, que era el organismo encargado de la construcción de las pistas de esa zona, se llamaba “La Corporación de Desarrollo del Callao” propiamente dicho.

Es así como Juan, rompiendo el papel del paquete que llevaba entre las piernas, me deja ver un “pistolón” de marinero.

El caso es que yo nunca trabajé en esa obra, fue mi hermano mayor pero gracia a papá y mamá salimos lo suficiente parecidos para que Juan me confundiera.

Y así las cosas, Juan me dice, hermano tengo que hacer un trabajo y necesitamos un “carro” pero no te preocupes, buscaré otro, déjame por acá nomas (ya estábamos en la cuadra 18 de la Av. La Paz) todo muy solo, no había casi tráfico vehicular, dijo Juan: por favor préstame un par de mangos, que me regreso al mismo sitio, dicho esto, ya había detenido el vehículo, cogí el sencillo que tenía en una cajuela y le di lo solicitado y nos despedimos como dos buenos amigos, deseándonos suerte.

Esos fueron otros tiempos cuando aun fuera de la ley mantenían respeto al conocido o al amigo.