miércoles, 11 de marzo de 2020

LA ESPERA


CUENTO DE BUHARDILLA



            Por: Ricardo Pérez Torres Llosa


LA ESPERA

            Alrededor de la iglesia, frente a la alameda, un hombre se pasea, a ratos mira su reloj, fuma.
            Frisa unos 50 años de edad, alto grueso, alto. Viste sobriamente, terno de tono gris, zapatos negros de punta.
            Ese domingo la gente sale en busca de los tamales, del camote frito, del escabeche, otras delicias para el desayuno, incluso para compra los diarios, así enterarse de las noticias.
            Unos niños uniformados, esta vez llevando velas en lugar de libros, dan la vuelta hacia su colegio, el cual forma parte de la iglesia. Es colegio religioso.
            Seis o cinco turistas jóvenes caminan apurados, parecen venir de alguna discoteca o de un picnic. Tres de ellos, mujeres bastante rubias.
            A las nueve de la mañana el templo abre sus puertas, un frailer anciano, bonachón, cerca de la reja, invita a pasar a los fieles, también lo hace con el hombre que ha estado mirando la majestuosa torre.
            El tipo ocupa un lugar donde pueda ser visto por la persona que espera.
            Adyacente a ese sitio destaca un confesionario, al lado derecho el altar con un santo, es la escultura de sin Hilario. Lo alumbra una velita misionera.
            El monaguillo toca la campana, aparece el oficiante, luce estola de color rojo; los fieles todos se paran. Empieza solemne el oficio religioso.
            Nuestro personaje, un poco ya mortificado, de rato en rato mira hacia la puerta. Al costado suyo dos ancianas devotas, oliendo a pomada para los huesos, están con sus rosarios siguiendo el orden de la misa de cuaresma.
            Al concluir, la persignación, todos salen. Varios se saludan, se abrazan, pasan la voz, otros siguen su camino.
            El hombre, molesto, cerquita de un viejo y enorme árbol. Tiene aún esperanzas que llegará el sujeto de la espera.
            Cuando va a fumar, cruza la alameda un amigo llevando un brioso maletín, está uniformado. Le saluda. Y como lo ve preocupado, pregunta si tiene algún problema. El hombre contesta afirmativamente.
            Su inquietud, necesita una cantidad de dinero para una inversión que ha prometido a unos gringos, buen negocio, y esa suma le debe alguien que él le prestó hace un mes, prometiéndole el deudor devolvérsela precisamente ese día, y en dicho lugar, adonde suele concurrir para confesarse cada tercer domingo.
            Durante la misa el sacerdote se refirió a quienes no cumplen con la palabra de honor, resultan mentirosos, afirmando que son candidatos a uno de los nueve infiernos del Dante.
            El amigo, piloto de aviación, ha salido franco aquel día del encuentro, al saber de quien se trataba, le dirá que el martes pasado en el avión de la 1 de la madrugada al cual le tocó pilotear viajó aquella persona rumbo a Panamá, una dama elegante, dedicada a los lobbys, que no supo corresponder al trato.
            Al hombre se le subieron todas las cóleras, poniéndose peor que el Cándido de Arouet. El más afectado, sin tener culpa, resultó el árbol que recibió un puñetazo como para noquear.









EL CORRUPTO BOTADO



CUENTO DE BUHARDILLA
          
  Por: Ricardo Pérez Torres Llosa

EL CORRUPTO BOTADO

            Sale rápido del directorio de la empresa con una comisión a cuestas.
            La empresa ocupa una de las avenidas principales.
            El corrupto, tipo de unos 30 años, bien conformado, elegantísimo, ya ha envilecido a mandatarios, congresistas, empresarios, dirigentes laborales, a medio mundo.
            En esta oportunidad debe corromper a una reina que ha llegado de visita al país, alojándose en el más lujoso hotel. Recién asume el trono.
            Consigue la cita. Se ven a solas. Frente a las proposiciones de él sobre contratos que serán ilícitos, ella, joven de buenas curvas, ambiciosa, bonita, le dice que aceptará; pero con una condición, hacer el amor sin parar todos los días en secreto porque le gusta, hasta puede hacerlo guardia de corps o su consejero. Es ninfómana la tal excelencia.
            El sujeto, rojizo, nervioso, tartamudeando, al final confesará que es gay solapa, tiene su pareja un vejete, retirado de la diplomacia, que gusta de las luces de bengala.
            La monarca, molesta, asumiendo actitud al estilo Iván el Terrible, abre la puerta de su suite botándolo.