lunes, 13 de diciembre de 2010

UNA OCURRENCIA COTIDIANA


El distrito de Miraflores, que es parte de la región Lima, es uno de los distritos más antiguos y sofisticados de nuestra región, sus playas, su comercio, sus plazas, jardines, casas comerciales, sus avenidas, el comercio en general, no tiene que envidiarle nada a las grandes ciudades del continente, sus misterios y vida nocturna, andan a la par con la modernidad continental y transcontinental.

Para enfatizar aún con mayor claridad, diremos que Miraflores es la sala donde los turistas y peruanos encontrarán cuanto deseen y los satisfaga, en cuanto a comercio, comida y distracciones diurnas y nocturnas.

En este medio nos vamos a ubicar en los años 1986, época de verano, viniendo de Lima a Miraflores, por la Av. Arequipa, cuadra 36 (venía en mi auto Volkswagen 1976, trabajando como taxista) a unos 30 metros, diviso a dos “caballeros” a cual mas alto, con tipo de extranjeros, uno más fornido que el otro, el más delgado, agachándose se dirigió a mi, preguntándome cuanto le “cobraba” por llevarlos hasta la Av. Brasil, la última cuadra. Le hice la oferte, aceptando, abriendo la puerta, invitó a su acompañante a subir en el asiento de atrás.

Una vez los dos pasajeros ubicados dentro del vehículo, inicié el recorrido; serían las 6 p.m. de un día domingo, de paz y tranquilidad por esa zona, bajé unas cuadras por la Av. Arequipa, mis pasajeros resultaron muy bulliciosos y alegres, pues se reían a mandíbula batiente, con palmadas groseras, supuse que lo hacían para amedrentarme, pues el olor a alcohol y pasta era nauseabundo.

Llegando a la Av. Angamos, doblé por ella prendiendo la luz del salón, más por precaución y para poder disimular mi mirada de reconocimiento a cada uno de ellos, ante esta acción de prender la luz del salón, la que se encontraba al centro del techo del vehículo, el ciudadano que venía en el asiento posterior, la apagó, acto seguido, abriendo los brazos puso una mano en la puerta izquierda y la otra en la puerta derecha, demostrando una cobertura de brazos bastante amplia, metiendo casi su cara por el centro de los dos asientos, con voz estruendosa dijo: “la luz me molesta” ¿que pasa? Sacando fuerza de flaqueza (bueno, esto no es mentiras, por entonces estaba muy, pero muy delgado, no más de 54 kilos era mi peso).

Respondí, yo trabajo con la luz de salón prendida y acto seguido volví a prenderla, el pasajero que venía adelante, se encarrujó cual boa, encogiendo las piernas, poniéndose en tal posición que me miraba directamente con los brazos metidos en las piernas, dijo: ¡este carro es mío, pues yo lo paré!, el amigo se rió, preguntándome ¿donde vives tú? Le respondí: en el Callao, con toda tranquilidad, como si todo lo que hacían y decían no me llamara la atención de manera alguna. ¡a carajo! eres del Callao ¿en que calle del Callao vives?

Yo seguía manejando, no sabía cómo salirme de esta circunstancia, sabía que forzando la situación perdía toda posibilidad de escapar, lo cierto es que tenía la seguridad que eran un par de “malandrines” decididos a hacer de las suyas, ya sea robándome, maltratándome o llevándose el vehículo.

Trataba de mantener la calma y mostrarme dócil y dominado. Y contesté: Ancash, cerca a Vigil; a lo que el gigantón que venía en el asiento posterior, tirándose hacia el espaldar del asiento de atrás, casi gritando, vociferando algunos improperios, dijo: yo conozco el barrio, tú eres un pend… entonces, acto seguido, soltó una sonora risotada, en ese instante llegaba al semáforo que está en el cruce del Jr. Santa Cruz, paré, pues la luz roja me obligaba, ambos me miraron y acto seguido miraron el “semáforo” sin pensarlo dos veces, acto seguido saqué la llave del contacto, abrí mi puerta, casi “sin moverme” y salté del vehículo y corrí a la parte posterior del vehículo, abrí la portezuela del motor, sacando el chicote que habilita corriente al distribuidor desde la bobina, con la seguridad que sin este chicote el vehículo no arrancaría, luego de sacar el chicote, retrocediendo unos pasos, miré hacia la puerta del vehículo, el pasajero que venía delante, ya estaba parado, hablando, gritando diría, lanzando improperios, y el que venía en el asiento de atrás, ya tenía la cabeza afuera, vociferaba y “luchaba” por bajarse, pues su tamaño y envergadura le dificultaba su bajada, finalmente los dos estaban fuera del vehículo y decían ¿que pasa?, les respondí, siempre a distancia: se ha malogrado el carro, no pasa corriente. Los dos se acercaron al motor, lo miraron y me dijeron: “ven, yo soy mecánico, yo lo arreglo”.
Entre preocupado y decidido les respondí: ¡no!, tomen otro taxi. Ellos con los brazos insistían en que me acercara, viendo que no les hacía caso alguno, comenzaron a vociferar, mi preocupación era tremenda, pues no pasaban carros, y no se veía peatón alguno, yo me mantenía a unos 20 metros de los amigos “asaltantes”.

En eso como haciéndome caso a mis sugerencias, pasaba un taxi por el Jr. Santa Cruz, el que pararon, el más “fortachón” a un era reticente a tomar el otro vehículo, caminando hacia el otro taxi, volteaban a mirarme, finalmente subieron al taxi y se fueron.

Aún así me tomé mi tiempo, ya había oscurecido, me acerqué a mi vehículo, conecté el chicote a la bobina y al distribuidor, encendí el motor y continué mi ruta por las calles, buscando usuarios sin malas intenciones, que necesiten un servicio de taxi, realmente.

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