sábado, 27 de noviembre de 2010

CONVERSANDO CON UN TRUHAN


En los años ochenta, amén, el Callao, su comercio estaba centralizado en las avenidas Buenos Aires (hoy Miguel Grau), Sáenz Peña (hoy Lima) donde se ubicaba el Mercado Central del Callao, las trasversales, calle Arequipa, Lord Cochrane, Salón, Guise, Av. Dos de Mayo, la concurrencia de los habitantes del Callao, desde los distritos y anexos era constante, sobre todo los sábados y domingos, el transporte público de pasajeros, era abundante, taxis, colectivos, micros, buses, con líneas de servicio que lo cruzaban de sur a norte, de este a oeste, en esta realidad narraré un hecho que en el tiempo, lo veo anecdótico y hasta gracioso.

Es así como yo trabajaba en una línea de microbuses (la línea 61M) cuyo recorrido iba desde La Perla a la urbanización Vipol (por el aeropuerto Jorge Chávez).

Era un día domingo, serían aproximadamente las ocho de la noche, venía manejando un micro, marca Dodge – D500 – para 27 pasajeros con dirección hacia La Perla – por la Av. Buenos Aires, sentía que venía calentando el motor, por precaución, cruzando el Jr. Cochrane, avancé unos 30n metros, había gente caminando, con cierto alborozo y algarabía, los comerciantes aún pregonaban sus mercaderías, solicité al poco público que transportaba, que tomaran el carro que venía (8 pasajeros) y es así como me quedo solo, dentro del vehículo, sentado frente al timón, pensando en tomarme cierto tiempo para darle la oportunidad que se enfríe el motor.

Cerré con la palanca la puerta de atrás, dejando abierta la puerta de adelante, pues me disponía a descansar yo también, ya que había manejado desde las 6 a.m.

Cuando de pronto desde el filo de la vereda y con un pie en el estribo, escucho una voz ronca y fuerte que me conminaba a darle mi plata, según él, grataba, ¡dame tu plata! y una serie de improperios acompañaban a esta orden.

Lo miré y vi a un negro de esos que marcan la excepción, pues la gran mayoría son alegres y sandungueros como decía don Nicomedes Santa Cruz, calculé que tenía 1.90 de alto, bastante flacón, con mirada ausente, lo más llamativo era un cuchillo de más de 30 centímetros, de hoja ancha y reluciente que portaba en la mano derecha (de esos que usan los carniceros), como quiera que el negro no subía aún los dos escalones que tenía el vehículo, salí por el costado de mi asiento, parándome en el pasadizo, el atacante siguió gritándome, lo vi subir bastante torpe pero era el cuchillo el que me atemorizaba, le dije: espérate, voy a sacar la plata. Acto seguido, a paso ligero avancé al fondo del vehículo, señalando con mi brazo estirado, le decía: ahí atrás, debajo del asiento está la plata.

Noté que creía en lo que le decía, pues a medio recorrido del pasadizo se paró y casi saltando, bajé el primer escalón de la puerta de atrás del vehículo, acto seguido, con el pie pateé el centro de la unión de las varillas que al flexionarse permitían abrir la puerta y así bajé del ómnibus.

El tema era ¿Cómo dejar el vehículo? Avancé hasta la puerta delantera, subí, siempre perseguido por el atacante, quien blandiendo el cuchillo seguía pidiéndome mi plata, pues gritaba ¡Dame tu plata! &%(//&$%$

Opté por avanzar por el pasillo siempre calculando que el atacante subiera, corrí por el pasillo, valido de la torpeza con que caminaba el demente este (que ya no me cabía duda, que se encontraba pasado de alcohol y droga) agachándome pegado a la carrocería, llegué hasta la puerta delantera, cuando vi que sacaba el cuerpo por la puerta trasera, subí al vehículo lo más rápido posible, cerré la puerta, la aseguré con la palanca correspondiente, mientras él trataba de llegar a la puerta delantera, ya yo estaba en la puerta trasera, asegurándola para que no se abriera, al encontrarse el asaltante con la puerta delantera cerrada, perdió tiempo golpeándola y clavando su cuchillo, una y otra vez, contra el plástico de la puerta, yo corrí, me senté en el asiento del timón y arranqué mi vehículo y emprendí la marcha, siempre escuchando los gritos y las amenazas del energúmeno que según él debía darle ¡mi plata!.

Pensé: bien dicen “más vale aquí corrió, que aquí murió”
Y así continué mi curso cotidiano por las calles del Callao.

martes, 23 de noviembre de 2010

CUMPLIENDO CON LA PATRIA


En el Primer Puerto del Perú, ubicado en el Callao, administra do por la Empresa Nacional de Puertos ENAPU S.A. en el año 1988 trabajaba para ENAPU S.A.; pertenecía al Departamento de Transportes, para entonces manejaba un elevador (llamado “pato”) que es un elevador de carga, su estructura es sólida, acondicionada para levantar pesos en este caso, hasta 5 toneladas. Los horarios de trabajo que se cumplían en ese entonces eran de 7 horas en el departamento éramos 350 operadores y habían grúas, elevadores (patos) de diferentes tamaños y coberturas en el levantamiento de pesos llamémosles chicos (2 toneladas), medianos (5 toneladas) y grandes (10 toneladas).

Grúas, tractores los que daban los servicios tanto en almacenes, zonas,, espigones, buques, según fueran las solicitudes de servicio, todos trabajábamos de manera organizada, con cierto alborozo y alegría, manteniendo un buen nivel de camaradería, compañerismo y colaboración mutua entre todos los que constituimos el Departamento de Transportes.

La fe y la confianza en el futuro para el trabajador y sus familias era lleno de esperanzas y felicidad, sin zozobras y sin nubarrones.

Es así como una mañana de un día que pudo ser triste y sin recordación para este servidor, me nombraron a la zona 6 como operador de un elevador, para este caso de 5TN, se trataba de levantar unos tubos de fierro de dimensiones variadas, en cuanto al grosor de 12 a 15 mts. de largo, es así como cumpliendo con la presentación en la zona, se dispuso se cargaran los camiones que para este efecto estaban esperando en cola (uno detrás de otro) llegaba ya la hora de salida, 2pm., y el último camión que estaba cargando el que tenía unos “palos” (digámosle así) para sostener los tubos que se iban montando (cargando en la plataforma) como único “tope” lado a lado de la plataforma, incrustados en orificios que tienen las plataformas, es el caso que los tubos puestos en la plataforma ya tenían una altura considerable pero como es usual en estos casos, casi siempre el chofer del camión trata de llevar el mayor peso posible, ya que cobraban por tonelada de peso, me solicitó que le agregara 5 tubos más sobre la carga.

Paré mi máquina, observé la carga detenidamente no viendo obstáculo ni riesgo alguno, decidí efectuar esta maniobra, así es que cogí los tubos que se encontraban en el suelo, con las uñas del elevador, me aproximé lentamente al camión, elevándolos por lo menos 3 a 4 metros y como es usual acercándome busqué el lugar más apropiado donde depositar la carga (tubos 5) retirando las uñas hacia atrás, cuando ya confiado iba a retroceder la máquina, sentí un ruido ensordecedor, levanté la vista y vi como iba cediendo la parte alta y los tubos caían al suelo a mi entorno.

En ese instante que no se, si fueron segundo o minutos, mis sentidos hicieron que mis manos se aferraran al timón y me sintiera el ser más delgado y pequeño que se pudieran imaginar, exigiéndome mi sub consiente a permanecer quieto sin quitar la vista de la ruma sobre la plataforma del camión, la vi irse reduciendo, quedando algunos tubos (5 a 6) pues todos los demás habían rodado, cual billas en una mesa de billar, luego de unos segundos o minutos de permanecer atónito, observé mi entorno, habían tubos regados, regados por doquier, unos sobre otros en posiciones caprichosas, sobre mi máquina habían por lo menos 10 tubos unos parados, recostados a la máquina y solo dos estaban muy cerca a mi, que continuaba sentado sin moverme, uno había atravesado el castillo que tienen los elevadores por el centro y otro lo tenía en forma lineal a mi costado, costado de mi asiento, asentando sobre mi máquina, en ningún momento vi o sentí como llegaron hasta donde se encontraban, siempre pienso que mi ángel de la guarda tuvo mucha chamba, y sobretodo debía estar muy encariñado conmigo, que no hubo tubo que me golpeara.

Es así como los trabajadores nos forjamos, como el acero, en el fuego intenso en el cumplimiento de nuestras funciones, amén de situaciones providenciales.

martes, 16 de noviembre de 2010

CALLAO Y SUS PENUMBRAS

EN MEMORIA AL AMIGO NELSON MENDOZA

Eran los años de la década del 60; años en que la pesca estaba en bonanza, así como muchas otras actividades e industrias en el Callao, no dejando de lado el comercio de la Av. Buenos Aires, Sáenz Peña (Lima) eran arterias muy concurridas y alegres, los cines aún eran concurridos, Bellavista, Callao, Badel, América, Avenida Sáenz Peña, Pacífico, Porteño, La Perla, La Punta era un balneario de polendas, con sus casonas hermosas, los tranvías eran añorados con cercanía, el transporte público de pasajeros se hacía en autos “colectivos” se llamaban y ómnibus la línea siete “Lima Callao, por la Av. Venezuela, hasta Av. Abancay en Lima, colectivos urbanos e interurbanos como 13, 14, 16, 17, 18, 21, 27, 31, 101, el urbanito, todas ellas transportaban a los ciudadanos chalacos desde sus distritos y anexos al centro, la Av. Sáenz Peña, el mercado del Callao se mostraba bullicioso, alborotado, pero todos, todos, eran gentiles, caballerosos y atentos.

La autoridad portuaria hoy Empresa Nacional de Puertos, brindaba trabajo y seguridad a sus trabajadores y sus familias, sin zozobras ni amenazas, ni con esperanzas banales, pues todos, todos, tenían sus representaciones que permitían el equilibrio social, tan necesario y justo que brindaba una paz social, no solo externa, sino también espiritual.

Bueno pues, en este marco vivencial, el relato que a continuación describo tuvo su desarrollo.

Serían las nueve de la noche de un día del año 1964, era una noche como cualquier otra, hasta el momento en que inicio mi relato, pues en la Av. Sáenz Peña frente a Puno, el ingenio del transportista “colectivero” que transportaba preferencialmente pescadores que cumplirían su “faena” en sus “lanchas” y chalanas, según fuera el caso, en la pesca de anchovetas o en la pesca artesanal para la alimentación, es así como llegando al paradero en el “frigorífico” o muelle de pescadores como se le llama hasta hoy, no tuve mejor idea que regresar por la Avenida Contralmirante Mora (la que comunica la Base Naval con el Obelisco, y es así que no contando con la astucia de mis ciudadanos los “cacos” comencé a recogerlos en casi 200 metros de la Av. Contralmirante Mora (pues hábilmente se habían puesto de acuerdo para tomar el colectivo, como si ellos no se conocieran), es así como recogí a cinco pasajeros y siguiendo la ruta acostumbrada llegué al Óvalo del Callao, Jr. Puno y la Av. Sáenz Peña, y como debía ser, les solicité que bajaran (además había apagón, no funcionaban los cines y el comercio estaba restringido, a excepción de la cantina que quedaba en Puno y Sáenz Peña, tan frecuentada por los señores marineros, donde se producían famosas riñas entre policías y marineros, bueno esto es otro relato, mis pasajeros dadas las condiciones de una noche oscura, me solicitaron los transportara hasta la Prolongación Gálvez y Arequipa Sur, propiamente los barracones, todos asintieron, pensé que en el trayecto se irían bajando, no fue así, todos siguieron hasta el cruce de la Prolongación Gálvez y Arequipa, por ese entonces se había producido un terremoto y todavía había unas carpas de regular tamaño al borde de la calle.

En el momento que paré el auto para que bajaran (mi auto era un Toyota modelo Tiara, que por cierto era bastante reducido, en comparación con las “chalanas”, o lanchas (así se llamaban a los autos Studebaker, Buick, Chevrolet, Ford, Dodge y otras marcas de la época, que eran mucho más espaciosos).

Es el caso, que tener al pasajero del costado con un cuchillo amenazando mi estómago, otro que venía en el asiento de atrás me tenía apretándome el cuello, con un cuchillo puesto, debajo de mi cráneo en el cuello, otro se bajó y abrió la puerta del lado donde estaba yo, hurgando en el piso y mis bolsillos, los otros me tenían de los pelos y de la camisa, pero todos participaban de una forma u otra, y vociferaban, cual energúmenos, pidiéndome les de el dinero, vi que uno de ellos tomaba el sencillo que estaba sobre el tablero, en el cenicero que este modelo de auto trae, y es así como en una noche oscura, por demás, estaba en una situación muy difícil, tratando de calmar a estos circunstanciales agresores, con palabras como “no tengo” “eso es todo lo que hay” recostando al espaldar, el olor de “alcohol”, llámese trago, tabaco y hierba era nauseabundo, casi insoportable, mi cerebro me dictaba “tranquilidad” buscando una salida, en esta difícil situación, vi por el espejo retrovisor venir un vehículo con las luces grandes encendidas, puesto que conforme se acercaba iluminaba todo el ambiente, es de suponer que esta providencial aparición fue cosa del destino o suerte, o, o, o, buen la actitud del chofer del vehículo, no cabe duda, que fue la “mejor” para este su “amigo” redactor, pues acelerando repetidamente su “carro” se paró al costado del mío, iba solo, para esto los “choros” al ver que venía al auto en mención me reconvinieron, me amenazaron, me cortaron el cuello y la barriga diciéndome “no te muevas ….. o te matamos”, presionando el cuello me obligaron a “bajarme” en mI asiento, el que estaba parado en la puerta donde yo me encontraba, tomó la posición como si estuviera conversando conmigo, por “suerte” no cerró la puerta, cuando el carro del amigo ejecutaba la “aceleración a fondo y continua” (para los entendidos se trataba de un Ford 52 de ocho cilindros).

El vehículo que yo manejaba tenía un “lomo” llamémosle así, en el centro, aprovechando que estos “facinerosos” habían aflojado la presión sobre mi cuello y mi estómago obligaron a bajar mi cuerpo sobre el asiento, en todo momento mi cerebro buscaba una salida y me aconsejaba mantener la calma, es así como casi sin pensarlo apoyé mis pies en el “lomo” llamémosle así a la curvatura que estos vehículos Toyota Tiara del año 1963, traen en el centro del piso, dando espacio para la caja de cambios, el impulso fue tan fuerte que al “choro” que estaba en la puerta, cayó sobre la pista y el facineroso que estaba detrás, salió prendido aún de mi cuello, con el cuchillo en la mano, pasando sobre el espaldar del asiento (el asiento era corrido, no dividido como los de ahora), cayendo junto conmigo al pavimento, nos paramos al unísono, uno frente al otro, el “caco” levantó el brazo para acuchillarme, pude tomarle el brazo y dando un paso de costado, tomé distancia de él (los demás, pude observar, tomaban las de “Villadiego” corrían en medio de la oscuridad) arrojándome el cuchillo en la cara (pude evitar que me cayera) escuché una voz que me gritaba, sube a tu carro, vamos, y así lo hice, reconociendo al amigo que manejaba el carro que providencialmente apareciera, (el Ford 52), apellidaba Nelson, vivía en la Av. La Paz, cerca al Jr Brasil (donde vivía y vivo aún yo), tenía la camisa ensangrentada y rota. Bueno, calmada las cosas, a dos cuadras de lo sucedido paramos, llegando al Óvalo Guardia Chalaca (donde se ubicaba el Colegio Canadá) pues sabíamos que existía un puesto policial, para informar lo sucedido, toqué la puerta, me abrió la “ventanita” y por ahí recibí el “auxilio” que buscaba, le relaté brevemente lo sucedido y me manifestó que viniera en la mañana a presentar mi “denuncia” que estaba solo.

Mas pensando en mi amigo, que en mí mismo, dado mi estado de ánimo, decidí darle las gracias y acercándome a Nelson le agradecí y nos despedimos deseándonos ¡suerte!.

LOS MILAGROS SÍ EXISTEN


EN HONOR AL SANTO SAN MARTÍN DE PORRAS
Era un día como tantos, que van pasando en nuestras vidas, en aquel año de 1962, Enero, para más precisar, época de verano, en el distrito de La Perla, Callao. Por urgencias que me daba el trabajo, en el cine La Perla, ubicado en el distrito de La Perla, que por cierto para ese entonces todavía era una sala de primera, donde se exhibían películas de estreno en simultáneo con otras salas de Lima y Callao (pues fue inaugurado el 29 de Julio de 1959).

Tenía un auto Chevrolet año 1952, seis cilindros, recién pintado y con algunos desgastes mecánicos, pues ya había sufrido volcadura antes de comprarlo.

Es el caso que conduciéndolo presuroso por la calle Maranga (Prolongación Maranga), a corta distancia para llegar al Jr. Alfonso Ugarte por evitar un obstáculo que se encontraba en la pista, viré el timón casi perdiendo el control del vehículo.

Entre el cruce de la calle Maranga y Alfonso Ugarte existía un espacio vacío, plano de tierra, de unos 30 mts2, donde se encontraban dos niños de unos 6 a 7 años cada uno, quienes al ver que el auto se salía de la pista corrieron hasta recostarse a la pared, yo dentro del vehículo logré ver a los niños en su carrera y hasta que se pararon recostados a la pared, sus rostros mostraban ansiedad, terror, miedo, pues el vehículo que manejaba iba directo a ellos.

Yo, asustado, pisaba el freno una y otra vez, y trataba de desviar el vehículo, pensando en lo supremo, sudoroso, nervioso y el vehículo no se detenía, faltando menos de un metro para llegar a los niños, el vehículo se detuvo, como si una fuerza superior a la máquina hiciera que éste se detenga, los niños levantaron los brazos quedándose atónitos unos segundos, corrieron buscando seguramente sus casas y su seguridad.

Yo, aún atónito y casi paralizado, bajé del vehículo, ya no veía a los niños, persignándome agradecí a Dios Supremo, Señor, al beato hoy santo San Martín de Porres, a quien ya en otras oportunidades me había encomendado, pidiéndole apoyo en circunstancias muy difíciles, recibiendo su ayuda en todos los casos (para los escépticos diría, si sufren y viven sin fe, sus penas serán siempre más intensas y la felicidad más distante).

Es así como volví a subir a mi auto, pisando el freno, que seguía sin funcionar, bajé nuevamente, miré el suelo y habían algunas manchas de humedad, por lo que tuve que suponer que se había derramado el líquido de freno y por lo tanto no funcionaba el freno de mano, no funcionaba, así lo compré, debo recordar que fue mi primer carro que compraba.

Todos los que viven en el distrito de La Perla y Bellavista que pasan por las intersecciones que he mencionado (Prolongación Maranga y Alfonso Ugarte) hoy se encuentra una urna donde está el Santo San Martín de Porras, para suerte de todos los que viven a su entorno, rogaré me comprendan, para que esto suceda (no tuve ninguna oportunidad de participación en honor a la verdad) pero si mi reconocimiento y agradecimiento eterno en nombre de Dios a San Martín de Porras que hoy ocupa ese lugar.

jueves, 4 de noviembre de 2010

LAS CALLES DE LIMA


CHOROS A LA PARRILLA


Era un día soleado de esos que el verano nos trae, en el año 1986, me encontraba circulando en el distrito de Miraflores, Lima – Perú, cumpliendo con mi función de taxista, por el Parque Kennedy, cuando algo agitado un ciudadano de unos 40 años de edad, mas o menos, producto criollo 100%, hace la señal de estilo, para tomar un servicio de taxi, paré, se acercó a la ventanilla derecha, diciéndome que necesitaba lo lleve al distrito de La Victoria – sugiriéndome que me pagaría cinco soles, que le era urgente llegar con la llanta de repuesto, que por cierto yo lo había visto traerla rodando, porque su carro se le había bajado la llanta, acepté, subió su llanta en el asiento trasero (se trataba de un auto Volkswagen, con el que yo trabajaba en el servicio de taxi), subiendo en el asiento de adelante el pasajero mencionado.

Inicié la marcha, no mas de tres o cuatro metros, apareció un amigo alborotado, él, tratando de hacerse notar por el circunstancial pasajero, haciendo que me detenga, saludándose mutuamente, preguntándole donde iba, el pasajero le respondió manifestándole lo descrito líneas arriba, de inmediato se ofreció a acompañarlo, para ayudarlo, y así se bajó para permitirle al “amigo” subir, y ubicarse en el asiento posterior del vehículo, conversando muy eufóricos los amigos, yo enrumbé hacia La Victoria, parece que ellos se distrajeron, pues cuando ya había tomado el “zanjón” el pasajero que iba en el asiento de adelante, no sintiéndose a gusto me increpó ¿Por qué había bajado al zanjón? Pues quería ir por la parte alta, ya para entones mi olfato de taxista me puso en alerta, puesto que tanto por las expresiones como por los temas que trataban parecían más que amigos “compinches” que compartían una aventura delincuencial (como dada la celeridad y continuidad del tráfico en el zanjón, difícilmente estos sinvergüenzas podían actuar o tratar de “asaltarme” se incomodaron).

Bien, rápidamente cambiaron de actitud y sonrientes ellos, me apuraron, mencionando que su carro estaba botado en la calle Luna Pizarro y que era una calle peligrosa, todas estas expresiones y ademanes me dieron certeza con respecto a sus intenciones.
Saliendo del zanjón a la altura de la Calle 28 de Julio, (La Victoria) al máximo de velocidad posible, me preguntaron por donde iba a ir, respondí, lo más taimadamente, por la Av. Grau, pareciera que mi respuesta los conformó, puesto que riéndose, regresaron a hablar de sus grandes borracheras, diversiones (como lo vinieron haciendo en todo el recorrido)

Llegando a la Plaza Grau, donde se inicia la Av. Grau, existe un grifo al cual ingresé, raudo pero seguro, estacionándome al costo del surtidor, mis dos pasajeros al unísono me increparon ¿Qué pasa maestro? Yo, abriendo la puerta, bajándome, respondí con voz fuerte ¡no hay gasolina! Parándome frente al grifero, ¿tienes arma? Me respondió ¡no! Le dije enseguida, creo esos dos son choros, tomé una decisión inmediata, vi por lo menos cinco policías de tránsito que alborotados dirigían el tráfico, al entorno de la Plaza Grau, tocando “pito” constantemente, voltee y mirando a “mis circunstanciales usuarios” les dije, bajen, hasta aquí nomás llego, ¡no va más!, estos señores “lagartijas” entre sorprendidos y tratando de demostrar sorpresa y ofensa, apresuradamente me respondieron ¡no! Tiene que llevarme a Luna Pizarro, yo respondí, bueno, que prefieren bajarse o llamo a los policías.

Se miraron, se hicieron señas, me increparon, más, balbuceando que otra cosas, eres pend… conch…, bajándose apresuradamente, pasándole la llanta, en seguida bajó el pasajero que venía en el asiento posterior, caminando en línea recta hacia la pared que bordea un corralón, se fueron rodando su llanta, cual simples transeúntes, apurando el paso, como si temieran algo.

Me quedé un momento conversando con el señor grifero, decidiendo continuar mi faena, enrumbé buscando un nuevo usuario que tuviera necesidad de servicio de taxi, sin malas intenciones por supuesto. ¡Oh ciudad, hermosa ciudad! ¡Oh trabajo, lindo trabajo!