domingo, 26 de diciembre de 2010

MATRIMONIO Y MORTAJA


He querido iniciar este cuento titulando (así) pues la libertad que tienen nuestros cerebros, nos llevan a interpretar hechos y sucesos a nuestro libre albedrío y generalmente coincidiéremos que las cosas que nos suceden son cosas de buena o mala suerte, manteniéndonos siempre como un eje principal, dueños y señores de nuestras vidas.

Corrían los días del año 1962, había llegado al Callao en el año 1959, muy joven aún, completamente independiente, con un trabajo estable en la Empresa Santa Isabel S.A., la que tenía propiedades y negocios en La Perla, entre ellos el cine La Perla, que era una sala de exhibición de películas de estreno, así como teatro, donde acudían los ciudadanos de La Perla a ver películas y actuaciones de artistas y cantantes en boga, en esas épocas, era una sala para 2,000 asistentes, moderna y confortable.

Siempre sentí mucha afición por los vehículos motorizados y estaba aún fresco el día que me entregaron mi primer brevete, luego de pasar por las naturales expectativas.

Por mi natural afición a los vehículos motorizados y mi abierta comunicación con mis vecinos y conocidos, siempre trataba los temas en relación a los vehículos.


En esta oportunidad regresaba a La Perla, desde Lima, pues había ido a tratar sobre una película, a una determinada distribuidora de películas, la mayoría de ellas se encontraban cerca a la Plaza San Martín, así mismo, teníamos al entorno de la Plaza San Martín los cines Colón, San Martín, Metro y en la Av. Colmena el cine Le París,

Regresaba a La Perla, por la Av. Venezuela, que a pesar de ser una avenida que por el fluido tráfico de vehículos venían los vehículos lentamente, recuerdo que tomé la línea 7, cuyo último paradero o depósito se ubicaba en Chacaritas, muy cerca al Terminal Marítimo de Carga, en la Calle Grau.

Pues bien, como dije, vine por la Av. Venezuela, que por cierto tenía sus “bemoles” pero también tenía sus ventajas, sobre todo en el verano, pues unos hermosos ficus, árboles inmensos, circundaban toda la avenida, regalándonos un hermoso espectáculo a la vista, así como un fresco aire inigualable, existían al entorno grandes extensiones de terrenos que aún se dedicaban a la agricultura, destacándose casi en todo el recorrido el verdor de las plantas, regalándole al espíritu cierto gozo y paz infinita.

Llegué al Óvalo de La Perla, bajando del ómnibus, caminando, recuerdo con mi saco en el brazo a paso largo hasta llegar a la Calle Lima, siguiendo por ella, vi al amigo Balvich, gordito él, quien trabajaba en la línea de colectivos 21-C, cuyo paradero inicial se encontraba en el Callao, en el Jr. Arequipa y la Av. Sáenz Peña, su recorrido era todo el Jr. Arequipa hasta llegar a la Prolongación de la Av. Gálvez (más conocida la zona como Los Barracones) y luego seguía por la Av. Gálvez hasta llegar a la Calle Lima en La Perla. Por ella seguía hasta legar al Jr. Atahualpa, donde daba la media vuelta, tomando el Jr. Brasil.

Pues bien, el amigo Balvich, quien tenía un auto de marca Buick del año ’53 (carro para la época grande y pesado) el auto lo había levantado con una gata de parachoque (llamada así puesto que su trabajo de levante lo realizaba desde el parachoque del vehículo, en este caso del parachoque posterior, lado izquierdo).

Es así que el vehículo del amigo Balvich estaba levantado al máximo y la suspensión trasera, vale decir, el eje que sostiene las llantas posteriores se habían descolgado, siempre pegado al chasis, aparentaba las fauces de una fiera gigantesca.

Mi curiosidad y afición me llevaron luego del saludo correspondiente a preguntar ¿que tiene tu carro, hermano? Me respondió contestándome el saludo y mencionándome que se le había roto el resorte (de la suspensión o amortiguación) yo me quedé observando la suspensión, tratando de ver donde se había roto el resorte, el amigo Balvich fue hacia adelante, abrió la puerta delantera para sacar algo del tablero y yo acto seguido me puse en semi cuclillas, metiendo mi cabeza y parte de mi cuello para observar de cerca el resorte, cuando siento que una mano con fuerza me jala del hombro, diciéndome con energía ¡retírese de ahí!

Y ya, más que por las palabras, si no por el jalón y la fuerza del brazo, en mi hombro retiré mi cabeza y cuello, que había metido entre la carrocería y la suspensión (como si hubiera metido mi cabeza bajo una guillotina como las usadas en la Revolución Francesa) en ese instante, saltó la gata del parachoque cayendo la carrocería estrepitosamente (causando un ruido ensordecedor) cayendo la carrocería sobre la suspensión y ésta sobre el pavimento.
Me dijo casi gritando ¡la gata no es segura!

El susto que me gané por mi curiosidad fue tremendo e inolvidable (pues ya están leyéndolo, pues me acuerdo como si hubiera sido ayer), lo providencial fue que el amigo Balvich no solo gritó sino que corrió a jalarme del hombro pues por más que trato de recordar, no recuerdo que antes de jalarme, hubiera escuchado algo, sin embargo, conversando luego del percance él me repetía muy alterado, te estoy gritando, ¡que te retires! y no me hacías caso, lo veía a él agotado, fatigado y casi desesperado. Yo como no había vivido en conciencia el peligro me sentía bastante consternado, pero luego, agradeciéndole le dije ¡te debo una vida! Gracias, y mi ángel de la guarda también debe haberse puesto en apuros…

viernes, 17 de diciembre de 2010

SOBRE RUEDAS


Los meses de invierno corren lentos, fríos y húmedos en la puertas que dan los servicios a las naves que transportaban mercancías, son de continuidad obligatoria y si están organizadas para que se den las 24 horas del día en el Puerto del Callao.

Era el año 1988, en el mes de julio, es el caso que en cumplimiento de de mis funciones como operador de equipo motorizado, uno de esos días fui nombrado para atender una descarga de “Huacales” que son paquetes de laminas de fierro debidamente enzunchados (atadas).

En esta oportunidad me toco manejar un elevador (pato) para ejecutar el levante de los Huacales que se descargaban de un buque por una de sus escotillas.

Saliendo de mi base, llegue a espigón donde descargaban los Huacales mencionados, mi labor consistía en coger los paquetes de Huacales con las uñas de mi maquina, levantándolo e iba ubicándolo sobre las vagonetas (que son planchas planas de fierro con ruedas pequeñas pero fuertes) para que puedan soportar grandes pesos de 10, 20, 30, 40, 50, 60, 70, 80 y más toneladas de peso); que enganchadas a un “tractor”; carros diseñados para jalar grandes pesos, implementando con motores potentes, transportando las mercancías en este caso los “Huacales” hasta la zona señalada para su almacenamiento.

Mencioné al inicio de mi relato, trabajé maniobrando el elevador, recogiendo los Huacales, que venían siendo descargados del buque acoderado en el espigón, para cobrar en la plataforma de la vagoneta efectuando una serie de maniobras necesarias casi siempre al filo del espigón; entre la nave y el espigón queda un vacío para el vaivén del buque por el movimiento de las aguas.

En los espigones existen unos buzones cuyas tapas son de fierro gruesas y pesadas para dar seguridad, soportando el peso de vehículos pesados si fuera el caso.

Estos buzones tienen diferentes funciones entre ellas están las llaves del agua que abastecen a los buques cuando lo solicitan (agua dulce) que la requiere para su uso en el buque.

Es así como en una de estas maniobras una de las llantas posteriores del elevador en el giro que hago, hace que la tapa salte y la maquinaria caiga de lado, dado que la profundidad de estos buzones hubiera provocado que mi maquinaria se hubiera volteado, cayendo al mar, llevándome consigo puesto que no hubiera tenido tiempo de reacción alguna.

Lo bueno y providencial fue que la llanta cayo directamente sobre la llave circular que abre y cierra el paso del agua, que tiene cierta altura, porque si no hubiera sido así, hubiera caído la llanta al vacío y la maquina no se hubiera volteado lanzándose a las aguas arrastrándome en su caída puesto que estaba sentado, agarrado solo del timón.

Pues bien en esta posición quedó la maquina y yo; los trabajadores se arremolinaron al entorno y gritaban que no me moviera ni soltara el freno (el pedal del freno) pues lo tenía presionado y así permanecí, minutos más, minutos menos, hasta que llegó un operador con una maquina más grande que la mía (de mayor tonelaje) y uñas más largas.

Es así como se inició la operación de rescate cruzando las uñas del elevador por debajo de mi maquina y luego comenzó a elevarme estando en el aire mi maquina en posición segura procedí a abandonar mi unidad.

Siendo felicitado por mis compañeros de trabajo por el providencial desenlace sin sufrir daño alguno, fuera del susto producto de las circunstancias vividas.


lunes, 13 de diciembre de 2010

UN CÁLCULO CELESTIAL


En el año 1967 el transporte de carga de camiones en el terminal marítimo del Callao era fluido. Las mercancías en un porcentaje elevado eran transportadas a granel – suelta y en cajones.

Para entonces las partes para ensamblaje de vehículos venían en cajones – CKD – los cuales se transportaban por mar en buques, llegando al Puerto de Callao, siendo almacenados en diferentes zonas que poseía este puerto para este tipo de mercancía.

Para entonces trabajaba para el gremio de trabajadores de carga en camiones en el terminal marítimo del Callao como administrador y afiliado a la vez al gremio el que tenía muchos años de antigüedad. En el año 1967, con una gran trayectoria pues sus afiliados eran propietarios de camiones, podían tener un camión, como flotas numerosas de vehículos registrados, habían más de 600 camiones en esa época, camiones de plataforma en su gran mayoría, el tonelaje que transportaban eran de 5 toneladas a 14 toneladas como máximo con raras excepciones pues solo existían en el puerto 5 tráileres, entre los propietarios podría enumerar al amigo Rosso, Palomares, entre otros.

Los transportistas de esa época eran en muchos casos tradicionales, eran familias que tenían historia en el terminal marítimo del Callao, como transportistas daré algunos nombres que aún recuerdo: Gonzales, Miglía, Queirolo , King, García, Miranda, Rojas, Palomares, Duffo, Salazar, Martín Cancino, Marengo, Aguayo, Akerman, Rojas, y muchos más todos ellos luchadores constantes por el crecimiento y desarrollo de nuestro puerto, el Callao y el Perú, en general pues dedicaron su vida a ser parte de la cadena logística productiva en la importación y exportación de mercancías, contribuyendo con el desarrollo y el crecimiento económico de nuestro país; para entonces las naves que llegaban eran mucho más pequeñas de las que llegan hoy en día y eran atendidas por los estibadores para su descarga y carga, los estibadores eran un gremio bien organizado y todo el trabajo se realizaba con fuerza, algarabía, alegría, bromas van y vienen y los camiones iban siendo cargados o descargados con uno u otro producto de importación o exportación.

Para este caso mi camión fue cargado con paquetes CKD (cajones) cuatro o cinco cajones. Saliendo del puerto cargado luego de cumplir con el papeleo y el pesaje correspondiente, rumbo a la carretera central a la planta de ensamblaje, un viaje de más o menos tres horas, el recorrido lo hacía lento pues mi camión era un Ford 55 de plataforma, llevaba de carga unas 07 toneladas, llegando al destino sin mayores dificultades, efectuando la descarga, ya para entonces serían las 11 am, pues había salido del puerto a las 7 am de regreso tomé la Av. Javier Prado a una velocidad bastante lenta pues no había apuro alguno, sabía que había transportado los últimos cajones y que no había más carga que transportar, por ese día recuerdo que era un día domingo, de esos que se encuentran las calles mucho más tranquilas que el resto de los días de la semana.

Llegando al cruce de la Av. Salaverry y Pershing en el distrito de San Isidro, distinguí las luces en el semáforo que se encontraba ubicado al lado derecho efectuando el cambio de luz a ámbar cuando me encontraba a unos 30 metros de la esquina, delante iba un Volkswagen (auto escarabajo) y un Ford modelo 1952, color azul, ambos se detuvieron uno a la derecha y el otro pegado a la izquierda, pise el freno con la intención de parar yéndose el pedal al fondo, tomando mayor velocidad el vehículo (camión) a raíz de quedarse las ruedas liberadas de los frenos, ¡el camión estaba sin frenos!.

El espacio que tenía para pasar por en medio de los vehículos detenidos, era muy reducido, tomado del timón, me sentí volar del lugar, mi atención la puse en el cálculo que debía hacer para pasar por en medio de los dos vehículos estacionados, sin dañarlos, fue así que providencial y milagrosamente, pues tampoco venía vehículo alguno por la Av. Salaverry, que era lo que tenía el pase autorizado puesto que la luz verde le debía estar dando el pase.

Todo no tendría mayor observancia pues diríamos que aun mi mente está confundida y el espacio era suficientemente amplío para permitir el paso de mi camión.

Agradeceré a mis lectores considerar las siguientes consecuencias del paso de mi camión, antes voy a describir la conformación de la plataforma del camión, como era el uso aunque no general, pero en mi, caso, si la plataforma a los lados tenía unos “varales” (una madera viga de 4x4 diremos de grosor y el largo era todo el largo de la plataforma, y unos 20 cm sobresalía en la parte delantera iba fijada a los “muertos” o travesaños, que daban mayor consistencia y las tablas correspondiente constituían la plataforma, en la construcción de ella no fijaron los varales con pines que sobresalieran pues la madera era totalmente lisa de punta a punta.

Es así como repetí en dos o tres oportunidades la acción de pisar el freno sin ningún resultado, pasando entre los dos vehículos mencionados en ese entonces, todavía la Av. Pershing tenía tierra a los lados de las pistas, ayudado por el freno de mano y la caja de cambios pare a unos 150 metros del cruce bajándome del camión presurosamente, regresé a donde estaban los vehículos que seguían estacionados, el Volkswagen tenía en el techo un roce notorio, lineal producto del rose del varal de mi camión con el techo del auto del Volkswagen, acudí al auto Ford 52 color azul y vi al chofer (conductor) sentado frente al timón, mantenía un brazo colgado pegado a la puerta del carro que mantenía un ancho bastante plano algo ¡raspado por el varal de la plataforma de mi camión! era el de un negro bastante avanzado de edad con cara de preocupación, susto temerosos con voz ronca me dijo “ya me jodí” “Ud. me ha sacado el brazo””ahora quien va a mantener a mis hijos, son chicos aun” ante tal aseveración, yo le miraba el brazo y le dije “Oiga su brazo está bien, mírelo” le dije y mirando llego a mover los dedos de la mano, levemente siguiendo con la otra mano, aferrado al timón, algo suplicante dijo ¡no la siento! yo le dije trate de moverla.

En ese instante se acercó una señorita la que manejaba el Volkswagen entre asustada y preocupada había estado observando el techo de su vehículo y dijo llevarlo al señor al hospital, a la vuelta hay una asistencia pública, yo asentí en sentido afirmativo y le dije al chofer que se mantuviera sentado y rígido que levantara su brazo y así lo hizo, parecía que la presión y fricción que había ejecutado el varal sobre su brazo contra la puerta le había adormecido el brazo. La señorita en mención dijo: no se preocupe por mi joven, voy a mi casa, acto seguido subió a su vehículo y se alejó.

El señor del Ford se mostraba poco reticente, indeciso, yo le propuse manejar su auto para llevarlo a la asistencia que en ese entonces funcionaba a escasas 06 cuadras, no aceptando, me dijo, yo puedo manejar con una mano.

Yo lo note algo recuperado del susto pues debemos suponer que perder un brazo no es cosa simple.

Bueno, arrancó su vehículo e iniciamos el trayecto hacia la posta, cruzando la Av. Salaverry siguiendo por la Av. Pershing, para esto comenzó a mover su brazo, saliendo de la pista, paró atrás del camión y como para convencerme que su brazo estaba bien lo movió en uno y otro sentido.

Yo le dije “gracias a Dios su brazo se encuentra bien”, el me respondió “sí pero mejor vamos a la asistencia” si, si le dije resignado pues yo no podía certificar nada.

Le dije que en la asistencia siempre había un policía que nos pondría una papeleta a cada uno, y eso nos perjudicaría económicamente, acordando ambos que ingresaríamos a la mencionada posta aduciendo una caída y que le dolía el brazo.

Así fue como ingresamos al local de la asistencia, se acercó el policía, el señor manifestó lo acordado nos hicieron pasar ante el médico de turno a quien manifestó lo mismo que al policía, el médico lo examinó le hizo hacer algunos ejercicios con su brazo, certificando que se encontraba bien, le recomendó usara aceptil rojo para las raspaduras.

Y así salimos lo ayude para que comprara su receta, despidiéndose cordialmente, deseándonos mutuamente ¡suerte! Celestial.

Estos hechos nos ayudan a entender y comprender que una voluntad nos acompañará siempre en todos los actos de nuestra vida y cuando concordamos con su magnificencia siempre seguirán estas incógnitas que felizmente, alcanzáramos, su gracia cuando seguramente nos hacemos merecedoras de ellas.

UNA OCURRENCIA COTIDIANA


El distrito de Miraflores, que es parte de la región Lima, es uno de los distritos más antiguos y sofisticados de nuestra región, sus playas, su comercio, sus plazas, jardines, casas comerciales, sus avenidas, el comercio en general, no tiene que envidiarle nada a las grandes ciudades del continente, sus misterios y vida nocturna, andan a la par con la modernidad continental y transcontinental.

Para enfatizar aún con mayor claridad, diremos que Miraflores es la sala donde los turistas y peruanos encontrarán cuanto deseen y los satisfaga, en cuanto a comercio, comida y distracciones diurnas y nocturnas.

En este medio nos vamos a ubicar en los años 1986, época de verano, viniendo de Lima a Miraflores, por la Av. Arequipa, cuadra 36 (venía en mi auto Volkswagen 1976, trabajando como taxista) a unos 30 metros, diviso a dos “caballeros” a cual mas alto, con tipo de extranjeros, uno más fornido que el otro, el más delgado, agachándose se dirigió a mi, preguntándome cuanto le “cobraba” por llevarlos hasta la Av. Brasil, la última cuadra. Le hice la oferte, aceptando, abriendo la puerta, invitó a su acompañante a subir en el asiento de atrás.

Una vez los dos pasajeros ubicados dentro del vehículo, inicié el recorrido; serían las 6 p.m. de un día domingo, de paz y tranquilidad por esa zona, bajé unas cuadras por la Av. Arequipa, mis pasajeros resultaron muy bulliciosos y alegres, pues se reían a mandíbula batiente, con palmadas groseras, supuse que lo hacían para amedrentarme, pues el olor a alcohol y pasta era nauseabundo.

Llegando a la Av. Angamos, doblé por ella prendiendo la luz del salón, más por precaución y para poder disimular mi mirada de reconocimiento a cada uno de ellos, ante esta acción de prender la luz del salón, la que se encontraba al centro del techo del vehículo, el ciudadano que venía en el asiento posterior, la apagó, acto seguido, abriendo los brazos puso una mano en la puerta izquierda y la otra en la puerta derecha, demostrando una cobertura de brazos bastante amplia, metiendo casi su cara por el centro de los dos asientos, con voz estruendosa dijo: “la luz me molesta” ¿que pasa? Sacando fuerza de flaqueza (bueno, esto no es mentiras, por entonces estaba muy, pero muy delgado, no más de 54 kilos era mi peso).

Respondí, yo trabajo con la luz de salón prendida y acto seguido volví a prenderla, el pasajero que venía adelante, se encarrujó cual boa, encogiendo las piernas, poniéndose en tal posición que me miraba directamente con los brazos metidos en las piernas, dijo: ¡este carro es mío, pues yo lo paré!, el amigo se rió, preguntándome ¿donde vives tú? Le respondí: en el Callao, con toda tranquilidad, como si todo lo que hacían y decían no me llamara la atención de manera alguna. ¡a carajo! eres del Callao ¿en que calle del Callao vives?

Yo seguía manejando, no sabía cómo salirme de esta circunstancia, sabía que forzando la situación perdía toda posibilidad de escapar, lo cierto es que tenía la seguridad que eran un par de “malandrines” decididos a hacer de las suyas, ya sea robándome, maltratándome o llevándose el vehículo.

Trataba de mantener la calma y mostrarme dócil y dominado. Y contesté: Ancash, cerca a Vigil; a lo que el gigantón que venía en el asiento posterior, tirándose hacia el espaldar del asiento de atrás, casi gritando, vociferando algunos improperios, dijo: yo conozco el barrio, tú eres un pend… entonces, acto seguido, soltó una sonora risotada, en ese instante llegaba al semáforo que está en el cruce del Jr. Santa Cruz, paré, pues la luz roja me obligaba, ambos me miraron y acto seguido miraron el “semáforo” sin pensarlo dos veces, acto seguido saqué la llave del contacto, abrí mi puerta, casi “sin moverme” y salté del vehículo y corrí a la parte posterior del vehículo, abrí la portezuela del motor, sacando el chicote que habilita corriente al distribuidor desde la bobina, con la seguridad que sin este chicote el vehículo no arrancaría, luego de sacar el chicote, retrocediendo unos pasos, miré hacia la puerta del vehículo, el pasajero que venía delante, ya estaba parado, hablando, gritando diría, lanzando improperios, y el que venía en el asiento de atrás, ya tenía la cabeza afuera, vociferaba y “luchaba” por bajarse, pues su tamaño y envergadura le dificultaba su bajada, finalmente los dos estaban fuera del vehículo y decían ¿que pasa?, les respondí, siempre a distancia: se ha malogrado el carro, no pasa corriente. Los dos se acercaron al motor, lo miraron y me dijeron: “ven, yo soy mecánico, yo lo arreglo”.
Entre preocupado y decidido les respondí: ¡no!, tomen otro taxi. Ellos con los brazos insistían en que me acercara, viendo que no les hacía caso alguno, comenzaron a vociferar, mi preocupación era tremenda, pues no pasaban carros, y no se veía peatón alguno, yo me mantenía a unos 20 metros de los amigos “asaltantes”.

En eso como haciéndome caso a mis sugerencias, pasaba un taxi por el Jr. Santa Cruz, el que pararon, el más “fortachón” a un era reticente a tomar el otro vehículo, caminando hacia el otro taxi, volteaban a mirarme, finalmente subieron al taxi y se fueron.

Aún así me tomé mi tiempo, ya había oscurecido, me acerqué a mi vehículo, conecté el chicote a la bobina y al distribuidor, encendí el motor y continué mi ruta por las calles, buscando usuarios sin malas intenciones, que necesiten un servicio de taxi, realmente.

jueves, 2 de diciembre de 2010

ESCUCHANDO LA RAZON


Los inviernos en los espigones siempre son mas marcados, la lluvia, la humedad del mar, la agitación de las aguas, el barro en el piso de los espigones, la brisa fría y humedad, la oscuridad de la noche, todo contribuye a presentar un ambiente diferente al día mismo, con claridad.

Para el caso fue una noche de amanecida en un horario de 1:00 am a 7:00 am, horario de amanecida, trabajaba para la Empresa Nacional de Puertos S.A. (ENAPU S.A.) por nombrada me correspondía trabajar en el Espigón Nº 3 para un buque que descargaba VANES o CONTENEDORES, llenos de mercancías, con pesos variados de 10, 20, 30, 40, 50, 60, toneladas y eran de 20 pies y 40 pies.

Los que conocemos o hemos visto una nave cargada de estos “contenedores”, habrán notado que vienen, tanto en las bodegas como sobre la cubierta en rumas de uno sobre otro, pueden ser 2, 3, 4, 5, 6, 7, lo que da una altura bastante impresionante, sobre todo si está anclado y se observa desde tierra.

Para el caso que relato, cumpliendo con la nombrada, tomé un “tractor” llámese así a un vehículo, de fuerte estructura, preparado para “jalar” “plataformas” igualmente estructuras de fierro con llantas pequeñas, de poca altura, especiales para soportar grandes pesos, estas van enganchadas al “tractor” y así se transportan sobre ellas las mercancías que se descargan en los buques, para el caso, se trata de descarga de “vanes” o contenedores.

Es el caso que ya eran las 6:00 am, faltaba una hora para retirarme, cumpliendo con el horario, ya había trasladado varios “vanes” a la zona donde correspondía dejarlos, cuando llegó al espigón con el tractor y la carreta vacía, había cierta algarabía y gritos de urgencia y algunas voces, muy aparte del portalonero dirigiéndose a mi, ordenaban que ingresa con el tractor por debajo del “van” de 40’ pies que pendía del “huinche” sostenido por 4 cables en cada extremo, para depositarlo en la “carreta” que venía jalando (todos agitados, apurados, pues ya terminaba la jornada y querían terminar con la descarga de vanes).


Es así como entré sorprendido, soñoliento, algo cansado por las horas transcurridas y el trabajo, continué detenido, muchos agitaban los brazos, gesticulaban (no es usual efectuar este tipo de maniobra, por precaución primero se cuadra la plataforma y luego se procede a sacar el van).

Como decía, la premura por el tiempo y la presión del mismo trabajo, me ubicó en esta situación bastante desagradable, finalmente bajé de la máquina, buscando que dialogar y explicar las normas de seguridad, la algarabía era tal que aferrándome a mi sentido de conservación, pensaba: y si se cae”, visto en el aire un contenedor de 40’ pies se ve inmenso y peligroso, así es que continué caminando y preguntando ¿a quién le hago caso? ¿quién es el encargado? ¿quién manda acá? La respuesta fue clamorosa en coro y altisonante. En ese instante se rompen dos cables de uno de los extremos y el “van” gira cual péndulo de un reloj, con un ruido estrepitoso, rozando el piso del espigón y el casco del buque, cual guadaña gigantesca, hasta finalmente quedar parado, recostado al buque, sostenido por los dos cables restantes, justo donde debía estar yo y la maquina que por cierto hubiera sido barrido el ir y venir del van o contenedor.

Observando el panorama, silencio sepulcral, di media vuelta y subí a mi máquina, (tractor) regresando a mi base, no sin antes agradecer encontrarme bien y salvado providencialmente, se que ningún trabajador pensó que pudiera suceder el hecho manifestado, pero sucedió y sucede cuando el fragor del trabajo nos hace olvidar las normas de seguridad, en muchos casos las consecuencias son fatales y nadie queda para constatarla.

El trabajo ennoblece al ser humano, pero también mata cuando no se toman precauciones con las normas.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

UN CABALLO DESBOCADO


El Departamento de Ica, hoy Región Ica, se encuentra al sur de la Región Lima – y a 100 k/mts. mas al sur, se encuentra la provincia de Palpa.

Por la carretera Panamericana Sur, desde Lima, la capital del Perú, se llega hasta Tacna, frontera con Chile.

En el año 1954, aún vivía en la provincia de Palpa – Región Ica, tenía 14 años de edad. El Valle de Palpa regado por el río Palpa y otros era hermoso, su campiña, se veía alegre, la fragancia de su vegetación inundaba todo el ambiente lleno de arboles frutales. Su clima en todo los meses del año era cálido y seco, pues la temperatura ambiental cálida durante todo el año, nos permite decir que las energías que irradia el “dios sol” como dirían los antepasados incas y pre incas, mantienen a su gente siempre activa, cargada de radiaciones y energías positivas, la mejor noticia para los enfermos de un mal tan “perverso” como lo es el asma, la detiene, la cura y por último permite olvidarla, su clima seco y cálido es gozoso por el verdor de su campiña, los variados frutales, destacándose la naranja, sabrosa y olorosa, como no hay otra en el mundo, tiene en su cuenca 5 ríos que año a año refrescan sus valles, con una historia milenaria, sin par, aún no puesta en valor, guardando aún en las entrañas de su tierra mucha historia tanto cultural como artesanal y de conocimiento científico como el calendario solar, y figuras lineales.

El río que pasa por el pueblo de Palpa es el río Palpa que nace en la Región Ayacucho, provincia de Lucanas, distrito de Llauta a más o menos 2600 mts de altura.

Justamente el relato que a continuación haré se desarrolló en el camino que va de la ciudad de Palpa hacia el interior, la sierra, propiamente dicha, este camino plano de 3 a 4 metros de ancho, va bordeando los cerros, se ven altos, carentes de vegetación, bastante empinados, caminos poco transitados, zigzagueante en todo su recorrido, por el otro flanco del camino están las chacras, terrenos de cultivo.


Es el caso que en los años 1950, era un joven (niño) acostumbrado a viajar a caballo, correr en “pelo” (sin montura, ni cubierta alguna en el lomo del caballo)


Salí de la ciudad de Palpa a eso de las 4 pm por alguna razón debía dejar el caballo de mi papá, en el fundo Cieneguilla, así se llamaba el fundo de mi tío francisco Bendezú, tenía que recorrer una distancia de 8 kms a caballo, 2 horas de viaje.

Como dije en líneas arriba, este viaje no tendría nada que recordar ni anecdótico, sino fuera por los sucesos que señalaré a continuación.

El viaje lo hacía en mi caballo, bien ensillado, con bridas en buen estado, el corcel era bastante joven, podría decir manso, pero fuerte, para caminar grandes distancias, pues ya lo había probado en otros viajes, mucho mas largos.

Es así como en el recorrido hacia el fundo Cieneguilla, en un recodo del camino, a la altura de un fundo llamado Moyaque, existían unos árboles de guarango (así lo identifican en el sur, en el norte los llaman algarrobos) que por cierto daban sombra al otro costado del camino, se elevaban los cerros a gran altura, escarpados, había un profundo silencio, más los deseos de miccionar no aconsejaban mayor espera; me apeé del caballo, que por cierto para mi estatura y largo de piernas resultaba una maniobra bastante exigida, cogiendo siempre la rienda, cumplí con el “cometido” propuesto, cuando al subir se escucha en las alturas de los cerros un tropel de rozar de piedras, un rodar profundo y sordo. Más aún un sonido agudo de campanillas, murmullos grupales, olores mil.

Todos los del lugar sabe que por lo menos en todo el recorrido de 4 kms existen tumbas pre incas, muchas no profanadas y otras sí y que el camino mencionado está al borde de este “cementerio” diríamos así en nuestro tiempo, pero llamamos a estas tumbas donde se cobijan cientos de momias, restos pre incas, desdeñando sus valores, riquezas sobre todo la voz de una verdad de herencia dejada en esas tierras por quienes las habitaron en siglos pasados. Merecedoras de mayor atención por quienes tienen la obligación de cuidar y poner en valor nuestra heredad.

Es así como mi caballo parando las orejas levantando la cabeza, estirando el cuello, mirando a las alturas, emprendió veloz carrera, quedando yo casi colgado, de lado, en todo caso, podíamos caer al suelo, caballo y jinete con trágicos resultados y así a gran velocidad cruzamos por el caserío de Bellavista, Chichitara, Hornulloc todos los lugareños, como tenderán conocimiento mis lectores crían “canes” “perros” grandes y fuertes, el aullido lastimero de los perros acompañaban el pasar veloz de m cabalgadura, luego de recorrer en las condiciones expresadas unos 3 kms fue bajando el ímpetu y la velocidad mi caballo, hasta llegar a la casa de mi tío Francisco, ya oscurecido el día, tan sudoroso mi caballo como yo, refiriendo lo sucedido mi tío, tocándome los hombros me dijo: César ya pasó, tómate un café, supongo que no tendrás miedo. Yo para mis adentros me decía ¿miedo¿ ¿Qué es eso? Pero mejor, regreso mañana ….. de día, claro y con sol…

UN VIAJE PARA RECORDAR

De Ica a Palpa


Ica, región Ica – Palpa que reúne en sí belleza incomparable, su laguna Huacachina, La Huega, La Victoria, le daban la frescura necesaria a los ciudadanos y visitantes a este hermoso departamento de clima caliente, ventiscas y de sol radiante, su valle lleno de vegetación y sus desiertos cautivan a propios y extraños, entre sus productos vegetales están la vid, la uva, una fruta cuyo origen es muy, pero muy antiguo en el mundo, de cuyo encantador jugo sale la cachina, el vino, el pisco, de sabores variados, celebrándose una fiesta a su nombre y por su razón, llamada la vendimia, festejos a los que acuden desde todos los países del mundo, se celebran grandes peleas de gallos, reinados, carreras de chachigros y otras actividades.

Es un pueblo sumamente religioso y creyente por lo que las procesiones se suceden con cierta continuidad, en la propia ciudad como en sus distritos, siendo el festejo más importante la veneración al Señor de Lúren, que lo acompañan grandes multitudes de creyentes.

Es así como en el verano del año 1954 febrero para ser más precisos, me encontraba en Ica, participando en unos cursos en la gran unidad escolar San Luis Gonzaga, coincidimos con un amigo “palpeño” donde vivíamos a dos cuadras de distancia y nos conocíamos desde niños, es así como nos pusimos de acuerdo para realizar un viaje de Ica a Palpa, 100 kms de distancia por la Panamericana Sur ¡ida y vuelta! 200 kms era un espíritu de juventud aventurera, y nos parecía fácil, fácil y así lo decidimos y lo acordamos, sin medir razones ni consecuencias, ambos teníamos nuestras bicicletas, casi nuevas, marca “Hércules”, la misma marca, nos vitalizaba, eran de paseo, bastante fuertes.

Así pues, un día del mes de Febrero de 1954, salimos decididos a efectuar el viaje a bicicleta de Ica a la provincia de Palpa, serían las 10 am con un sol radiante y por lo menos 22 grados de temperatura, recuerdo que pasamos por unos parrales y decidimos llevar con nosotros algunos racimos de uva ¡para la sed! Dijimos pues, no llevábamos agua ni ningún otro líquido, pasamos Santiago, un lugar desde donde comenzaba el desierto, ya teníamos un sol candente, avanzamos unos 5 kms y comenzamos a sentir el embate de los vientos cargados de arena caliente y así continuaba pedaleando, consumimos toda la uva, parábamos a intervalos y nos animábamos a continuar, paraban algunos vehículos, camiones, camionetas y otros nos invitaban a llevarnos, pues es de suponer que nuestro aspecto no era muy saludable, las “paracas”, vientos cargados de arena del desierto iqueño nos envolvían periódicamente, teníamos hambre, habíamos bajado de la bicicleta y caminando a pie varias veces y así serían las 5 pm cuando llegamos del distrito de Santa Cruz, ya estábamos en la provincia de Palpa llegando al “túnel” el que teníamos 150 mts de largo por donde pasaba la carretera Panamericana Sur, nos detuvimos un momento antes de ingresar al túnel que por cierto se veía oscuro y al final se distinguía una claridad, era la salida, nos alegramos pues sabíamos que desde ahí se iniciaba una bajada, todo era pendiente, por lo menos 3 kms hasta llegar al distrito de Río Grande y así con cierto ánimo ingresamos al “túnel” avanzamos unos 50 mts por cierto que la pista dentro del túnel era en bajada, lo que hizo que nuestras bicicletas tomaran velocidad, se engancharan y caímos estrepitosamente, uno sobre el otro, entre las bicicletas, no veíamos absolutamente nada, era una oscuridad sepulcral, diríamos y así escuché la voz de mi amigo Alejandro quien se quejaba pues decía no me muevas, pues habíamos caído cerca uno del otro, estábamos sobre las bicicletas, traté de reincorporarme y él insistía que no lo mueva, diciendo “el timón de la bicicleta me ha atravesado el estómago” pensé en ese momento lo peor.

Por un instante pensé lo peor, el sol, el cansancio, la sed, esta minando nuestra cordura, el hambre nos había debilitado, es así como arrastrándome un poco, guiado por su voz, llegué a su lado, pude tocar su cuerpo que boca abajo permanecía sobre una de las puntas del timón de su bicicleta, en una reacción mas por la preocupación que me causaba el escuchar que estaba “herido de muerte” metí mi mano bajo su vientre llegando a tocar el timón, subiéndola hasta tocar el final del tubo del timón, metiendo mi mano entre el timón y la barriga de mi amigo Carlos descubrí, tuve la certeza, de lo que le sucedía y entre sorprendido y aliviado le dije “fuerte” pues las palabras resonaban dentro del túnel y si se levantaba la voz aún más ¡estás vivo! ¡estás vivo! El timón no te ha herido, no sientes mi mano, muévete, sal a un costado, que estas sobre la punta del timón, acto seguido con la otra mano lo empujé de costado, tratando que salga de la posición incómoda en que se encontraba.

Acto seguido escuché que decía ¡no tengo nada! ¡estoy bien! Y así estos gritos y palabras, nos reanimaron, parándonos en medio de una oscuridad absoluta, recogimos caminando haciendo rodar nuestras bicicletas y seguimos caminando hasta salir del túnel, por suerte, no venía ningún vehículo, en ningún sentido, seguramente que podía habernos sucedido algún percance mayor, llamémosle suerte o buena ventura.

Una vez fuera la visibilidad era tenue y dándonos valor hicimos un registro de nuestras heridas, yo tenía un tremendo raspón en la rodilla, que me sangraba, un codo igualmente raspado, así como el antebrazo, mi amigo Carlos tenía parte de la cara raspada, el brazo desde la muñeca, codo raspado y le dolía una rodilla.

Nos miramos y dijimos, ya estamos cerca, aun a pie tenemos que llegar e iniciamos el descenso por esa carretera, en cuyo tramo, muchos ómnibus se fueron al precipicio, accidentes donde muchos pasajeros perdieron la vida, decían que uno de los hermanos Gálvez, corredor de autos de esa época, que cuando subía hacia el túnel viniendo de Arequipa, su máquina no podía trepar y dándole vuelta a su auto inició el ascenso, llegando a la cúspide, hay una curva y luego se va directo al túnel en mención, pues parece que fue la emoción o una distracción, impulso tan fuerte su vehículo que cayó al precipicio de mas de 200 metros, deslizándose hasta el fondo, llegando ileso, iniciando el ascenso a pié presuroso, llegando a la cúspide, la carretera, cansado y agotado, recogiéndolo otro corredor (Alvarado) quien lo dejó en Ica (ciudad) pues la carrera era hasta Lima, ¡nobleza manda! Dirían los abuelos y… así por esos caminos penosamente casi 5 kilómetros entre subidas y bajadas pasamos por Río Grande llegando a Palpa a las 9 pm cruzando Los Portales de Palpa con nuestra bicicleta al costado, rodando aún, alegres henchidos y orgullosos por haber llegado, tristes por que se acababa tan simpática aventura.

Mi amigo Carlos se quedaba primero, pues yo tenía que caminar dos cuadras más, nos despedimos diciendo ¡hasta mañana, tenemos que regresar! Amanecí volando de fiebre, con dolores en todo el cuerpo, atendido por mi santa madre que me miraba con pena, lástima y mucho pero mucho amor maternal, queriendo que le contara que había pasado y yo insistía en que me dolía todo el cuerpo…. Y el regreso ….? Luego me enteré que mi amigo Carlos estaba igual que yo…

Se sufre… pero se aprende …