miércoles, 2 de mayo de 2012

DISTINCIÓN A NUESTRO DIRECTOR


La Revista Alma Porteña agradece la distinción otorgada a su Director por difundir noticias sociales, políticas y turísticas a nivel nacional, conforme puede verse de la diploma que publicamos.


LA EXPERIENCIA ENSEÑA


En el departamento de Ayacucho, provincia de Lucanas, existe un distrito llamado Llauta, el que colinda con la provincia de Palpa, que pertenece al departamento de Ica, hoy región Ica. Llauta es una provincia que se encuentra a 2200 mts de altura, en nuestra Cordillera, donde se origina el río Palpa, encontrándose en esta prov incia un lugar llamado Ailapampa, con una veintena de casas, hace muchos años atrás en los años 1830 un italiano llamado Francisco Degregori Chiessa, afincó en este poblado, era ganadero, próspero, tenía tierras de invernación de ganado (engorde), existiendo hasta la fecha la mencionada casa hacienda que por cierto destaca en el lugar, que consta de 2 plantas, 11 cuartos de 5 x 6 c/u. en el 2º piso - un corredor – comedor – cocina - dormitorios, en el 1º piso, un patio de 40 x 15 mts empedrado - cruzando el patio al frente 6 cuartos de 5 x 6 de una planta todo con techo de calaminas y un corral para el ganado de 2000 mts2.

Don Francisco Degregori Chiessa es mi abuelo, tuvo con su esposa, mi abuela Ricardina Bendezú, 12 hijos, siendo en la actualidad numerosos los familiares con el apellidos Degregori, descendientes de Don Francisco, emigrante que llegara al Perú por el puerto del Callao en los años 1822, padre de doña Enma Degregori Bendezú, quien fuera mi madre.

Para ese entonces tendría yo, de 10 a 12 años, por razones que no recuerdo con exactitud, se me encomendó ir de Ailapampa, de la casa de mi tío Amadeo, a la casa hacienda de un primo, Jorge Guillén Degregori, el camino por donde debía ir era un camino pegado a la falda de los cerros, que por cierto son altísimos y llenos de vegetación, lo que ya había incursionado en alguna oportunidad era morada de pumas, el llamado “león peruano”, fiero, noble, y solo caza cuando tiene hambre, no es carroñero, perdices, vizcachas y guanacos en las partes más altas, así como algunas alimañas, como la apancora, araña temible, que lanza bufidos en medio de las lluvias y otras variedades de alimañas.

Era un día del año 1950 ó 1951, en los meses de Enero o Febrero como es sabido, épocas de lluvias intensas, de abundante agua, época de inundaciones, ríos cargados (llenos de agua), “canganas” ruidosas, por donde corren grandes caudales de agua a velocidad vertiginosa, arrastrando piedras y plantas, según sea la intensidad de las lluvias, todo esto debido a la gran altura de los cerros desde cuyas simas, las gotas de agua se convierten en pequeñísimas corrientes que por la inclinación de su configuración, discurren llegando a estas grietas que se forman desde la sima hasta sus bases, con el pasar de los siglos se han convertido en verdaderos cauces profundos, por donde discurre el agua de las lluvias hasta llegar a los ríos (en este caso el río Palpa) bajan sus aguas con gran estruendo, haciendo temblar la tierra cual terremoto.

Es así como en cumplimiento del encargo, decido cortar camino, todos sabemos que la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos equidistantes, en este caso (2 km más o menos).

Bien, aplicando esta lógica, ingresé a los cercos sembrados de “alfalfa” gran alimento para los animales (en este caso reses, caballos, carneros, etc.) continuando mi travesía ingresé a un cerco, cuya alfalfa había crecido tan alto que casi me cubría por completo, estando casi a centro del “cerco” (cerco es un espacio de terreno, circundado por “pircas” hechas de piedras superpuestas, estas pueden ser de dos metros más o menos, permitiendo identificar la propiedad e incluso llevan nombres para mejor identificarlos.

Es así como escucho a lo lejos unos ladridos broncos y fuertes de por lo menos tres perros, apuré el paso cuanto pude, abriendo la alfalfa con mis brazos, divisando la pilca bastante cerca, voltee a mirar y logré ver tres cabezas de perros que se perdían y aparecían, saltando y corriendo, venían a mi encuentro rabiosos y ladrando, sentí que me encontraba en un gran riesgo de ser atacado por estos perros que eran inmensos y bravos pues eran la seguridad de la casa hacienda del primo quien yo debía entregar el encargo.

Por suerte esta pilca si bien es cierto tenía aproximadamente dos metros de altura, no era lisa, unas piedras sobresalían más que otras, por donde me encaramé lo más pronto posible (dentro de los límites que mi corta edad me permitían) llegando a estar en la cima de la pilca antes que los furibundos perros me alcanzaran, esta era la última que tenía que pasar, ya que daba al camino que me conduciría a la puerta de la casa hacienda.

Y así tuve un final feliz, fue una experiencia crítica, mi regreso sí lo hice por el camino que era mucho más largo, pero que me daba seguridad.

Moraleja: “No siempre el camino más corto es el mejor” o “Más vale rodear que rodar”.