CHOROS A LA PARRILLA
Era un día soleado de esos que el verano nos trae, en el año 1986, me encontraba circulando en el distrito de Miraflores, Lima – Perú, cumpliendo con mi función de taxista, por el Parque Kennedy, cuando algo agitado un ciudadano de unos 40 años de edad, mas o menos, producto criollo 100%, hace la señal de estilo, para tomar un servicio de taxi, paré, se acercó a la ventanilla derecha, diciéndome que necesitaba lo lleve al distrito de La Victoria – sugiriéndome que me pagaría cinco soles, que le era urgente llegar con la llanta de repuesto, que por cierto yo lo había visto traerla rodando, porque su carro se le había bajado la llanta, acepté, subió su llanta en el asiento trasero (se trataba de un auto Volkswagen, con el que yo trabajaba en el servicio de taxi), subiendo en el asiento de adelante el pasajero mencionado.
Inicié la marcha, no mas de tres o cuatro metros, apareció un amigo alborotado, él, tratando de hacerse notar por el circunstancial pasajero, haciendo que me detenga, saludándose mutuamente, preguntándole donde iba, el pasajero le respondió manifestándole lo descrito líneas arriba, de inmediato se ofreció a acompañarlo, para ayudarlo, y así se bajó para permitirle al “amigo” subir, y ubicarse en el asiento posterior del vehículo, conversando muy eufóricos los amigos, yo enrumbé hacia La Victoria, parece que ellos se distrajeron, pues cuando ya había tomado el “zanjón” el pasajero que iba en el asiento de adelante, no sintiéndose a gusto me increpó ¿Por qué había bajado al zanjón? Pues quería ir por la parte alta, ya para entones mi olfato de taxista me puso en alerta, puesto que tanto por las expresiones como por los temas que trataban parecían más que amigos “compinches” que compartían una aventura delincuencial (como dada la celeridad y continuidad del tráfico en el zanjón, difícilmente estos sinvergüenzas podían actuar o tratar de “asaltarme” se incomodaron).
Bien, rápidamente cambiaron de actitud y sonrientes ellos, me apuraron, mencionando que su carro estaba botado en la calle Luna Pizarro y que era una calle peligrosa, todas estas expresiones y ademanes me dieron certeza con respecto a sus intenciones.
Saliendo del zanjón a la altura de la Calle 28 de Julio, (La Victoria) al máximo de velocidad posible, me preguntaron por donde iba a ir, respondí, lo más taimadamente, por la Av. Grau, pareciera que mi respuesta los conformó, puesto que riéndose, regresaron a hablar de sus grandes borracheras, diversiones (como lo vinieron haciendo en todo el recorrido)
Llegando a la Plaza Grau, donde se inicia la Av. Grau, existe un grifo al cual ingresé, raudo pero seguro, estacionándome al costo del surtidor, mis dos pasajeros al unísono me increparon ¿Qué pasa maestro? Yo, abriendo la puerta, bajándome, respondí con voz fuerte ¡no hay gasolina! Parándome frente al grifero, ¿tienes arma? Me respondió ¡no! Le dije enseguida, creo esos dos son choros, tomé una decisión inmediata, vi por lo menos cinco policías de tránsito que alborotados dirigían el tráfico, al entorno de la Plaza Grau, tocando “pito” constantemente, voltee y mirando a “mis circunstanciales usuarios” les dije, bajen, hasta aquí nomás llego, ¡no va más!, estos señores “lagartijas” entre sorprendidos y tratando de demostrar sorpresa y ofensa, apresuradamente me respondieron ¡no! Tiene que llevarme a Luna Pizarro, yo respondí, bueno, que prefieren bajarse o llamo a los policías.
Se miraron, se hicieron señas, me increparon, más, balbuceando que otra cosas, eres pend… conch…, bajándose apresuradamente, pasándole la llanta, en seguida bajó el pasajero que venía en el asiento posterior, caminando en línea recta hacia la pared que bordea un corralón, se fueron rodando su llanta, cual simples transeúntes, apurando el paso, como si temieran algo.
Me quedé un momento conversando con el señor grifero, decidiendo continuar mi faena, enrumbé buscando un nuevo usuario que tuviera necesidad de servicio de taxi, sin malas intenciones por supuesto. ¡Oh ciudad, hermosa ciudad! ¡Oh trabajo, lindo trabajo!
Inicié la marcha, no mas de tres o cuatro metros, apareció un amigo alborotado, él, tratando de hacerse notar por el circunstancial pasajero, haciendo que me detenga, saludándose mutuamente, preguntándole donde iba, el pasajero le respondió manifestándole lo descrito líneas arriba, de inmediato se ofreció a acompañarlo, para ayudarlo, y así se bajó para permitirle al “amigo” subir, y ubicarse en el asiento posterior del vehículo, conversando muy eufóricos los amigos, yo enrumbé hacia La Victoria, parece que ellos se distrajeron, pues cuando ya había tomado el “zanjón” el pasajero que iba en el asiento de adelante, no sintiéndose a gusto me increpó ¿Por qué había bajado al zanjón? Pues quería ir por la parte alta, ya para entones mi olfato de taxista me puso en alerta, puesto que tanto por las expresiones como por los temas que trataban parecían más que amigos “compinches” que compartían una aventura delincuencial (como dada la celeridad y continuidad del tráfico en el zanjón, difícilmente estos sinvergüenzas podían actuar o tratar de “asaltarme” se incomodaron).
Bien, rápidamente cambiaron de actitud y sonrientes ellos, me apuraron, mencionando que su carro estaba botado en la calle Luna Pizarro y que era una calle peligrosa, todas estas expresiones y ademanes me dieron certeza con respecto a sus intenciones.
Saliendo del zanjón a la altura de la Calle 28 de Julio, (La Victoria) al máximo de velocidad posible, me preguntaron por donde iba a ir, respondí, lo más taimadamente, por la Av. Grau, pareciera que mi respuesta los conformó, puesto que riéndose, regresaron a hablar de sus grandes borracheras, diversiones (como lo vinieron haciendo en todo el recorrido)
Llegando a la Plaza Grau, donde se inicia la Av. Grau, existe un grifo al cual ingresé, raudo pero seguro, estacionándome al costo del surtidor, mis dos pasajeros al unísono me increparon ¿Qué pasa maestro? Yo, abriendo la puerta, bajándome, respondí con voz fuerte ¡no hay gasolina! Parándome frente al grifero, ¿tienes arma? Me respondió ¡no! Le dije enseguida, creo esos dos son choros, tomé una decisión inmediata, vi por lo menos cinco policías de tránsito que alborotados dirigían el tráfico, al entorno de la Plaza Grau, tocando “pito” constantemente, voltee y mirando a “mis circunstanciales usuarios” les dije, bajen, hasta aquí nomás llego, ¡no va más!, estos señores “lagartijas” entre sorprendidos y tratando de demostrar sorpresa y ofensa, apresuradamente me respondieron ¡no! Tiene que llevarme a Luna Pizarro, yo respondí, bueno, que prefieren bajarse o llamo a los policías.
Se miraron, se hicieron señas, me increparon, más, balbuceando que otra cosas, eres pend… conch…, bajándose apresuradamente, pasándole la llanta, en seguida bajó el pasajero que venía en el asiento posterior, caminando en línea recta hacia la pared que bordea un corralón, se fueron rodando su llanta, cual simples transeúntes, apurando el paso, como si temieran algo.
Me quedé un momento conversando con el señor grifero, decidiendo continuar mi faena, enrumbé buscando un nuevo usuario que tuviera necesidad de servicio de taxi, sin malas intenciones por supuesto. ¡Oh ciudad, hermosa ciudad! ¡Oh trabajo, lindo trabajo!
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