Eran los años de la década del 60; años en que la pesca estaba en bonanza, así como muchas otras actividades e industrias en el Callao, no dejando de lado el comercio de la Av. Buenos Aires, Sáenz Peña (Lima) eran arterias muy concurridas y alegres, los cines aún eran concurridos, Bellavista, Callao, Badel, América, Avenida Sáenz Peña, Pacífico, Porteño, La Perla, La Punta era un balneario de polendas, con sus casonas hermosas, los tranvías eran añorados con cercanía, el transporte público de pasajeros se hacía en autos “colectivos” se llamaban y ómnibus la línea siete “Lima Callao, por la Av. Venezuela, hasta Av. Abancay en Lima, colectivos urbanos e interurbanos como 13, 14, 16, 17, 18, 21, 27, 31, 101, el urbanito, todas ellas transportaban a los ciudadanos chalacos desde sus distritos y anexos al centro, la Av. Sáenz Peña, el mercado del Callao se mostraba bullicioso, alborotado, pero todos, todos, eran gentiles, caballerosos y atentos.
La autoridad portuaria hoy Empresa Nacional de Puertos, brindaba trabajo y seguridad a sus trabajadores y sus familias, sin zozobras ni amenazas, ni con esperanzas banales, pues todos, todos, tenían sus representaciones que permitían el equilibrio social, tan necesario y justo que brindaba una paz social, no solo externa, sino también espiritual.
Bueno pues, en este marco vivencial, el relato que a continuación describo tuvo su desarrollo.
Serían las nueve de la noche de un día del año 1964, era una noche como cualquier otra, hasta el momento en que inicio mi relato, pues en la Av. Sáenz Peña frente a Puno, el ingenio del transportista “colectivero” que transportaba preferencialmente pescadores que cumplirían su “faena” en sus “lanchas” y chalanas, según fuera el caso, en la pesca de anchovetas o en la pesca artesanal para la alimentación, es así como llegando al paradero en el “frigorífico” o muelle de pescadores como se le llama hasta hoy, no tuve mejor idea que regresar por la Avenida Contralmirante Mora (la que comunica la Base Naval con el Obelisco, y es así que no contando con la astucia de mis ciudadanos los “cacos” comencé a recogerlos en casi 200 metros de la Av. Contralmirante Mora (pues hábilmente se habían puesto de acuerdo para tomar el colectivo, como si ellos no se conocieran), es así como recogí a cinco pasajeros y siguiendo la ruta acostumbrada llegué al Óvalo del Callao, Jr. Puno y la Av. Sáenz Peña, y como debía ser, les solicité que bajaran (además había apagón, no funcionaban los cines y el comercio estaba restringido, a excepción de la cantina que quedaba en Puno y Sáenz Peña, tan frecuentada por los señores marineros, donde se producían famosas riñas entre policías y marineros, bueno esto es otro relato, mis pasajeros dadas las condiciones de una noche oscura, me solicitaron los transportara hasta la Prolongación Gálvez y Arequipa Sur, propiamente los barracones, todos asintieron, pensé que en el trayecto se irían bajando, no fue así, todos siguieron hasta el cruce de la Prolongación Gálvez y Arequipa, por ese entonces se había producido un terremoto y todavía había unas carpas de regular tamaño al borde de la calle.
En el momento que paré el auto para que bajaran (mi auto era un Toyota modelo Tiara, que por cierto era bastante reducido, en comparación con las “chalanas”, o lanchas (así se llamaban a los autos Studebaker, Buick, Chevrolet, Ford, Dodge y otras marcas de la época, que eran mucho más espaciosos).
Es el caso, que tener al pasajero del costado con un cuchillo amenazando mi estómago, otro que venía en el asiento de atrás me tenía apretándome el cuello, con un cuchillo puesto, debajo de mi cráneo en el cuello, otro se bajó y abrió la puerta del lado donde estaba yo, hurgando en el piso y mis bolsillos, los otros me tenían de los pelos y de la camisa, pero todos participaban de una forma u otra, y vociferaban, cual energúmenos, pidiéndome les de el dinero, vi que uno de ellos tomaba el sencillo que estaba sobre el tablero, en el cenicero que este modelo de auto trae, y es así como en una noche oscura, por demás, estaba en una situación muy difícil, tratando de calmar a estos circunstanciales agresores, con palabras como “no tengo” “eso es todo lo que hay” recostando al espaldar, el olor de “alcohol”, llámese trago, tabaco y hierba era nauseabundo, casi insoportable, mi cerebro me dictaba “tranquilidad” buscando una salida, en esta difícil situación, vi por el espejo retrovisor venir un vehículo con las luces grandes encendidas, puesto que conforme se acercaba iluminaba todo el ambiente, es de suponer que esta providencial aparición fue cosa del destino o suerte, o, o, o, buen la actitud del chofer del vehículo, no cabe duda, que fue la “mejor” para este su “amigo” redactor, pues acelerando repetidamente su “carro” se paró al costado del mío, iba solo, para esto los “choros” al ver que venía al auto en mención me reconvinieron, me amenazaron, me cortaron el cuello y la barriga diciéndome “no te muevas ….. o te matamos”, presionando el cuello me obligaron a “bajarme” en mI asiento, el que estaba parado en la puerta donde yo me encontraba, tomó la posición como si estuviera conversando conmigo, por “suerte” no cerró la puerta, cuando el carro del amigo ejecutaba la “aceleración a fondo y continua” (para los entendidos se trataba de un Ford 52 de ocho cilindros).
El vehículo que yo manejaba tenía un “lomo” llamémosle así, en el centro, aprovechando que estos “facinerosos” habían aflojado la presión sobre mi cuello y mi estómago obligaron a bajar mi cuerpo sobre el asiento, en todo momento mi cerebro buscaba una salida y me aconsejaba mantener la calma, es así como casi sin pensarlo apoyé mis pies en el “lomo” llamémosle así a la curvatura que estos vehículos Toyota Tiara del año 1963, traen en el centro del piso, dando espacio para la caja de cambios, el impulso fue tan fuerte que al “choro” que estaba en la puerta, cayó sobre la pista y el facineroso que estaba detrás, salió prendido aún de mi cuello, con el cuchillo en la mano, pasando sobre el espaldar del asiento (el asiento era corrido, no dividido como los de ahora), cayendo junto conmigo al pavimento, nos paramos al unísono, uno frente al otro, el “caco” levantó el brazo para acuchillarme, pude tomarle el brazo y dando un paso de costado, tomé distancia de él (los demás, pude observar, tomaban las de “Villadiego” corrían en medio de la oscuridad) arrojándome el cuchillo en la cara (pude evitar que me cayera) escuché una voz que me gritaba, sube a tu carro, vamos, y así lo hice, reconociendo al amigo que manejaba el carro que providencialmente apareciera, (el Ford 52), apellidaba Nelson, vivía en la Av. La Paz, cerca al Jr Brasil (donde vivía y vivo aún yo), tenía la camisa ensangrentada y rota. Bueno, calmada las cosas, a dos cuadras de lo sucedido paramos, llegando al Óvalo Guardia Chalaca (donde se ubicaba el Colegio Canadá) pues sabíamos que existía un puesto policial, para informar lo sucedido, toqué la puerta, me abrió la “ventanita” y por ahí recibí el “auxilio” que buscaba, le relaté brevemente lo sucedido y me manifestó que viniera en la mañana a presentar mi “denuncia” que estaba solo.
Mas pensando en mi amigo, que en mí mismo, dado mi estado de ánimo, decidí darle las gracias y acercándome a Nelson le agradecí y nos despedimos deseándonos ¡suerte!.
La autoridad portuaria hoy Empresa Nacional de Puertos, brindaba trabajo y seguridad a sus trabajadores y sus familias, sin zozobras ni amenazas, ni con esperanzas banales, pues todos, todos, tenían sus representaciones que permitían el equilibrio social, tan necesario y justo que brindaba una paz social, no solo externa, sino también espiritual.
Bueno pues, en este marco vivencial, el relato que a continuación describo tuvo su desarrollo.
Serían las nueve de la noche de un día del año 1964, era una noche como cualquier otra, hasta el momento en que inicio mi relato, pues en la Av. Sáenz Peña frente a Puno, el ingenio del transportista “colectivero” que transportaba preferencialmente pescadores que cumplirían su “faena” en sus “lanchas” y chalanas, según fuera el caso, en la pesca de anchovetas o en la pesca artesanal para la alimentación, es así como llegando al paradero en el “frigorífico” o muelle de pescadores como se le llama hasta hoy, no tuve mejor idea que regresar por la Avenida Contralmirante Mora (la que comunica la Base Naval con el Obelisco, y es así que no contando con la astucia de mis ciudadanos los “cacos” comencé a recogerlos en casi 200 metros de la Av. Contralmirante Mora (pues hábilmente se habían puesto de acuerdo para tomar el colectivo, como si ellos no se conocieran), es así como recogí a cinco pasajeros y siguiendo la ruta acostumbrada llegué al Óvalo del Callao, Jr. Puno y la Av. Sáenz Peña, y como debía ser, les solicité que bajaran (además había apagón, no funcionaban los cines y el comercio estaba restringido, a excepción de la cantina que quedaba en Puno y Sáenz Peña, tan frecuentada por los señores marineros, donde se producían famosas riñas entre policías y marineros, bueno esto es otro relato, mis pasajeros dadas las condiciones de una noche oscura, me solicitaron los transportara hasta la Prolongación Gálvez y Arequipa Sur, propiamente los barracones, todos asintieron, pensé que en el trayecto se irían bajando, no fue así, todos siguieron hasta el cruce de la Prolongación Gálvez y Arequipa, por ese entonces se había producido un terremoto y todavía había unas carpas de regular tamaño al borde de la calle.
En el momento que paré el auto para que bajaran (mi auto era un Toyota modelo Tiara, que por cierto era bastante reducido, en comparación con las “chalanas”, o lanchas (así se llamaban a los autos Studebaker, Buick, Chevrolet, Ford, Dodge y otras marcas de la época, que eran mucho más espaciosos).
Es el caso, que tener al pasajero del costado con un cuchillo amenazando mi estómago, otro que venía en el asiento de atrás me tenía apretándome el cuello, con un cuchillo puesto, debajo de mi cráneo en el cuello, otro se bajó y abrió la puerta del lado donde estaba yo, hurgando en el piso y mis bolsillos, los otros me tenían de los pelos y de la camisa, pero todos participaban de una forma u otra, y vociferaban, cual energúmenos, pidiéndome les de el dinero, vi que uno de ellos tomaba el sencillo que estaba sobre el tablero, en el cenicero que este modelo de auto trae, y es así como en una noche oscura, por demás, estaba en una situación muy difícil, tratando de calmar a estos circunstanciales agresores, con palabras como “no tengo” “eso es todo lo que hay” recostando al espaldar, el olor de “alcohol”, llámese trago, tabaco y hierba era nauseabundo, casi insoportable, mi cerebro me dictaba “tranquilidad” buscando una salida, en esta difícil situación, vi por el espejo retrovisor venir un vehículo con las luces grandes encendidas, puesto que conforme se acercaba iluminaba todo el ambiente, es de suponer que esta providencial aparición fue cosa del destino o suerte, o, o, o, buen la actitud del chofer del vehículo, no cabe duda, que fue la “mejor” para este su “amigo” redactor, pues acelerando repetidamente su “carro” se paró al costado del mío, iba solo, para esto los “choros” al ver que venía al auto en mención me reconvinieron, me amenazaron, me cortaron el cuello y la barriga diciéndome “no te muevas ….. o te matamos”, presionando el cuello me obligaron a “bajarme” en mI asiento, el que estaba parado en la puerta donde yo me encontraba, tomó la posición como si estuviera conversando conmigo, por “suerte” no cerró la puerta, cuando el carro del amigo ejecutaba la “aceleración a fondo y continua” (para los entendidos se trataba de un Ford 52 de ocho cilindros).
El vehículo que yo manejaba tenía un “lomo” llamémosle así, en el centro, aprovechando que estos “facinerosos” habían aflojado la presión sobre mi cuello y mi estómago obligaron a bajar mi cuerpo sobre el asiento, en todo momento mi cerebro buscaba una salida y me aconsejaba mantener la calma, es así como casi sin pensarlo apoyé mis pies en el “lomo” llamémosle así a la curvatura que estos vehículos Toyota Tiara del año 1963, traen en el centro del piso, dando espacio para la caja de cambios, el impulso fue tan fuerte que al “choro” que estaba en la puerta, cayó sobre la pista y el facineroso que estaba detrás, salió prendido aún de mi cuello, con el cuchillo en la mano, pasando sobre el espaldar del asiento (el asiento era corrido, no dividido como los de ahora), cayendo junto conmigo al pavimento, nos paramos al unísono, uno frente al otro, el “caco” levantó el brazo para acuchillarme, pude tomarle el brazo y dando un paso de costado, tomé distancia de él (los demás, pude observar, tomaban las de “Villadiego” corrían en medio de la oscuridad) arrojándome el cuchillo en la cara (pude evitar que me cayera) escuché una voz que me gritaba, sube a tu carro, vamos, y así lo hice, reconociendo al amigo que manejaba el carro que providencialmente apareciera, (el Ford 52), apellidaba Nelson, vivía en la Av. La Paz, cerca al Jr Brasil (donde vivía y vivo aún yo), tenía la camisa ensangrentada y rota. Bueno, calmada las cosas, a dos cuadras de lo sucedido paramos, llegando al Óvalo Guardia Chalaca (donde se ubicaba el Colegio Canadá) pues sabíamos que existía un puesto policial, para informar lo sucedido, toqué la puerta, me abrió la “ventanita” y por ahí recibí el “auxilio” que buscaba, le relaté brevemente lo sucedido y me manifestó que viniera en la mañana a presentar mi “denuncia” que estaba solo.
Mas pensando en mi amigo, que en mí mismo, dado mi estado de ánimo, decidí darle las gracias y acercándome a Nelson le agradecí y nos despedimos deseándonos ¡suerte!.
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