Según expresión de los entendidos, personas profesionales, especialistas en la anatomía humana y el funcionamiento de nuestros órganos, en especial el cerebro que no escatiman expresiones en el sentido que no usamos sino la cuarta parte de él, hasta hoy en día.
Muchos afirman que seríamos capaces de ver y viajar a cientos y miles de kilómetros, escuchar voces del pasado, viajar en el infinito, todo esto en pocos minutos.
Si tenemos en cuenta estas aseveraciones usted y solo usted podrá considerar esta posibilidad después de leer nuestra historia a narrar.
En un día cualquiera como era rutina, Francisco de Triana y Rivera, venía manejando su automóvil por la Av. Arequipa del centro de Lima con dirección a Miraflores (distrito de la Región Lima), cuando repentinamente lo impacta una ambulancia estrepitosamente, quedando el vehículo en que viajaba Francisco con las ruedas hacia arriba, gravemente herido, permaneciendo en el vehículo por mas de dos horas, la gente se arremolinaba alrededor del vehículo, nadie intervenía pues lo consideraban muerto, la parte de adelante junto con el motor estaban casi separadas del resto del vehículo, el parabrisas estaba hecho trizas, tirado en la pista. A Francisco se le veía inerte, sangrante y parecía no respirar, recién a las dos horas llegaron los bomberos y una ambulancia de una conocida clínica que estaba solo a cuadras del lugar del accidente, finalmente fue sacada del vehículo y llevado a la clínica en la ambulancia mencionada en un estado de inconsciencia total.
Despertó en la silla de un brioso caballo blanco, vestido con unas botas altas, viajando por un callejón bastante polvoriento, enrumbando hacia el oeste, sintiendo a los pocos minutos el ruido de las olas que se batían contra los farallones costeros como a doscientos metros, un frondoso árbol daba sombra y vio, unos troncos tirados en el suelo desde la montura de su cabalgadura.
Podía apreciarse una inmensa llanura verde con árboles frondosos entre plantas propias de la agricultura, viéndose parcelas debidamente delineadas, de pronto a la distancia distingue venir un corcel que se acercaba donde se encontraba Pablo San Román de Castilla, así se llamaba, se apeó del caballo siempre mirando el caballo que se acercaba, su jinete era una bella mujer de color cobrizo, joven y sonriente y al bajarse del caballo la tomó de la cintura para ayudarla, besándose apasionadamente por algunos minutos, ella le mencionó que su padre el cacique don José Sánchez de Marango estaba sospechando que algo raro le estaba pasando a ella, Dina, ya que siempre prefirió pasar las horas en los jardines de su casa que ocupaba un área de más de mil metros, rodeada de jardines y huertas de árboles frutales y hortalizas.
Francisco le dijo que no se preocupara, que ya había pedido a la Corona Española le remitieran sus títulos nobiliarios y le señala la ubicación de las tierras ofrecidas a su familia por los servicios prestados a la Corona.
Estuvieron prodigándose caricias por más de dos horas despidiéndose con un prolongado e intenso beso.
Francisco subió a su caballo dirigiéndose a los farallones donde se detuvo a escuchar las olas, que estruendosamente iban y venían, luego se dirigió cruzando la sabana, en medio de la vegetación con arboledas y pequeñas plantas, plantaciones de vid, hasta tomar el camino hacia Lima, centro donde su padre tenía un inmenso solar, con jardines, caballería incluida, pues era uno de los llamados “escribanos” nombrado por la Corona Española para esta parte de América.
Pablo hacía dos meses que había regresado después de terminar su carrera como doctor en leyes en España y Francia, pues se trataba de una familia con títulos nobiliarios y funciones al servicio de la Corona Española, los títulos personales de Pablo estaban por llegar vía marítima por lo que no podía aún hablar con el padre de Dina con quien sostenía una relación sentimental desde hacia algunos años en juventud, antes de viajar a España, retomada a su llegada, sabía que su padre tampoco estaría de acuerdo con su matrimonio con Dina, por ser hija del Sol, pero como él decía, era la mujer más bonita de todo el territorio de este llamado nuevo mundo.
Unos españoles afincados en la zona norte, habían invadido una parte de las tierras que le habían asignado a don José Sánchez de Marango por los que paga fuerte tributo y estaba obligado a obediencia absoluta con la Corona, pero como él pensaba, lo daba todo para darle a su gente una vida segura, un trato humano y buena alimentación, siempre prefería llevar una vida austera y en paz.
Es así como lejos de enfrentar a los invasores, acudió a denunciarlos ante la autoridad correspondiente para este caso, el Corregidor don Pablo San Román de Castilla.
Don Pablo San Román de Castilla invitó al poseedor de las tierras de Marango para que sustente su denuncia de acuerdo a las usanzas, al ingresar al despacho del señor Corregidor, se encontró con el hijo, don Pablo San Román, quien muy solícito lo saludó, acompañándolo hasta donde se encontraba su padre, retirándose muy solícito, deseándole un feliz día en nombre de la Santa Cruz.
Don José Sánchez de Rivera luego de ofrecer sus saludos al señor Corregidor, quienes se conocían desde hacía muchos años y siempre se trataron con mucha consideración y afecto, pues sabía que el señor Mendoza era una persona justa en todas sus acciones, al escucharlo lamentó que estuvieran en sus tierras españoles, sustrayendo productos que no les correspondía, ocupando tierras que pertenecían al Curaca José Sánchez de Marango, ofreciéndole ocuparse del caso, de inmediato llamó a su guardia para que fueran a inspeccionar y trajeran a su presencia quienes estuvieran cometiendo estos actos de abuso.
Don Pablo San Román de Castilla hacia su ingreso al despacho de su padre, al escuchar las disposiciones de su padre se ofreció a ir también agradeciendo el señor Sánchez su pronta voluntad.
Partiendo enseguida con dirección a la repartición de Marango la comitiva, yendo a la cabeza don Pablo San Román de Castilla.
Llegando al lugar indicado notificaron a los responsables quienes desde ya se declararon inocentes, pues decían estar solo de paso, recuperando energías y que justamente se marcharían al día siguiente.
Los comisionados regresaron de inmediato a Lima y don Pablo San Román de Castilla se dirigió a la casona del señor José Sánchez de Marango, Curaca de Marango, llegando al pórtico principal preguntó por don José Sánchez de Marango, le comunicaron que no había regresado de Lima, pero estaban seguros que no demoraría.
Preguntó si podría esperarlo pues se trataba de un caso urgente de parte de don Pablo San Román de Castilla y Sevilla, corregidor de la Corona Española en los territorios de indias.
Solicitó el encargado de la casa de don José Sánchez de Marango, cacique de Marango ingreso a la casa para informar a la señorita Dina hija de don José, quien al enterarse de la visita de tan importante representante salió personalmente a recibirlo, dándose con la sorpresa que se traba del hijo del señor Pablo San Román (hijo), sonriéndole graciosamente, mostrando su alegría, lo invitó a pasar a su casa, acto seguido Pablo (hijo) le refirió paso a paso los pormenores de su intervención y que dichos provocadores se habían comprometido a respetar los límites del territorio asignado por la Corona a su padre. Acto seguido le comunicó que sus títulos ya habían llegado, señalándole dominio sobre las tierras llamadas Chosicon, las que eran conocidas por su clima benigno y donde el sol no se ocultaba en todo el año, ricas por su producción y abundante vegetación, ofreciéndole que hablaría con su padre para pedir su mano oficialmente, ella muy alegre se acercó a él, abrazándolo y besándose apasionadamente, con mucho amor, apartándose de inmediato ya que su padre podía llegar en cualquier momento.
Así fue, en pocos minutos llegó el papá de Dina, retirándose de inmediato Dina, dejando a los dos solos, quienes conversaron por espacio de unos minutos, retirándose don Pablo (hijo) prometiendo que al día siguiente regresaría a constatar el retiro de los invasores de las tierras de don José Sánchez de Marango, curaca de Marango.
Al día siguiente don Pablo (hijo) habló con su padre sobre su relación sentimental con la hija de don José Sánchez de Marango, el padre, hombre recio y moderno, leído en toda la extensión de la palabra y ante ciertas dificultades que se venían presentando con los nativos, le pareció oportuno un matrimonio entre su hijo y la hija del Curaca de Marango, dejando de lado todo prejuicio, muy en boga por entonces y quizá hasta hoy en día, aprobó la relación de su hijo, comprometiéndose a hablar con el virrey de inmediato para luego hablar con el curaca de Marango. Pasaron algunos días y el corregidor don Pablo San Román notificó al curaca José Sánchez que lo visitaría para efectuar un recorrido por las tierras del norte de Marango dentro del tercer día.
El curaca aceptó tal visita y lo invitó a gozar de un almuerzo en su residencia, a él, a su hijo y su comitiva.
Dina Sánchez comunicó a su padre las intenciones de don Pablo San Román y Castilla, padre de Pablo, con relación a su noviazgo y próximo matrimonio, poniendo cierta resistencia, ya que no conocía que su relación tenía muchos años y que realmente existía un amor cierto.
Finalmente aceptó, siempre y cuando el compromiso se efectuara en Marango, por ser la casa de la novia y que vivieran en las tierras de Marango, su hija le informó que a su novio le había otorgado la Corona de España las tierras de Chosicón que eran inmensas y productivas y que le habían otorgado los títulos de Conde de Chosicón.
Finalmente el padre acudió pensando siempre en el futuro de su hija, pues sabía de los constantes riesgos en que vivía su raza antes los invasores dominantes españoles.
Es así como los padres de Dina y los padres de don Pablo San Román de Castilla, conde de Chosicón se pusieron de acuerdo y celebraron una de las bodas más sonadas de la época, a la que acudieron tanto hijos de la Corona Española como nativos de las tierras indias.
Partiendo los novios con rumbo a la casona del territorio de Chosicón, acompañados por una numerosa comitiva, felices los novios, ya que se acercaba su primera noche de luna de miel.
El corcel en que viajaban el Conde de Chosicón Don Pablo de San Román tropezó lanzándolo de la silla, rodando por un barranco profundo.
Don Francisco de Triana y Rivera despertó repentinamente, regresando a la vida, con una ansiedad y tristeza que no comprendía qué le había sucedido en esos treinta días de inconsciencia, pero que sentía como que no quería estar donde estaba y sentía ansiedad por algo que no alcanzaba a disfrazar, los médicos le dijeron que era efecto de las medicinas y que no se preocupara que pronto le darían de alta para que continúe su vida cotidiana…
Muchos afirman que seríamos capaces de ver y viajar a cientos y miles de kilómetros, escuchar voces del pasado, viajar en el infinito, todo esto en pocos minutos.
Si tenemos en cuenta estas aseveraciones usted y solo usted podrá considerar esta posibilidad después de leer nuestra historia a narrar.
En un día cualquiera como era rutina, Francisco de Triana y Rivera, venía manejando su automóvil por la Av. Arequipa del centro de Lima con dirección a Miraflores (distrito de la Región Lima), cuando repentinamente lo impacta una ambulancia estrepitosamente, quedando el vehículo en que viajaba Francisco con las ruedas hacia arriba, gravemente herido, permaneciendo en el vehículo por mas de dos horas, la gente se arremolinaba alrededor del vehículo, nadie intervenía pues lo consideraban muerto, la parte de adelante junto con el motor estaban casi separadas del resto del vehículo, el parabrisas estaba hecho trizas, tirado en la pista. A Francisco se le veía inerte, sangrante y parecía no respirar, recién a las dos horas llegaron los bomberos y una ambulancia de una conocida clínica que estaba solo a cuadras del lugar del accidente, finalmente fue sacada del vehículo y llevado a la clínica en la ambulancia mencionada en un estado de inconsciencia total.
Despertó en la silla de un brioso caballo blanco, vestido con unas botas altas, viajando por un callejón bastante polvoriento, enrumbando hacia el oeste, sintiendo a los pocos minutos el ruido de las olas que se batían contra los farallones costeros como a doscientos metros, un frondoso árbol daba sombra y vio, unos troncos tirados en el suelo desde la montura de su cabalgadura.
Podía apreciarse una inmensa llanura verde con árboles frondosos entre plantas propias de la agricultura, viéndose parcelas debidamente delineadas, de pronto a la distancia distingue venir un corcel que se acercaba donde se encontraba Pablo San Román de Castilla, así se llamaba, se apeó del caballo siempre mirando el caballo que se acercaba, su jinete era una bella mujer de color cobrizo, joven y sonriente y al bajarse del caballo la tomó de la cintura para ayudarla, besándose apasionadamente por algunos minutos, ella le mencionó que su padre el cacique don José Sánchez de Marango estaba sospechando que algo raro le estaba pasando a ella, Dina, ya que siempre prefirió pasar las horas en los jardines de su casa que ocupaba un área de más de mil metros, rodeada de jardines y huertas de árboles frutales y hortalizas.
Francisco le dijo que no se preocupara, que ya había pedido a la Corona Española le remitieran sus títulos nobiliarios y le señala la ubicación de las tierras ofrecidas a su familia por los servicios prestados a la Corona.
Estuvieron prodigándose caricias por más de dos horas despidiéndose con un prolongado e intenso beso.
Francisco subió a su caballo dirigiéndose a los farallones donde se detuvo a escuchar las olas, que estruendosamente iban y venían, luego se dirigió cruzando la sabana, en medio de la vegetación con arboledas y pequeñas plantas, plantaciones de vid, hasta tomar el camino hacia Lima, centro donde su padre tenía un inmenso solar, con jardines, caballería incluida, pues era uno de los llamados “escribanos” nombrado por la Corona Española para esta parte de América.
Pablo hacía dos meses que había regresado después de terminar su carrera como doctor en leyes en España y Francia, pues se trataba de una familia con títulos nobiliarios y funciones al servicio de la Corona Española, los títulos personales de Pablo estaban por llegar vía marítima por lo que no podía aún hablar con el padre de Dina con quien sostenía una relación sentimental desde hacia algunos años en juventud, antes de viajar a España, retomada a su llegada, sabía que su padre tampoco estaría de acuerdo con su matrimonio con Dina, por ser hija del Sol, pero como él decía, era la mujer más bonita de todo el territorio de este llamado nuevo mundo.
Unos españoles afincados en la zona norte, habían invadido una parte de las tierras que le habían asignado a don José Sánchez de Marango por los que paga fuerte tributo y estaba obligado a obediencia absoluta con la Corona, pero como él pensaba, lo daba todo para darle a su gente una vida segura, un trato humano y buena alimentación, siempre prefería llevar una vida austera y en paz.
Es así como lejos de enfrentar a los invasores, acudió a denunciarlos ante la autoridad correspondiente para este caso, el Corregidor don Pablo San Román de Castilla.
Don Pablo San Román de Castilla invitó al poseedor de las tierras de Marango para que sustente su denuncia de acuerdo a las usanzas, al ingresar al despacho del señor Corregidor, se encontró con el hijo, don Pablo San Román, quien muy solícito lo saludó, acompañándolo hasta donde se encontraba su padre, retirándose muy solícito, deseándole un feliz día en nombre de la Santa Cruz.
Don José Sánchez de Rivera luego de ofrecer sus saludos al señor Corregidor, quienes se conocían desde hacía muchos años y siempre se trataron con mucha consideración y afecto, pues sabía que el señor Mendoza era una persona justa en todas sus acciones, al escucharlo lamentó que estuvieran en sus tierras españoles, sustrayendo productos que no les correspondía, ocupando tierras que pertenecían al Curaca José Sánchez de Marango, ofreciéndole ocuparse del caso, de inmediato llamó a su guardia para que fueran a inspeccionar y trajeran a su presencia quienes estuvieran cometiendo estos actos de abuso.
Don Pablo San Román de Castilla hacia su ingreso al despacho de su padre, al escuchar las disposiciones de su padre se ofreció a ir también agradeciendo el señor Sánchez su pronta voluntad.
Partiendo enseguida con dirección a la repartición de Marango la comitiva, yendo a la cabeza don Pablo San Román de Castilla.
Llegando al lugar indicado notificaron a los responsables quienes desde ya se declararon inocentes, pues decían estar solo de paso, recuperando energías y que justamente se marcharían al día siguiente.
Los comisionados regresaron de inmediato a Lima y don Pablo San Román de Castilla se dirigió a la casona del señor José Sánchez de Marango, Curaca de Marango, llegando al pórtico principal preguntó por don José Sánchez de Marango, le comunicaron que no había regresado de Lima, pero estaban seguros que no demoraría.
Preguntó si podría esperarlo pues se trataba de un caso urgente de parte de don Pablo San Román de Castilla y Sevilla, corregidor de la Corona Española en los territorios de indias.
Solicitó el encargado de la casa de don José Sánchez de Marango, cacique de Marango ingreso a la casa para informar a la señorita Dina hija de don José, quien al enterarse de la visita de tan importante representante salió personalmente a recibirlo, dándose con la sorpresa que se traba del hijo del señor Pablo San Román (hijo), sonriéndole graciosamente, mostrando su alegría, lo invitó a pasar a su casa, acto seguido Pablo (hijo) le refirió paso a paso los pormenores de su intervención y que dichos provocadores se habían comprometido a respetar los límites del territorio asignado por la Corona a su padre. Acto seguido le comunicó que sus títulos ya habían llegado, señalándole dominio sobre las tierras llamadas Chosicon, las que eran conocidas por su clima benigno y donde el sol no se ocultaba en todo el año, ricas por su producción y abundante vegetación, ofreciéndole que hablaría con su padre para pedir su mano oficialmente, ella muy alegre se acercó a él, abrazándolo y besándose apasionadamente, con mucho amor, apartándose de inmediato ya que su padre podía llegar en cualquier momento.
Así fue, en pocos minutos llegó el papá de Dina, retirándose de inmediato Dina, dejando a los dos solos, quienes conversaron por espacio de unos minutos, retirándose don Pablo (hijo) prometiendo que al día siguiente regresaría a constatar el retiro de los invasores de las tierras de don José Sánchez de Marango, curaca de Marango.
Al día siguiente don Pablo (hijo) habló con su padre sobre su relación sentimental con la hija de don José Sánchez de Marango, el padre, hombre recio y moderno, leído en toda la extensión de la palabra y ante ciertas dificultades que se venían presentando con los nativos, le pareció oportuno un matrimonio entre su hijo y la hija del Curaca de Marango, dejando de lado todo prejuicio, muy en boga por entonces y quizá hasta hoy en día, aprobó la relación de su hijo, comprometiéndose a hablar con el virrey de inmediato para luego hablar con el curaca de Marango. Pasaron algunos días y el corregidor don Pablo San Román notificó al curaca José Sánchez que lo visitaría para efectuar un recorrido por las tierras del norte de Marango dentro del tercer día.
El curaca aceptó tal visita y lo invitó a gozar de un almuerzo en su residencia, a él, a su hijo y su comitiva.
Dina Sánchez comunicó a su padre las intenciones de don Pablo San Román y Castilla, padre de Pablo, con relación a su noviazgo y próximo matrimonio, poniendo cierta resistencia, ya que no conocía que su relación tenía muchos años y que realmente existía un amor cierto.
Finalmente aceptó, siempre y cuando el compromiso se efectuara en Marango, por ser la casa de la novia y que vivieran en las tierras de Marango, su hija le informó que a su novio le había otorgado la Corona de España las tierras de Chosicón que eran inmensas y productivas y que le habían otorgado los títulos de Conde de Chosicón.
Finalmente el padre acudió pensando siempre en el futuro de su hija, pues sabía de los constantes riesgos en que vivía su raza antes los invasores dominantes españoles.
Es así como los padres de Dina y los padres de don Pablo San Román de Castilla, conde de Chosicón se pusieron de acuerdo y celebraron una de las bodas más sonadas de la época, a la que acudieron tanto hijos de la Corona Española como nativos de las tierras indias.
Partiendo los novios con rumbo a la casona del territorio de Chosicón, acompañados por una numerosa comitiva, felices los novios, ya que se acercaba su primera noche de luna de miel.
El corcel en que viajaban el Conde de Chosicón Don Pablo de San Román tropezó lanzándolo de la silla, rodando por un barranco profundo.
Don Francisco de Triana y Rivera despertó repentinamente, regresando a la vida, con una ansiedad y tristeza que no comprendía qué le había sucedido en esos treinta días de inconsciencia, pero que sentía como que no quería estar donde estaba y sentía ansiedad por algo que no alcanzaba a disfrazar, los médicos le dijeron que era efecto de las medicinas y que no se preocupara que pronto le darían de alta para que continúe su vida cotidiana…
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