En el año 1988 viajé a Iquitos por vía aérea, lugar que no conocía, en ese viaje visité parte de la selva de nuestro país, la vida nos permite tener siempre nuevas experiencias que pueden llevarnos a conocer el otro extremo de nuestra existencia, la muerte. Pues, tenía que viajar cierta urgencia a la Provincia de Nauta, lo realicé por el río amazonas en un bote, al que llaman “Peque Peque”, supongo que es por el ruido que produce su motor al funcionar; el viaje lo hice con el “motorista”, quien todo el viaje lo hizo parado guiando la pequeña nave, era de noche, llovía torrencialmente cada media hora, empapándome totalmente, y luego con el aire se secaba mi ropa. Veía cierto brillo en las aguas de nuestro caudaloso Río Amazonas, tratando de distraer mi mente de ciertos temores e incomodidades, le pregunté al conductor ¿por qué cambiaba de dirección con cierta constancia?, él me contestó gentilmente, lo hacía porque de acuerdo al brillo del agua podía suponerse que eran bancos de arena, que, si chocábamos con alguno de ellos, moriríamos, cosa que me inquieto tremendamente. Sin mayores posibilidades atiné solo a agarrarme más fuerte de la tabla en la que iba sentado, la que estaba fijada de lado a lado de la pequeña nave, dejé mi mente en blanco, para evitar mayor nerviosismo y ¡así llegamos a Nauta! a las ocho de la mañana, disculpen que no precisé fechas ni horas, pues no las tengo presentes.
Mi regreso si lo hice después de dos días, gozando de experiencias muy gratas, de acuerdo a mis gustos y razones.
Aprendí: que nuestra patria reúne en sí, pueblos y
regiones, singulares, hábitos y costumbres diferentes y esa es nuestra grandeza
y riqueza.
Regreso de viaje Nauta – Iquitos – Callao
Luego de permanecer en la Provincia de Nauta, regresé
a Iquitos en una lancha grande de pasajeros, luego donde tomé un baño
inolvidable en las aguas del Amazonas, tomé el avión para regresar a Lima –
Callao, nos encontramos en el aire con una tormenta, rayos y relámpagos sonaban
por doquier la estructura del avión sonaba como si fueran laminas de lata
entonando una canción de ruidos disonantes, traté de no escuchar ciertos
murmullos.
El aeroplano que por cierto no era grande, sino de
esos que su capacidad era para 20 o 25 pasajeros, desde donde pude apreciar la
inmensidad de nuestra selva, viendo la capa de árboles bajo una lluvia
torrencial con la concurrencia de rayos y relámpagos. Aterrizamos en Pucallpa,
donde permanecimos por más de una hora, luego continuamos el viaje de regreso a
Lima – Callao.
En este viaje de turismo social – político, aumentaron
mis experiencias en el aire, en el agua y en tierra, haciendo que mi espíritu,
mi alma y mi cuerpo se tiemplen más para enfrentar circunstancias no conocidas aún.