CUANDO EL DESTINO ESCOGE
Era una vez, un vecino común y corriente de
un pequeño poblado allá en las alturas de un país llamado PERÚ, enclavado en un
valle profundo de la Cordillera, siempre vivió en paz y tranquilidad, en un
clima benigno, querido por todos, respetado por todos, pobre, pero honrado
decían los lugareños.
Fue un día de fiesta lugareña donde se daban
corrida de toros, competencias mil, danzas y bailes tradicionales del lugar.
Como vivía algo alejado de la población, de regreso a su vivienda, enclavada en
un terreno ubicado en las faldas de un cerro, faltando hay poco, para llegar a
su vivienda dado los tragos o el fervor de su alegría o el destino puso esa
piedra con la que tropezó, su montura, como le dan por llamar a la acémila que
los transporta (al conjunto, animal, aparejo y montura) cayendo aparatosamente
a tierra en medio de una oscuridad sepulcral, pues ni estrellas se distinguían
en los cielos, perdiendo o no el
conocimiento, o la conciencia, diríamos algunos, más criollos.
Sin saber cuánto tiempo pasó en el estado
referido, sintió, notó que se elevaba, no mucho del suelo, en que se encontraba
estirado cuan largo era, miraba y no, pero registraba los hechos, paso a paso.
Así es como una luz intensa llegó a sus
ojos, que lo encegueció así de fuerte
era, hasta ir recuperando la visión, viendo en su entorno pudo notar desde su
posesión en que lo llevaban, un techo altísimo, un ruido de voces y pasos, que
hacían hueco en las paredes, unos muebles de madera brillante, largos
mostradores, un sin número de seres pequeños pero fuertes, con largas barbas
unos, y otros lampiños, tenían piel de diferentes tonos y colores, resaltaba en
ellos su frente amplia, sus ojos grandes, sus voces resonantes, roncas y
fuertes, risas estruendosas de alegría y satisfacción; todo esto le dio confianza y pudo observar con
más tranquilidad el lugar, notando que lo acercaban a uno de los mostradores,
altos y largos, brillante como todo los muebles que estaban en el lugar, se
detuvieron, los que lo aupaban, pareciole que una fuerza desconocida para él lo
obligó a pararse frente al mostrador, para que del otro lado del mueble lo
atendiera, un ser semejante a los descritos y percibiera que le hablaba (entendía
pero no escuchaba), tú tienes desde hace mucho tiempo esta talega, la que
hacemos entrega, esperamos uses nuestra entrega para hacer el bien, si la usas
para hacer el mal, serás castigado y desterrado de este mundo, a otro donde
solo viven alimañas que tú nunca querías haberlas conocido.
Todo para él era tan confuso, aún en sueños,
que al despertar tirado en plena falda de un cerro de 500 metros de altura,
lleno de vegetación lugareña. Pastaban por ahí algunas ovejas, sintiendo que se
encontraba en tierra de su propiedad, agarrándose la cabeza, se dijo así mismo,
que había tenido un raro sueño, culpando a los tragos, y el agotamiento físico,
por la danza y bailes realizados, se paró, comenzó a llover, como es natural en
su natal tierra, gotas de agua gruesas y seguidas, que ya mojaban su ropa, al
tratar de caminar, tropezó con ese bulto tan pesado como si fuera una piedra
que estuvo a punto de traerlo a tierra, al bajar la vista identificó la talega
que le entregaron en sus sueños (según él) pues al tomarla se sorprendió, pues
tenía una inscripción que decía Lituan DXVI, era tan pesado que la levantó con
alguna dificultad, a pesar de ser un hombre de 1.90 (un metro noventa), fornido
por el trabajo fuerte que realizaba día a día.
Ya en su casa, abrió la talega y pudo ver
cientos de monedas de oro puro y así su vida cambió, dicen que todos sus
descendientes son hombres de bien, generosos, que por razones familiares están
comprometidos a no revelar su identidad, ni la razón de tal actitud.