martes, 24 de junio de 2014

CUANDO EL DESTINO ESCOGE

Era una vez, un vecino común y corriente de un pequeño poblado allá en las alturas de un país llamado PERÚ, enclavado en un valle profundo de la Cordillera, siempre vivió en paz y tranquilidad, en un clima benigno, querido por todos, respetado por todos, pobre, pero honrado decían los lugareños.


Fue un día de fiesta lugareña donde se daban corrida de toros, competencias mil, danzas y bailes tradicionales del lugar. Como vivía algo alejado de la población, de regreso a su vivienda, enclavada en un terreno ubicado en las faldas de un cerro, faltando hay poco, para llegar a su vivienda dado los tragos o el fervor de su alegría o el destino puso esa piedra con la que tropezó, su montura, como le dan por llamar a la acémila que los transporta (al conjunto, animal, aparejo y montura) cayendo aparatosamente a tierra en medio de una oscuridad sepulcral, pues ni estrellas se distinguían en los cielos,  perdiendo o no el conocimiento, o la conciencia, diríamos algunos, más criollos.

Sin saber cuánto tiempo pasó en el estado referido, sintió, notó que se elevaba, no mucho del suelo, en que se encontraba estirado cuan largo era, miraba y no, pero registraba los hechos, paso a paso.

Así es como una luz intensa llegó a sus ojos,  que lo encegueció así de fuerte era, hasta ir recuperando la visión, viendo en su entorno pudo notar desde su posesión en que lo llevaban, un techo altísimo, un ruido de voces y pasos, que hacían hueco en las paredes, unos muebles de madera brillante, largos mostradores, un sin número de seres pequeños pero fuertes, con largas barbas unos, y otros lampiños, tenían piel de diferentes tonos y colores, resaltaba en ellos su frente amplia, sus ojos grandes, sus voces resonantes, roncas y fuertes, risas estruendosas de alegría y satisfacción;  todo esto le dio confianza y pudo observar con más tranquilidad el lugar, notando que lo acercaban a uno de los mostradores, altos y largos, brillante como todo los muebles que estaban en el lugar, se detuvieron, los que lo aupaban, pareciole que una fuerza desconocida para él lo obligó a pararse frente al mostrador, para que del otro lado del mueble lo atendiera, un ser semejante a los descritos y percibiera que le hablaba (entendía pero no escuchaba), tú tienes desde hace mucho tiempo esta talega, la que hacemos entrega, esperamos uses nuestra entrega para hacer el bien, si la usas para hacer el mal, serás castigado y desterrado de este mundo, a otro donde solo viven alimañas que tú nunca querías haberlas conocido.


Todo para él era tan confuso, aún en sueños, que al despertar tirado en plena falda de un cerro de 500 metros de altura, lleno de vegetación lugareña. Pastaban por ahí algunas ovejas, sintiendo que se encontraba en tierra de su propiedad, agarrándose la cabeza, se dijo así mismo, que había tenido un raro sueño, culpando a los tragos, y el agotamiento físico, por la danza y bailes realizados, se paró, comenzó a llover, como es natural en su natal tierra, gotas de agua gruesas y seguidas, que ya mojaban su ropa, al tratar de caminar, tropezó con ese bulto tan pesado como si fuera una piedra que estuvo a punto de traerlo a tierra, al bajar la vista identificó la talega que le entregaron en sus sueños (según él) pues al tomarla se sorprendió, pues tenía una inscripción que decía Lituan DXVI, era tan pesado que la levantó con alguna dificultad, a pesar de ser un hombre de 1.90 (un metro noventa), fornido por el trabajo fuerte que realizaba día a día.

Ya en su casa, abrió la talega y pudo ver cientos de monedas de oro puro y así su vida cambió, dicen que todos sus descendientes son hombres de bien, generosos, que por razones familiares están comprometidos a no revelar su identidad, ni la razón de tal actitud.